De desagradecidos está el mundo lleno

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   «Desecha de tu corazón la envidia y acepta este libro como propio», si no lo dijo Azorín, debió decirlo él o don Quijote o algún sabio metido a filósofo de la vida empírica, de la experiencia y de la lógica.

     Una de las manifestaciones de la envidia es no contestar ni agradecer los libros que nos envían los amigos o felicitaciones de Navidad. Es que hay como una jerarquía, como un escalafón en la que catedráticos, profesores, doctores y demás autoridades de las letras se instalan en su pedestal, y desaprueban a quienes no pertenecen al gremio de la Universidad. Pues su corporativismo linda con lo ilegal y es hija de la prevaricación y de la descortesía. «Beatus Ille» o dichoso aquel que cuida de su campo…, que dijera el poeta latino Horacio en su retiro romano. O lo que es lo  mismo: no te metas en campos ajenos del saber, y deja la historia para los historiadores, deja la política para los políticos, deja la novela para los novelistas, la poesía para los poetas. Y así todo lo demás. Para los académicos, somos unos intrusos, unos trepas, incordiantes e inoportunos.

     A veces, quien ejerce cierto poder en las instituciones, cátedras, directores de bibliotecas o casas museos, se sientan en el pedestal de su nube estúpida y olímpica, y a pesar de que profesan un esfuerzo inaudito por ignorar a los que, ellos, creen que invaden su territorio, optan por ignorantes, por no ser, siquiera, educadamente civilizados en el epistolario de corresponder cuando algo se recibe.

     Por otra parte, existe, como un miedo a descender, a copular con los ajenos pretendientes de un mundo literario que creen propio, cuando en realidad escritores como Cervantes, Azorín, Gerald Brenan, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Juan Goytisolo, son propiedad del común de sus lectores. Leer es apropiarse de sus conocimientos e intimar con su vida privada desde el más acá.

    También existe la creencia errónea de que no hay que agradecer los libros que se reciben, sin haberlos pedido o comprado, quizás para no intimar, o no descender del púlpito acristalado y endiosado de los académicos.

     Los que somos escritores y poetas vocacionales, disfrutamos el desprecio de los enquistados en sus sillones de instituciones y demás promontorios de pies falsos.

     La falsedad es una característica de los que se creen poderosos, en sus sillones, en sus atriles; sin embargo, la plebe tiene la última palabra en las urnas.

     La envidia es un deporte nacional de los españoles. Es quizás uno de los sentimientos más inútiles que existen porque no puedes cambiar las cosas, sino llenarte de frustraciones y darle cargas de profundidad a tu subconsciente.

    Pero todo depende, depende de quién, pues si quien se dirige a ellos es un Premio Nobel o un amigo con poder, pierden el culo por atenderlos con una cara sonriente. La falsedad es un hecho diario de comportamiento en todas las relaciones sociales, es la hipocresía una de sus manifestaciones más escondidas de dos caras.

      Luego, si a ese catedrático, que no ha sabido ser agradecido, tú se lo haces saber, crecerá en él una animadversión congénita contra ti. Por lo tanto, sabiendo esta reacción puedes optar por dos caminos: Primero no decirle nada, o segundo recriminárselo con las consecuencias consabidas y corrientes contrarias. Además, siempre se presentarán oportunidades en que tu venganza puede ser recompensada, solamente hay que ponerse a esperar.

    Lo que deseo advertir, es que debes volver a las antiguas costumbres de ser agradecido con todos aquellos que te hagan favores, de lo contrario, serás excluido del paraíso de favorecidos, puesto que entrarás dentro del grupo de los soberbios. Tu esfuerzo en la barra del gimnasio ha de continuar mejorando tu dominio y autocontrol por medio de la disciplina del trabajo diario es  lo mismo poniendo a punto tus zonas de éxito.