viernes, abril 19, 2024

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Líbano, un conflicto interminable de todos contra todos

Los conflictos bélicos son acciones inhumanas que dejan huellas imborrables, donde es necesario la implementación de un proceso de recuperación y reconciliación integral. Sobre todo, en estados con comunidades como la punta de un iceberg en constantes laberintos. 

Todos contra todos, este es el eslogan que extracta el trance de Líbano. 

Y, es que, los distintos grupos religiosos y políticos que subyacen, compitieron de manera cruenta en la Guerra Civil (1975-1990) y las tensiones continúan presentes treinta años después, exacerbado con la reciente explosión acaecida en Beirut que dinamita un sistema político de división confesional y cuotas de poder.

En una tentativa del Gobierno por imponer el olvido de lo pasado y hacer de la acción bélica un tema tabú, los hechos desencadenados han sido deplorables y rotundamente condenados a los ojos del mundo. 

Sin lugar a dudas, Líbano es un territorio complejo, especialmente, por acoger a inmigrantes, desplazados y refugiados. Tanto armenios, como sirios, kurdos y palestinos, han irrumpido en los últimos tiempos, lo que agiganta el caldo de cultivo de minorías dispuestas en dieciocho grupos. En esta amalgama de dogmas la corriente más numerosa es la musulmana que comprende el 58%, y que aglutina a los chiíes y suníes con el 35% y 23%, respectivamente. 

Los cristianos ocupan el 27% de la población y son mayoritariamente maronitas. 

Además, residen armenios, protestantes y ortodoxos; aparte de los drusos, una secta de la variante chií establecida en Siria, Israel y Líbano, que representa el 7% del estrato poblacional. Con lo cual, la miscelánea de culturas y religiones que remotamente se han entrecruzado por esta superficie, jamás dejaron de prevalecer piedras en el camino. Las centurias más recientes sometidas a una ebullición inmutable: comenzando por el Imperio Otomano y el colonialismo europeo, hasta la paz inconsistente que resultó de la última guerra civil con el asesinato de Rafiq Hariri (1944-2005).

Mismamente, por lo abrupto de su terreno, Líbano es una guarida perfecta para las minorías acorraladas. Justamente, la recalada de refugiados de varios cultos, principalmente, musulmanes y cristianos fragmentados en múltiples sectas y tendencias, es lo que ciertamente problematiza la sociabilidad. 

En las postrimerías del siglo XIX creció un fuerte sentimiento nacionalista árabe, con la premisa de extinguir la opresión otomana. Para ello, admitieron la protección interesada de Gran Bretaña, inmersa en la Primera Guerra Mundial y en la pelea por el dominio de la zona. La perturbación detonó en 1916 y los turcos fueron vencidos. 

Consumada la conflagración, los nacionalistas aliados con las oligarquías regionales, pretendieron establecer varios Estados árabes, entre ellos, la Gran Siria, que engloba Palestina, Siria y Líbano. Toda vez, que esta iniciativa no gustó a los imperialistas europeos y la Gran Siria se dividió en mandatos repartidos entre Gran Bretaña y Francia. Era irrefutable, nada más surgir el sueño fugaz, se deshizo.

Posteriormente, la repartición de los restos del Imperio Otomano, otorgó a Francia la supremacía. 

Ya, en 1920, la extensión musulmana y la montaña maronita quedaron conjugadas bajo una dirección única y con los límites fronterizos de hoy. Los franceses favorecieron política y económicamente a los cristianos, mientras que la urbe árabe, disconforme con su presencia, quedó postergada.

El impulso económico fomentó el fortalecimiento de la élite comercial, pero, del mismo modo, resaltó las disyuntivas practicantes. En 1943, suníes, maronitas y otras congregaciones minoritarias refrendaron el Pacto Nacional para repartirse el poder y proclamar la Independencia.

Con la marcha del ejército francés en 1946, se inició un período de auge económico. Sin embargo, la estancia de los cristianos en los puntos claves del Estado y la insatisfacción de la creciente población chií, inquietaban el incierto equilibrio alcanzado. Únicamente, una pequeña chispa reactivaría los peores augurios.

