Malos tiempos para la lírica

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Aunque les parezca una mezcla un poco rara, hoy les voy a hablar de un chuletón, de la quinta ola de la pandemia y de poesía. Ya sé que con la que tenemos encima son malos tiempos para la lírica, pero cuando me lean lo van a entender enseguida.

He estado a punto de invitarles a hacer un pequeño experimento sociológico. Uno chiquitín, sin grandes pretensiones, de andar por casa vamos, de esos que se hacen sin necesidad de la intervención de una gran empresa demoscópica, pero no he tenido paciencia y lo he hecho yo, a lo largo de toda la semana, por ustedes.

La cosa se mueve por las redes sociales, eso ya lo sabemos, y Twitter es el campo de batalla. De batalla, no de tertulia, porque por ese terreno tuitero hay que circular con casco y con chaleco antibalas. En fin, que el lunes empecé a publicar mensajes sobre el incremento de la incidencia acumulada de la pandemia, sobre el crecimiento exponencial de los contagios por Covid y sobre el comportamiento de los más jóvenes al respecto, con viajes fin de curso, botellones y demás citas festivas sin mucho control.

Ese fue el inicio, porque a continuación fui devorado por la concurrencia. Comido vivo, oiga, sin freno, sin medida y no sé si con una buena dosis de sinrazón. Bueno, con razón o sin razón, pero con una violencia verbal propia de los mejores momentos estelares del enfrentamiento político polarizado que vivimos en España.

Me costó darme cuenta de que, en el fondo, mi provocación había despertado una reacción política muy extremada y con marcados tintes conservadores. Mejor dicho, ultraconservadores. Y me sorprendió mucho el sesgo de los que me negaban en la cara que la quinta ola ya está aquí, para defender a ultranza el derecho de los jóvenes a hacer lo que les dé la gana a la hora de divertirse este verano.

Después de que, por tan solo publicar datos, cifras y hechos reales y constatables, me pusieran a caer de un burro, en lugar de tocar retirada, con un ‘sus y a por ellos’ me decidí a abrir otro frente polémico tras ver el vídeo en el que un ministro del gobierno de España hablaba sobre el consumo de carne y los terribles peligros que nos acechan. En principio, pensé que era por lo de la contaminación causada por los pedos de las vacas, fíjense mi inocencia, pero luego vi que la cosa era de mayor calado ecologista.

En fin, que me posicioné a favor del Presidente del Gobierno y, compartiendo su opinión, publiqué que lo de que yo prefiero, como él, es un buen chuletón a la brasa y que eso es imbatible, foto espectacular de mi cena de la otra noche, incluida.

‘Madredediosssss’ la que se me vino encima. Yo, en principio, pensé que eran gentes preocupadas por mi salud, pero no, nada más lejos. En realidad, muchos de los interlocutores tuiteros lo que me deseaban era la peor salud del mundo mientras me dedicaban algunos de esos insultos tan nuestros, tan españoles, que me divierten tanto.

Tardé unos minutos en darme cuenta de que, otra vez, era una cuestión política. Esta vez la reacción era de signo contrario. Fascista carnívoro me llegaron a llamar. Eso sí, esta hueste era más anónima que la otra, perfiles ocultos, supongo que perfiles de esos falsos, como de bote y prefabricados, pero también algún que otro valiente que a cara descubierta me deseaba una buena subida de colesterol para hundirme en lo peor de una afección cardiaca. La mejor de todas fue la de mi médico, muy moderado él, que me recomendaba no comerme el chuletón por la noche, que mejor a mediodía, eso sí, con la recomendación de seguir comiendo carne a ritmo normal.

El experimento sociológico tuitero iba bien, pero cansado de tanto insulto, tanto escupitajo y tantas heces, pues me puse a hablar de poesía, que es un tema que suele calmar a las fieras, como la música.

El miércoles me fui a Madrid, a manifestarme a favor de la conservación de la casa de nuestro Premio Nobel de Literatura, Vicente Aleixandre, que como ya les he contado muchas veces, corre un serio peligro de ser derribada. Pues bien, coseché un reducido número de ‘me gusta’ en el tuit correspondiente. Una pena, porque llegué a la conclusión, seguramente nada científica, de que al personal lo que le pone es poder cagarse en los muertos de sus semejantes a costa de temas de esos calentitos, como los chuletones, los botellones y la evolución de la pandemia. Así nos va.

En fin, que después de una buena ducha para quitarme toda la mierda que me habían tirado encima los tuiteros del sector odiador, colegí una vez más y no sin tristeza que lo que nos pone es andar a la gresca política por cualquier motivo y que estos son malos tiempos para la lírica.

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