No somos islas

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Las personas desde los albores de la humanidad vivimos inmersos en una especie de estructura social en la que compartimos esfuerzos y repartimos el trabajo para poder subsistir. Y para poder vivir dentro de esa estructura se necesitan unas normas y un sistema que las regule, unas actividades económicas, y tener una lengua común para poder comunicarnos, actividades de ocio que compartir, así como una cultura y unas costumbres que nos unan.

El hombre es un ser social por naturaleza y nuestra supervivencia no sería posible sin el intercambio y el apoyo de otras personas gracias a lo cual nos comunicamos, reproducimos, evolucionamos y nos encontramos fuertes en comunidad ante lo imprevisto, ante las complicaciones, ante los avatares funestos y nos sentimos bien cuando compartimos nuestras experiencias positivas. La vida en sociedad es necesaria.

Es conocida la pequeña fábula del “puercoespín” como paralelismo a la convivencia en sociedad del ser humano. A esa necesidad de vivir en comunidad.

En dicha fabulilla se cuenta como ante una gran ola de frío los puercoespines decidieron vivir juntos, de tal manera que con el calor de sus cuerpos se dieran calor unos a otros. Pero esto tenía sus complicaciones pues, con sus púas, a veces, se pinchaban unos a otros, y decidieron separarse. Algunos puercoespines iban muriendo de frío; y vieron que era mejor vivir juntos y soportar el efecto de sus espinas, que morir. Y volvieron a reunirse aprendiendo a convivir con esas esporádicas molestias.

La necesidad que siente el ser humano de vivir con otros (convivir), de no sentirse aislados nos ayuda a conformarnos (darnos forma con los otros) como personas; nos ayuda a delimitarnos socialmente y como individuos, y esto nos hace vernos de forma más objetiva, sin excesos de egocentrismo, o por el contrario, con falta de autoestima, dependiendo del estado de ánimo en el que nos encontremos.

Bien es verdad que, como veíamos en la fábula del puercoespín, en toda relación con los demás se producen tropiezos, encontronazos, situaciones incómodas, porque somos personas diferentes que pensamos de forma distinta, tenemos maneras diversas de reaccionar ante los mismos hechos o interpretamos las cosas desde distintas perspectivas. Estos momentos o situaciones suelen ser pasajeros y deben serlo, pues convivir en armonía nos enriquece a nivel emocional haciendo que estemos más alegres, y por tanto seamos más felices impulsándonos a vivir más plenamente; y también a nivel práctico, ya que obtenemos beneficios de toda índole. Por eso se debe “dar calor” por el lado de la barriga (si fuéramos puercoespines, que es la parte que no tiene espinas). Nosotros, como personas humanas debemos mostrar nuestro lado más amable, poniendo buena cara y ofreciendo nuestra sonrisa para crear un clima agradable en el que convivir.

Para ello contamos con las herramientas necesarias para relacionarnos con los demás y hemos adquirido una serie de habilidades sociales a lo largo de los años que nos permitan vivir en comunidad.

Ya desde recién nacidos, como venimos al mundo siendo seres inmaduros, necesitamos de la ayuda de nuestros padres, hermanos mayores, de los abuelos…, que nos enseñan a relacionarnos con el mundo que nos rodea, con las personas que están junto a nosotros; en la escuela aprendemos a convivir con otros individuos de nuestra edad (nuestros compañeros) y con adultos que nos enseñan normas de respeto a las personas con las que convivimos y con el resto de personas (nuestros maestros).

A veces sale nuestro individualismo, nuestro “genio”, nuestro egoísmo, la tendencia a que prevalezca “lo nuestro”, a mostrar nuestras heridas (en ocasiones, fortuitas o que se nos han producido sin querer) y respondemos de forma “punzante”.

En realidad sí contamos con las herramientas necesarias porque en infinidad de ocasiones las empleamos, aunque haya veces que perdamos el control de nuestras emociones y, cuando nos sentimos heridos o perjudicados surge nuestro “yo” enfrentándose al “yo” del otro: “Yo soy y ninguno otro en mi lugar” (Jemeinigkeit), y reaccionamos protegiéndonos o contraatacando (pensando que no hay mejor defensa que un ataque). Aunque nos han enseñado que la mejor manera de resolver conflictos es el diálogo, la forma más racional es la palabra (hablando se entiende la gente). Es sabido que lo más difícil es aprender a ceder, pero debemos estar dispuestos a ello por el bien común y para solucionar conflictos.

Pero también hay otra herramienta muy poderosa en los casos de difícil solución y es el perdón, que pertenece al lenguaje del amor. Por amor olvido y vuelvo a vivir contigo (a convivir). Por amor me realizo y crezco como persona.

Esta concepción de hombre o mujer no siempre es real, no es la que impera hoy día (y quizá tampoco a lo largo del tiempo). El ser humano es excesivamente práctico centrado en su propio beneficio y se relaciona en muchas ocasiones con los demás por interés, para sacar partido. Se centra en buscar su bienestar personal, en satisfacer su placer enfocado en nuestra sociedad actual, principalmente, en consumir y en obtener objetos o triunfos que superen a los demás o que nos llenen de vanagloria.

Esto tiene su contrapartida, debido a que la no obtención de las metas propuestas, a veces fuera de nuestro alcance, puede producir frustraciones, y ello trae la desesperación y el decaimiento.

En conclusión: No somos islas, hemos nacido en un grupo (familia) para convivir en sociedad relacionándonos con los demás, aprendiendo de los otros, tan protagonistas de sus vidas como nosotros de las nuestras. Se nos ha enseñado unas habilidades sociales para tener una convivencia positiva y un lenguaje, el del amor, cuya herramienta es el perdón, que nos hace más humanos. Es importante vivir en armonía con quienes nos rodean, de esa forma vivimos más alegres, aprendemos unos de otros, nos ayudamos unos a otros, evolucionamos conjuntamente y somos más felices.

3 COMENTARIOS

  1. Estimado Juan Antonio. Estoy totalmente de acuerdo con lo que expresas en este artículo tan reflexivo, y precisamente porque somos sociales cada vez nos viene más cuesta arriba la pandemia que estamos atravesando. Hace un rato comentaba a Paco, mi marido, que, como ya tenemos más de medio siglo cada uno y no hemos pasado por guerras y otras catástrofes, pues nos ha tocado vivir, ahora, esta lamentable pandemia que no se sabe a ciencia cierta si ha sido provocada en un laboratorio o ha sido casual por el murciélago…, pero ¡Vaya faenita! Estamos deseando poder retomar la normalidad y relacionarnos en sociedad, por necesidad. Un abrazo virtual.

    • Cierto es, querida Consuelo, que estamos pasando por un momento muy complicado y no sabemos cuándo vamos a salir de él. Lo cierto es, que el ser humano a lo largo de la historia, incluso reciente, ha sabido reaccionar por el impulso del deseo de supervivencia y por la fuerza de ese ente social que llevamos dentro, que nos mueve a trabajar unidos por salir de trances como éste (léase la mal llamada «gripe española», la viruela, etc.).
      La esperanza debe prevalecer. Otro abrazo virtual para Paco y para ti.

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