La partida del tablero mundial y sus competencias geoestratégicas

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La aldea global ya no es una superficie de libre albedrío para los Estados Unidos de América, pero, tampoco, ha supuesto la emergencia del ansiado orden multipolar. Más bien, prevalece la sensación de encaminarnos a un mundo sustentado en la tripolaridad Estados Unidos-Rusia-China, cuyo diseño integral de los organismos políticos y económicos del gobierno mundial parecen acoplarse a marcha forzada, como es el caso de Naciones Unidas o las instituciones económicas de Bretton Woods (1944).

Un lugar donde se instauraron las reglas comunes para las buenas relaciones comerciales y financieras entre los estados más industrializados; tratándose de acabar con el proteccionismo del periodo 1914-1945 inaugurado con la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Porque, en el fondo de la cuestión para alcanzar la paz, debían concurrir políticas librecambistas que establecieran los vínculos con el exterior.

Por lo tanto, el orden mundial en el que estamos inmersos, no ha derivado de una reorganización sistémica y consensuada por parte de las potencias que confluyen, sino, más bien, por las sacudidas a modo de choques entre las placas tectónicas en su fase de reacomodo, que se formulan a modo de batallas comerciales y económicas y el desbarajuste complejo de numerosas conflagraciones bélicas, donde los actores se desenvuelven sobre uno y otro bando, tal como se ha podido demostrar en el conflicto de Siria iniciado el 15 de marzo de 2011.

Luego, lo expuesto inicialmente, no es algo que sea novedoso.

Lo que objetivamente es revelador, forma parte de los términos implementados en lo que antes se concebía ‘la guerra’. Ésta, parece enmarcarse en un dispositivo inviolable, valga la redundancia, para hacer política y la política sería únicamente una variante de la guerra.

De ahí, que se haga manifiesto el designio norteamericano de establecerse como el único imperio global, gobernando la administración de las finanzas capitalistas e imponiéndose como estado que ocupa el primer puesto. Algo así como, una superpotencia mediante la ostentación militar, que, hoy por hoy, ha sido retada por Rusia como la gran fuerza combatiente y el brío económico de China, cuyos efectos comienzan a intimidar la economía norteamericana. Estos actores (Estados Unidos y Rusia) se aproximan a las formas proteccionistas pasadas y se desestructuran algunos de los elementos del control financiero, como la entronización del dólar.

Advirtiéndose que en la geopolítica todo es lícito cuando se ambiciona esclarecer y pronosticar los comportamientos políticos en variables geográficas.

Con esta breve introducción, el mapa mundial se considera algo así como un tablero de ajedrez donde comparecen dos bandos que pugnan en una partida. Ahora, tan solo queda conocer, quién dominará este escenario irresoluto y si en el transcurso del juego se efectuaría algún alto en el camino.

Si bien, en esta competición el plan pasa por asaltar el tablero en cada uno de sus frentes y aniquilar las fichas contendientes, indudablemente, se han de ejecutar movimientos premeditados que sirvan estratégicamente para conquistar las metas aparejadas. Interviniendo piezas de distinto rango e influencia, porque, no es lo mismo el valor de una torre o reina, que la de un simple peón.

De manera, que en estas líneas se expone una partida de ajedrez entre dos grandes bloques de naciones. Hallarse en uno u otro bando, no imposibilita que existan algunas relaciones, a pesar de encontrarse en el otro extremo.

Esto se concretaría a modo de ‘intereses geopolíticos’, ‘modelos políticos y económicos’, ‘pasado histórico’ y así un largo etcétera.

Inicialmente, con el indicativo de ‘Bloque occidental’ se dispone una lista de países que, en términos generales, ostentan idénticas peculiaridades como la cooperación militar, el sistema político de democracias liberales o la economía de mercado, entre otras. Fuerzas económicas como Japón o Alemania y dominaciones militares como Estados Unidos o Reino Unido, se concatenan con otras fichas del tablero, pero de menor envergadura que colaboran como Italia, Canadá, Australia, Bélgica o España.

