No tiene fotos ni imágenes de ninguna de las descripciones y lugares que la autora menciona o explica, pero te atrapa desde el segundo uno en que empiezas a leerlo. Todos algún día, cuando la vejez ya sea nuestra compañera, echaremos la vista atrás y pensaremos o diremos: -Cualquier tiempo pasado fue mejor.
En el caso de la autora de la Edad de la Inocencia y la Casa de la Alegría es sin duda alguna una mirada muy larga. Edith Wharton nació en New York en 1862 y en plena Guerra Civil y falleció en París en 1937. Vivió un cambio de siglo absoluto, pasando de los corsés y miriñaques a las faldas ligeras y a los vestidos de Channel, de las lámparas de aceite y candelabros a la luz eléctrica, del carruaje al coche a motor, el cual ella misma condujo y del telégrafo al teléfono, la radio y el avión. Tuvo tratos con la aristocracia británica y francesa, frecuentó los salones parisinos y viajó a lo largo y ancho del mundo, cruzó el Atlántico un total de 66 veces antes de morir. Amante de la arquitectura europea y renacentista, fue amiga de escritores de la talla como Henry James y Scott Fitzgerald, Jean Cocteau y Ernest Hemingway y fue recibida con honores por el Presidente Roosevelt en 1908 en la Casa Blanca.
Su vida fue sin duda la mejor de sus novelas, y cuando decidió ayudar a Francia, país al que se trasladó en 1907, en la Primera Guerra Mundial, se volvió si cabe aún más famosa y el gobierno francés le concedió la Legión de Honor. Nunca más, salvo en raras ocasiones, regresó a Estados Unidos. En sus novelas solía usar el vocabulario y dicción propios de la clase alta americana, en la cual se crió y en sus prácticas rituales y costumbres como recurso para mostrar lo particular de su existencia. Precisamente el conocimiento personal que tenía de esa clase social hizo que sus escritos de ficción fueran verídicos, casi ensayos sobre los usos y convencionalismos de una parte de la sociedad que permanecía oculta para el gran público. Eso sí, sus escritos gozan de gran hondura psicológica en el retrato de sus personajes, en especial en situaciones en los que la buena compostura indicaba que debían quedar silenciados y que gracias a la destreza literaria de Wharton, abren sus mentes a los lectores.
Pero sus memorias son sin duda alguna el más rico testimonio de toda una época, equivalente a toda una vida. Así que recomiendo su lectura, pues uno acaba siendo parte de este viaje, al lado de Edith Wharton, queriendo muchas veces haber vivido una vida como la suya. Francamente, ¡vaya vida! ¡Vaya mirada atrás!
