La razón fundamental de construir el Hospital Isabel Zendal fue agrupar a los pacientes contagiados de coronavirus, de modo que los hospitales públicos de la Comunidad de Madrid pudieran continuar con las actividades médicas y quirúrgicas habituales y, al mismo tiempo, frenar la eventual transmisión en los centros entre el personal sanitario y el resto de los pacientes.
El hospital de pandemias que, por su propia concepción, no requiere de quirófanos al no llevarse a cabo intervenciones quirúrgicas en relación a la enfermedad, tiene características estructurales y de servicios muy diferentes a hospitales que disponen de departamentos de radiología, radioterapia del cáncer, diálisis, trasplantes…
Además, tiene una dinámica de acordeón que se extiende, encoge e, incluso, se cierra según la epidemiología de la pandemia. Lógicamente, no puede tener personal contratado fijo, sino que se va adaptando a las necesidades punta o valle de cada momento.
Al tener que ser inaugurado el 1 de diciembre, las obras se entregaron el último día y no dio tiempo a hacer una inspección previa a la entrega (por cierto, obligatoria). Las prisas, siempre malas consejeras, y, en mayor medida, cuando obedecen a la oportunidad política.
Pronto comenzaron las protestas de parte del personal sanitario por el traslado forzoso de profesionales desde otros centros sanitarios. Traslado durante la pandemia a un hospital de pandemias construido en tiempo de pandemia.
Algunos medios se han hecho eco de hechos ‘extraños e inusuales’ que nunca antes se habían visto en un centro sanitario y que, desde hace tres semanas, afectan al funcionamiento de las instalaciones sanitarias del Zendal. Enchufes desconectados, tuberías atrancadas con pijamas o empapadores, fugas y cortes de agua “que no eran normales”, cables cortados, interruptores partidos, robo de piezas de los carros de reanimación de paradas cardíacas como laringoscopios y partes de algunos ventiladores. Son algunos de los descubrimientos.
Nada que ver con incidencias que ocurren en hospitales, como quedarse sin electricidad, que la temperatura (tanto calor como frío) sea insoportable, las puertas de emergencia no se abran, se fume dentro y fuera del hospital, Internet no funcione, o no pueda usarse el equipamiento al no haberse actualizado el software. Los que trabajan sobre el terreno lo tildan de desidia pandémica.
Desde su nacimiento, el Zendal ha estado rodeado de polémica y las protestas no han cejado. No hay medida que no se haya censurado ni decisión que no se haya atacado. Empezando por la improcedencia de la inversión que, según los discrepantes, debería haberse destinado a dotar con más personal y medios al resto de los hospitales y centros de salud.
Un hospital para epidemias necesita personal cualificado y con experiencia. Una cosa es que los hospitales existentes necesiten apoyo de personal y medios (lo que es indiscutible) y otra que se instalen más UCI en un edificio ya construido. Organizar un hospital especializado en tiempo récord es una buena noticia, con independencia de las objeciones de sus detractores.
Símbolo a derribar
La realidad es que lo han convertirlo en un símbolo que hay que derribar, para lo que sirve todo. Comentaristas activas en redes sociales señalan lo mal que está el hospital porque “no sirven capuchinos”. Esta controversia tiene un precedente que aún perdura. A raíz de la construcción de
12 hospitales públicos en la Comunidad de Madrid, entonces presidida por Esperanza Aguirre, un buen número de ciudadanos, movilizados por la autodenominada Marea Blanca, junto a sindicatos y asociaciones vecinales, se manifestó de forma reiterada contra la “privatización” de la Sanidad.
Se trataba de alertar a la población sobre la intención del gobierno regional de alterar el estatus de los hospitales públicos. Resultó ser una falsa alarma pues, años después, no ha habido una sola persona que haya tenido que pagar un euro y gracias a esos hospitales, la tragedia se ve aliviada con más recursos de todo tipo.
La efervescente confluencia política, mediática y sindical al respecto ha convertido el Zendal en un casus belli en base a argumentos discutibles: un edificio que todavía no se sabe para qué sirve y que ha costado el doble de lo presupuestado. Sin reconocer la previsión que supone levantar este hospital cuando los expertos manifiestan su seguridad en la cadencia de una pandemia cada x años.
Claro que se podía haber evitado el error estratégico de algo tan detestado como los traslados forzosos, contratando personal médico desempleado o voluntario. Así, el debate estaría más centrado en si las papeleras son pequeñas o los guisantes están fríos.
En estos momentos, con 528 camas de hospitalización y 140 de cuidados intensivos, el Zendal atiende a 476 enfermos del virus (el 13,4% de los que están ingresados por esta causa en los 32 centros que conforman la red asistencial de la Comunidad de Madrid). Desde su inauguración, han sido 1.600 los pacientes atendidos.
La dirección del hospital ha denunciado una lista pormenorizada de quebrantos, cuyas responsabilidades ayudará a esclarecer la Policía, hasta poner en la bandeja de la Fiscalía las pruebas encontradas. Boicotear un hospital, en perjuicio de pacientes, trabajadores y dinero público, con el exclusivo propósito de denigrar al adversario, es una infamia miserable.
Entretanto, más madera para el medallero de la pandemia. El único país del mundo cuyo Gobierno, en pleno apogeo del virus, no ha puesto los pies en el hospital de pandemias y tras los hechos denunciados ha optado por ponerse de perfil. En su día dijo que respetaba su inauguración, al tiempo que criticaba el victimismo de la hada madrina de la hostelería, que está pidiendo a los críticos “que se manifiesten en Sol, frente a su despacho, pero dejen en paz a pacientes y sanitarios”.
Recuerde el lector: “Hemos vencido al virus, salgan todos a comprar, viajen”. Vamos por la tercera ola y la pandemia no es neutral.