Priorizándose a Estados Unidos, como la pieza primordial de este bloque.

En el otro extremo del tablero y con afanes totalmente contrapuestos, se disemina el llamado ‘Bloque emergente’, designado así, porque hace unas décadas algunos de sus actores poseían menos protagonismo que en los momentos que vivimos, afianzándose gradualmente en la toma de decisiones.

Actores como India, China o Irán están presentes en esta posición de la tabla. Topándonos con democracias más inconsistentes y de menor valía, así como la presencia de extraordinarios despliegues militares. Aquí, el rey de este grupo es Rusia, que amplía su proyección política en cada una de las fichas que le rodean, e incluso, posee peones como Bielorrusia.

Una vez avistados los dos frentes que sin tregua compiten en el tablero global, en atención a las habilidades, debilidades y fortalezas que implementan los planes de acción, es indispensable valorar los movimientos e inclinaciones que últimamente se han dado, tratando de concebirlos desde la esfera del existencialismo y la lucha por la supremacía, donde algunos tienen capacidad de influencia más allá de sus fronteras, mientras que otros, son más vulnerables a estas acciones. En esta tesitura, a mediados de diciembre del año 2018 se originaron dos movimientos considerados como transcendentales, por lo que a posteriori se combinaría.

Primero, el 18 de diciembre llega la información que Rusia está negociando con Venezuela para levantar una base militar en este estado latinoamericano; segundo, el 19 de diciembre Estados Unidos opta por quitar sus tropas de Siria, dándose por completada su estancia en esta campaña. Ciertamente, estos movimientos entrevén dos triunfos para el ‘Bloque emergente’, a diferencia del ‘Bloque occidental’ que da por desaprovechada la casilla de Siria, una de las principales bazas de este tablero, e igualmente sucede en el apartado de Venezuela, otra de las casillas de especial relevancia en esta partida.

© Fotografía: National Geographic de fecha 20/VII/2019

Evidentemente, el compartimiento que pertenece a Venezuela adquiere repercusión en el campo de batalla, porque el ruido ocasionado es más que suficiente para promover importantes tendencias en los elementos del tablero.

En enero de 2019, tan solo unas semanas más tarde de presumirse la probabilidad de las pretensiones rusas en Venezuela, con un movimiento contiguo, intencional y descifrado, el ‘Bloque occidental’ niega al presidente Nicolás Maduro Moros y reconoce a Juan Guaidó Márquez como nuevo presidente de este país, dándose por inaugurada una grave crisis diplomática.

Sin obviar, que desde 2016 Donald John Trump alcanzara la presidencia de Estados Unidos, una gran polémica le ha seguido: su relación con Rusia. De hecho, los medios de comunicación americanos afirman que mantiene fuertes intereses con este país, y que incluso existieron móviles fundados para que finalmente se hiciera con las elecciones presidenciales.

Estas insinuaciones han superpuesto a la Casa Blanca en la línea con el Kremlin. De ser irrefutable esta afirmación, el influjo efectivo de Estados Unidos podría estar unido a los empeños del ‘Bloque emergente’. En definitiva, sacar las tropas americanas de Siria donde Rusia tiene una base militar, ha sido una medida que ha situado a Trump como aliado directo de Vladímir Putin, puesto que ha favorecido a este bloque.

Con todo, cuando a principios de 2019 Trump dirigió una incursión para reemplazar al gobierno de Venezuela, quedó palpable que sus aspiraciones colisionarían frontalmente con las de Rusia y el ‘Bloque emergente’.

De ello se desprende, que por momentos el ajedrez mundial sea un jeroglífico.

Dominar la partida, es a corto plazo una obligación, pero ir adelantando y despojando de casillas al oponente, es algo que si se juega con destreza se puede lograr a largo plazo. Esto sería comparable a eliminar gobiernos, persuadir al conjunto de la población, irrumpir militarmente o emprender con sagacidad acometimientos de manera violenta, preferiblemente con la explotación de armas de toda índole.