Más tarde, la Administración instaurada, prácticamente pendía de un hilo, quedando repartidos los poderes religiosos con la finalidad que nadie quedase excluido por parte del Gobierno. 

En esta tesitura, el puesto de Presidente de la República habría de ser desempeñado por un cristiano maronita; como igualmente, el del primer ministro, por un suní y el Presidente de la Asamblea de Representantes, por un chiita. 

No obstante, aunque el ejecutivo constituido de aquella manera para impedir otra crisis interna, daba la sensación de estar moviéndose a medio gas y ofreciendo una aparente estabilidad, las dificultades externas de la región con otras naciones, fundamentalmente con Estados Unidos, no acaban.

Desde febrero de 2019, el Líbano está conducido por un Dirección de Unidad Nacional, constituida por las coaliciones ‘14 de marzo’ y ‘8 de marzo’, respectivamente. 

La primera, afloró tras el asesinato en 2005 del ya citado primer ministro Rafiq Hariri; en cambio, la segunda se promovió en contestación a la anterior, cuyo músculo principal se halla en la organización islámica musulmana chií libanesa ‘Hezbolá’, adaptación fonética al español, también escrito como ‘Hizbulá’, ‘Partido de Dios’, que cuenta con un vigoroso brazo político y otro paramilitar.

Este movimiento se fundó en 1982 como expresión a la participación israelí de aquel momento en suelo libanés y actualmente obtiene armas, adiestramiento y apoyo financiero de Irán. Con el matiz, que por numerosas agresiones premeditadas a la ciudadanía, la Unión Europea, los Estados Unidos e Israel, lo reconocen fehacientemente con connotaciones terroristas.

Sin ir más lejos, el pasado año Mike Pompeo (1963-56 años), en calidad de Secretario de Estado estadounidense se atrevió a catalogar a Hezbolá de terrorista, como táctica de violencia, en una conferencia de prensa para retraer a los incondicionales iraníes del Gobierno libanés. En comparación, el ministro Gebran Bassil (1970-50 años) escudó al grupo militar y subrayó la alianza entre las formaciones en el poder.

Cabe distinguir, que tanto los estadounidenses como la UE, han insistido desde hace varias décadas en su respaldo persistente al Estado de Israel, que no da tregua en su incesante combate por la demarcación contra los árabes.

Paulatinamente, Líbano se convirtió en una comarca que aloja a más de un millón y medio de refugiados procedentes de la guerra de Siria, que malviven en condiciones intransigentes por las políticas vehementes de no consentir una ocupación de los ciudadanos sirios en su área. 

Por si los inconvenientes con los refugiados no quedasen ahí, la UE ha seguido congelando miles de millones de euros de ayuda humanitaria, que por negociaciones internacionales incumben a los refugiados y que en su totalidad, están asentados en enclaves donde el protagonismo de Hezbolá es imponente.

Quizás, uno de los intereses esenciales por los que muchos pueblos vuelcan su atención en este territorio, desenmascara sus reservas de gas situadas en las franjas costeras próxima a la frontera con Israel, por lo que es un escenario contante de presión. En atención a los mapas vistos por la Organización del Atlántico Norte, por sus siglas, ONU, 860 kilómetros cuadrados recaen en este país.

El sector conocido como ‘Bloque 9’ de los tramos de pozos de gas natural y petróleo en aguas territoriales libanesas, conserva una de las reservas más grandiosas de naturaleza fósil en la circunscripción. 

Es por este motivo que un sinnúmero de observadores presienten que las rigideces entre ambos países podrían saltar en pedazos, si alguno se lanza con intenciones ostensibles de iniciar excavaciones en el recinto. Si bien, advierten poco previsible una guerra, porque Israel esquivaría dar la más mínima posibilidad a Hezbolá, como valedor acérrimo de una tesis que contaría con el soporte de los libaneses.

Hoy por hoy, el origen de la terrorífica detonación en el puerto de Beirut que ha provocado el fallecimiento de al menos 177 personas, heridas a otras miles más y privadas de sus hogares a centenares de miles, se dilatará hasta su esclarecimiento, si es que se desenreda lo sucedido en un sistema político agotado. 

