La presencia de la reina Sofía (85 años) en el Jueves Santo malagueño –una de las citas más genuinas de la Semana Santa– con el encuentro de la Legión española con el Cristo de Mena, su protector, ha generado una secuencia de recuerdos y emociones que pertenecen a lo más profundo del pueblo español: las procesiones.
Lo dejó escrito Antonio Machado: «¡Es la fe de mis mayores!».
La Casa Real había comunicado a la Congregación de Mena –resultado de la fusión, en 1915, de la Antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, con la Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas– la voluntad de la reina Sofía de acudir, en visita privada, al desembarco de la Legión y posterior traslado del «Cristo de los legionarios».
En un día inclemente de viento racheado y benéfica lluvia, durante la espera impaciente del buque de la Armada española procedente de Ceuta, un hombre abrió un paraguas y la gente en la plaza empezó a silbar y a pedir que lo cerrase, como si abrirlo fuese un signo de mal augurio.
Doscientos caballeros y damas legionarias del Tercio Don Juan de Austria, a ritmo ligero, desembarcaron en el puerto de Málaga, donde sonó el Himno Nacional y la reina Sofía, bajo un paraguas salvador, fue la encargada de pasar revista a las tropas, entre vítores del público.
Con el Cristo de Mena a hombros de 13 gastadores, el desfile a 160 pasos por minuto, breves paradas para selfis y vapeo, los legionarios cantaban –repetida como salmodia religiosa– «El novio de la muerte», una emotiva canción de cabaret de los locos Años Veinte, adaptada como himno, que hace referencia a que el legionario no debe tenerle miedo a la muerte.
Bajo el reinado de Alfonso XIII se impulsó su creación. En un acto en el Palacio de El Pardo, el 28 de enero de 1920, el rey firmó un Real Decreto por el que disponía que «con la denominación de Tercio de Extranjeros, se creará una unidad militar armada».
Así nacía una unidad singular en la que nadie preguntaba la procedencia ni los antecedentes de quienes deseaban formar parte de ella, como se recoge en su himno:
«Somos héroes incógnitos todos / nadie aspire a saber quién soy yo / Cada uno será lo que quiera / Nada importa su vida anterior / pero juntos formamos Bandera / que da a la Legión el más alto honor».
Apenas ocho meses después de la publicación de aquel RD, el Tercio de Extranjeros recibió el primer alistamiento y menos de un año más tarde, en 1921, los caballeros legionarios, asolados por los desastres de la guerra del norte de África, solicitaron formalmente la protección del Cristo de la Buena Muerte.
Años más tarde, en 1927, en Dar Riffien (a 6 km de Ceuta) sede del Cuartel de la Legión Española, tuvo lugar en presencia de Alfonso XIII, actuando como madrina la reina Victoria Eugenia, un acto cargado de simbolismo, la entrega de la primera enseña nacional con la que contó el Cuerpo.
En 1996, en presencia de los reyes Juan Carlos y Sofía, mayordomo y camarera honorarios de la Real Hermandad de Mena, la Brigada de la Legión recibió oficialmente la denominación «Rey Alfonso XIII», en un sencillo acto en el que se rindió un homenaje al monarca, que salió de España en 1931.
En esta primavera borrascosa de 2024, casi un siglo de historia después, Málaga y la Legión han vuelto a estrechar sus fuertes lazos históricos. El fervor que la ciudad siente por el Cristo de Mena, la Virgen de la Soledad Coronada (de Avalos) y la Legión, ha vuelto a quedar patente en esta ocasión, donde nada ha frenado a miles de personas que se han echado a las calles de una metrópolis asombrosa y bien
gestionada.
Todo ello acentúa el contraste con un ambiente teñido de mendacidad y violencia verbal –que tiene como efecto la desmoralización social– al convertirse nuestro régimen de vida en una espontaneidad sin códigos, frenos, ni educación.
Cuando la tensión política alcanza niveles insoportables, con tanto canijo suelto, la amnistía a trompicones, enredados en el laberinto catalán y el independentismo ocupando la escena, en tiempos de valores patrióticos en crisis, el indulto de Jesús el Rico a un preso sin delito de sangre, la presencia de la reina Sofía en Málaga, aterida a pie firme, el abrazo con Banderas –optimista antropológico y cofrade de la hermandad Lágrimas y Favores– el saludo cordial al espetero del chiringuito playero… quedan como bálsamo en medio de la turbulencia y símbolo para la historia.
Como siempre, la Reina –que fue y siempre será– estuvo donde había que estar.