En esta partida de ajedrez las piezas se sitúan estratégicamente para adjudicarse la victoria. Cada movimiento es estudiado y planificado convenientemente, tanteando los pros y los contras, debiendo avanzar por sorpresa para confiscar la totalidad del tablero y asestar el jaque mate final.

La geopolítica es experimentalmente análoga, la única diferencia es la dimensión del tablero mundial. La partida se materializa en cada uno de los escenarios referidos. Concretamente, desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se extraen dos jugadores generales: Occidente y los demás actores intervinientes.

El primer equipo está liderado como no podía ser, por los Estados Unidos; el otro, es mucho más desigual, aunque se puede contemplar a Rusia y China como cabezas de lanza. En el bloque no occidental se encuentran otros jugadores como Venezuela e Irán, que asumen una representación estratégica preferente y que se auspician como elementos básicos en la conformación del mapa actual.

Así, un país como Chad difícilmente tendría validez en esta partida, sin embargo, otros actores como México o Siria, deben tenerse en cuenta por el alcance de su economía, el contexto geográfico y la ordenación geopolítica.

Véase como ejemplo, los economistas que se pronuncian para contrastar el horizonte de desarrollo a nivel global, una partición que puede emplearse para diversificar a los dos jugadores preferentes que se baten a vida o muerte.

Los países centrales conforman la denominada Tríada económica, que simboliza el conjunto de las tres regiones que sobresalen en la economía mundial, así como los grandes alineamientos de la política internacional como América del Norte (Estados Unidos + Canadá); Europa Occidental (Unión Europea + Noruega + Suiza) y el Asia-Pacífico (Japón + Corea del Sur + Australia + Nueva Zelanda), con tres polos destacados en varias direcciones (Estados Unidos, Unión Europea y Japón).

No obstante, Sudáfrica, Turquía y Malasia como naciones emergentes acrecientan su presencia en el tablero internacional, porque, realmente son Estados Unidos, Rusia y China los que marcan la agenda que han de adoptar. Con ellos, como potencias supervisoras, el juego arranca con los desplazamientos de fichas que han de ser sostenidos y en ambos bandos.

Ciñéndome en la maniobra que arma Estados Unidos, con minuciosidad dosifica las piezas en los cinco continentes, ocupando el primer plano en la mayoría de los conflictos. Sus celeridades atañen al resto de jugadores y cada vez que se desplaza, fluctúa el bloque contrario.

Hacerse con el control de los recursos energéticos y mantenerse como la única potencia mundial, pasa por seguir siendo su propósito cardinal; el inconveniente radica en que otros estados se contraponen al tener intereses similares. Justificándose a todas luces, la demanda geopolítica y estratégica que apela Estados Unidos, al sentirse cómoda a la hora de participar como una pieza invaluable.

Y, es que, en los frentes operacionales que actualmente están abiertos, es Occidente quien parece estar dispuesto a mover fichas.

De ahí, que en numerosas ocasiones se haga referencia al ‘imperialismo estadounidense’, o ‘imperialismo americano’, adoptado por los medios de izquierda para referirse al expansionismo histórico y el reinante peso político, cultural, militar y económico que subyace, al estar dispuesto a conjeturarse como el potencial referente, dependiendo de la congruencia internacional en que se halle. Autoproclamándose en su labor de policía global, que, por doquier, allí donde se mueve, dosifica aires de libertad. Justamente, los sectores que en nuestros días carecen de su apoyo, padecen todo tipo de inseguridades.

En esta partida las fichas enemigas no sólo se aniquilan con instrumentos armamentísticos, sino, asimismo, con encajes políticos, económicos y tecnológicos.

En consecuencia, Estados Unidos ha puesto en funcionamiento algo así como los ‘golpes de Estado a distancia’, que es un artificio para salir victorioso sin lanzarse directamente, desplegando una estrategia de espionaje global como ocurrió en 1953 en Irán o en 2002 en Venezuela.