La acumulación fraudulenta y ambigua durante años de 2.750 toneladas de nitrato de amonio, un compuesto altamente volátil, ha confirmado la grieta del Estado libanés. En otras palabras: desbarajuste oficial, pesquisas carentes de fundamentación, falta de seguridad básica y de coordinación en los servicios públicos.

Beirut es la capital y cuna por excelencia de Líbano, oficialmente como República Libanesa se ubica al Oeste de Asia. Colindando a mitad del litoral libanés con Biblos y Trípoli al Norte y Sidón y Ruri al Sur. Asimismo, está envuelta de cordilleras y sus límites al Norte ensarta las arenas semidesérticas de Siria y al Sur con las de Israel. Sin soslayarse, que está guarecida por el monte Líbano y rodeada por el Mar Mediterráneo.

Este departamento atesora un valor añadido para el Líbano, no ya sólo porque de sus embarcaderos junto a Tiro, Sidón y Biblos partieran los barcos fenicios que colonizaron la cuenca mediterránea, sino también, al erigirse en el pórtico comercial y cultural en Oriente Medio. De ahí, ese espíritu cosmopolita arraigado en una sociedad acentuadamente pluriconfesional y multiétnica.

A su vez, es el puerto marítimo cardinal del estado, además de albergar diversas universidades y centros financieros. 

Si desde octubre se habían registrado esporádicas expresiones de desaprobación, como en Argelia o Irak, a modo de resonancias tardías de la denominada ‘primavera árabe’; Líbano, amasa particularidades que lo hacen esencialmente desacreditado: está falto de recursos originarios pujantes y resiste la gravitación de los evadidos del conflicto de Siria. Pero, lo que ha precipitado el colapso es la caída del sistema monetario y la decadencia del tejido comercial, sus garantías inseparables de estabilización, e incluso en los instantes pésimos de la inacabable guerra civil.

La clase dirigente se prodigó a procedimientos ilícitos e imprudentes, que acabaron por desmantelar a la nación y apremiarla a solicitar un rescate financiero al Fondo Monetario Internacional, por sus siglas, FMI, sin que de momento hayan terminado los acuerdos previstos para beneficiarse de los miles de millones demandados para el rescate.

La divisa nacional ha dilapidado el 80% de su valor y la indigencia ataviada de pobreza pronto tocará las tres cuartas partes de la población. Sin inmiscuir, que el COVID-19, comúnmente conocido como coronavirus, está empeorando el entorno.

El Gobierno ha desistido a su proyecto, pero no será suficiente para serenar la rebeldía social, que no tolera la desidia del sistema político. A pesar de no ser algo reciente, Líbano está aferrado a un rompecabezas comunitario y confesional de reparto de las funciones más altas del Estado, pero, por ramificación de toda la configuración de poder. 

Como se ha antedicho, los cristianos maronitas patentizan la Jefatura del Estado y una sucesión de deberes en las instituciones; los musulmanes sunníes retienen la Jefatura del Gobierno y parte del armazón burocrático; mientras, los musulmanes chiíes alargan la Presidencia del Parlamento y la arbitrariedad de los órganos legislativos.

Los discontinuos conatos por reformar la estructura de poder han resultado infructuosos, cuando no han servido para consolidarlo con falacias de modernización. El sistema está enraizado en el legado colonial e influjo perjudicial que los actores más próximos han desempeñado sobre el país.

En Líbano las afinidades no responden a las fisuras religiosas o sectarias frecuentes en otras esferas. Recuérdese al respecto la guerra civil, cuando los sirios pactaron con los cristianos para luchar y, poco más o menos, sacrificaron a los palestinos, que habían protegido con anterioridad.

Los diferentes bandos cristianos, llámense tradicionalistas, nacionalistas o falangistas, contendieron implacablemente entre sí por la superioridad política en su comunidad, desmembrándose al tomar distinta fuerza política con la incursión israelí de los ochenta, que algunos entablaron y otros acecharon con creciente desconfianza. El allanamiento de la República Islámica de Irán revolucionó los contrapesos en la región, con impacto exclusivo en Líbano.

