viernes, 13 diciembre, 2024

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Entre populistas y radicales

No me gustan los fantasmas. No me gusta que me toquen las narices con los fantasmas del pasado y mucho menos que los saquen a pasear para airear lo peor de nuestros malos recuerdos, mientras nos tocan las narices a los que queremos vivir en paz en nuestra España democrática.

Hace mucho tiempo decidí que debía vivir mirando al futuro. Sin olvidar el pasado, claro, pero mirando al futuro. Por eso no me gustan los fantasmas del pasado.

En una carrera, el atleta que la disputa mirando hacia atrás tiene muchas papeletas para perderla. Y yo soy un corredor de fondo que creo que el viaje es un fin en sí mismo y miro mucho más allá de la inmediatez de la meta. Y para ganar, no vale todo. No. El fin no justifica los medios por muy nerviosos que se pongan algunos al ver los resultados en las urnas.

Por eso les decía lo de los fantasmas. No me vale, como instrumento de confrontación para arrimar el ascua a la sardina propia, o como justificación del propio fracaso, la resurrección oportunista de los fantasmas del pasado como arma arrojadiza. Más tarde o más temprano el espectro resucitado siempre acaba oliendo a muerto y, de paso, también apesta aquel que lo saca a pasear.

Si ya no me gustaba la judicialización de la política, utilizada por tirios y troyanos, menos me gusta su teatralización fantasmal. Y ahora vamos sobraditos. Al primer acto escénico sucede el segundo, y el tercero, y el cuarto… y así de forma interminable con una dosis de sobreactuación que merece el estudio de todo un tratado de sociología política, si no de cine de terror gótico.

Nada pasa por casualidad. El resurgir de los extremos es producto de la incompetencia de sus adversarios moderados que provocan la indignación del personal y alientan, por mala gestión y torpeza, su renacimiento en estos tiempos de crisis social de valores y de cabreo generalizado, mientras sacan a paseo a los fantasmas. Primero fueron los unos, luego han sido los otros. Y en esas estamos.

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. O mejor no, que no la tire y que no intente que otros lo hagan por él, que aquí lo de las pedradas suele acabar en una Casa de Socorro. Ahora, llega el crujir de dientes y aquello de rasgarse las vestiduras. No se si es cinismo o ingenuidad. Y no se cuál de las dos me preocupa más. Elijan ustedes mismos.

Sorprende, cuanto menos, que se acuerden de Santa Bárbara cuando truena. Y truena. Ya lo creo que truena. Como en una noche de tormenta de esas de las películas de fantasmas. 

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