No titubeando en puntear a estados como Libia, Sudán, Cuba, Irak, Siria, Afganistán, Corea del Norte, Yemen o Irán, calificados como escenarios altamente terroristas. Designación que no presume una simple agresión verbal, sino que conjuntamente, comprende prejuicios económicos, divergencias políticas e intromisiones militares que seguidamente puntualizaré.

Primero, al reseñar la problemática desventaja económica habida en algunos territorios, Estados Unidos induce a que sus adversarios queden postergados de la comunidad internacional y de los acuerdos comerciales vigentes. Además, ningún estado de Occidente puede ser aliado de estos países que practican o defienden el terrorismo.

En este sentido, las facciones de este tablero quedan perfectamente determinadas: el actor que asista a Irán se hallará en un flanco y el que lo desacredite, estará en el otro lado bajo la atenta mirada de los estadounidenses.

No es de extrañar que Palestina, Rusia, Bolivia, China o Venezuela estén en el grupo enfrentado a Occidente, porque se reservan relaciones internacionales que no gustan para nada a Estados Unidos.

Segundo, con respecto a los recelos económicos, Estados Unidos entorpece el comercio en países barajados con indicios terroristas. Para ello, aplica duros castigos económicos como las sanciones incurridas contra Irán o el embargo a Cuba. En suma, desde el siglo pasado han sido veinte los países afectados por este pulso, como Ucrania, Siria o Libia.

Tercero, en el plano de las injerencias militares, los territorios contrastados por Estados Unidos con este rasgo, instintivamente pasan a ser contrarios de Occidente, o lo que es igual: contrincantes de la paz, rivales de los valores democráticos y traidores de la libertad. Mereciendo ser agredidos y destruidos como ha ocurrido en Libia, Afganistán, Siria o Irak.

La onda expansiva de estos conflictos no es más que el de ‘guerras de invasión’, ‘ocupación’ y ‘reconstrucción’ de Estados-naciones fallidos, que no solo entraña irregularidades en sus funciones por proveer el bienestar a la población, sino, que, a la vez, encarna una amenaza transnacional.

El procedimiento activo concierne al terreno de las ‘guerras no convencionales’ y al ‘apoyo financiero y militar’ de fuerzas irregulares consignadas casi meramente a minar el control terrestre y descomponer geográficamente unidades políticas más extensas; sosteniendo la ruptura de estados y regiones y coyunturas de nuevos bloques regionales.

Visto lo analizado en estas líneas, un hipotético cambio en el orden mundial, podría no ser un presentimiento demasiado incoherente. La decadencia de los pueblos desarrollados y las incesantes dificultades económicas que se agolpan, han pasado a ser hoy por hoy entornos más que indiscutibles.

Es incuestionable, que Estados Unidos catalogado como la potencia mundial número uno, se siente suplantado de su puesto hegemónico por China; un estado que no pone freno en sus máximos de expansión y que abandera los rankings de consumo, producción y comercio.

Pero, amén de los argumentos de este gigante (China) que es una confirmación absoluta, en el panorama se vislumbran a otros demandantes que se posicionan como serios pretendientes a ocupar un espacio hostil. Así, territorios como Rusia, México, Indonesia, Brasil o India escalan terreno por el producto interno bruto nominal, dejando rezagados y quedando atrás a países como España, Noruega, Canadá, Holanda, Suecia o Italia.

Esto sería a groso modo, el retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría, habiendo utilizado metafóricamente ‘la partida de ajedrez’ para conquistar un tablero, donde lo que prima es la confabulación de las relaciones internacionales y las artimañas en los movimientos estratégicos, para al menos, estar empeñado a cualquier precio en algún campo o polo global.

Publicado en el ‘Diario de Información Autonómica el Faro de Ceuta’ el día 25/VII/2019.

© Fotografías: National Geographic de fecha 20/VII/2019 y la breve reseña insertada en la imagen iconográfica es obra del autor.

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