Lo cierto es, que las facciones chiíes tradicionales terminaron desbordadas por Hezbolá. En su triple magnitud de formación política, organización social y cuerpo combatiente, se ha convertido en el ejecutante preferente del vivir cotidiano y elemento determinante del fracaso de Israel.

El empuje de Hezbolá descompuso el alineamiento político libanés. Las intrusiones externas alteraron concluyentemente el horizonte. Por antonomasia, Líbano es un territorio avispado en la disputa de Irán y Arabia Saudí. 

En la palestra sunní, supeditada por las petromonarquías del Golfo, la armonía notoria no es la que parece. Sus dirigentes operan a modo de intérpretes solapados en los intereses de sus protectores. Lo que no ha imposibilitado bochornosos episodios, como la detención en Riad del Jefe del Gobierno, Saad Hariri (1970-50 años), hijo de Rafiq. 

Realmente, nadie admitió la interpretación oficial de una hipotética intriga de los chiíes, más bien, los saudíes le habrían presionado para obligarlo a una mayor resistencia frente a Hezbolá. A duras penas podía hacerlo y ratificó su dimisión.

En cuanto al liderazgo cristiano se han socavado las discrepancias. El Jefe de la República de Líbano, Michel Naim Aoun (1935-85 años) cabecilla del partido ‘Movimiento Patriótico Libre’ con un enfoque secular de la política, en ningún tiempo consintió las imposiciones de Israel y mucho menos, de Arabia Saudí, prefiriendo congeniar con las milicias proiraníes, a quienes le brindó con su influencia en el estamento castrense.

Paradójicamente, la distribución comunitaria de las altas instituciones del Estado no se corresponde con los lazos electorales antes aludidos, que proyectan ser intercomunitarios. Esta compensación de fuerzas ha blindado a la clase dirigente y de la disidencia ciudadana no han aflorado opciones funcionales. 

Paralelamente, Occidente no ha arrimado el hombro demasiado. Washington se ha tachado de la zona; en lo que atañe al poder colonial, Francia no desiste a su predominio. 

En la cara de una moneda, primero, Enmanuel Jean-Michel Macron (1977-42 años) se ha desplazado a Beirut, con el propósito de encandilar variaciones que auspicien la ayuda internacional; tal vez, con un acento poco usual en un dirigente extranjero, cuando París es el garante primordial de esa asignación antigua de poder y permanece apuntando por un Gobierno de unidad.

En la otra cara, Aoun ha criticado duramente el viaje relámpago de Macron por su inadecuada injerencia y ha objetado cualquier investigación sobre el siniestro, sugiriendo que extorsionaría la aclaración de lo acaecido. Habiendo solicitado las imágenes de satélite, probablemente, entendiendo que podría distinguirse algún elemento desconocido como bomba o misil.

Con ello se descifra, que la máxima autoridad libanesa señala a Israel, que supuestamente habría consumado una maniobra oculta de destrucción masiva del material explosivo reservado por Hezbolá.

Y, segundo, el subsecretario de EEUU para los asuntos políticos, David Hale, ha informado que la Agencia Federal de Investigación, FBI, se incorporará a la supervisión de los orígenes del estallido, considerado el más significativo tras los promovidos en Hiroshima y Nagasaki en 1945, ante la abominable opacidad de las autoridades libanesas.

Consecuentemente, el relato evidenciado con conspiraciones ficticias o reales y las argucias en los culpables de la hecatombe habida en Beirut, enmarañan cualquier receta de salida a la crisis. La inquietud social se agranda y la amenaza exterior pone contra las cuerdas cualquier atisbo de esperanza.

El restablecimiento del centro de Beirut, otra vez en escombros, ha quedado a merced de las redes corruptas que circundan a un Gobierno con políticas de amnesia; más inclinado por los intereses de las potencias regionales o internacionales, que de las premuras y eventualidades de una población abrumada por la incompetencia administrativa.

En las últimas horas, el cese de la Dirección y de un numerosísimo grupo de parlamentarios, vislumbra un rayo de esperanza para que se abran las puertas a otras elecciones que reconduzcan el futuro de un sistema más democrático, con Beirut reapareciendo de su devastación y el Líbano, de una vez por todas, erigiéndose en un puente de Oriente Medio al Mediterráneo.

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