viernes, abril 19, 2024

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Salud y república

Estamos de aniversario y algún indocumentado, como ese Garzón que tan rápido se ha pasado al traje y la corbata gubernamental, se ha lanzado a recordar la efeméride del nacimiento de la República con esa salud requisado a los anarquistas. Quizás hubiese sido mejor recordar a los fallecidos del día, pero supongo que querría emular a su jefe ideológico, el indignado de Galapagar.

Es curioso que estos sociocomunistas gubernamentales se arriesguen a recordarnos según qué cosas. A esa misma República intentaron cargársela en octubre del 34 con una revolución que regó con sangre y destrucción Oviedo y las Cuencas mineras, vivencias positivas sólo para nostálgicos del soviet; acontecimientos que quitaron a comunistas y socialistas el derecho a condenar el Alzamiento del General Mola en el 36, por más que el relato actual intente obviarlo.

Son los socialistas los que más debieran estudiar aquellos hechos. Largo Caballero lideró con los comunistas dos gobiernos; lo ataban en corto los comunistas que contaban con el armamento y asesores militares llegados de Rusia, estos acabarían casi todos fusilados en Moscú a su regreso, salvo Orlov que por los pelos se escapó y camufló durante años en los USA. El coste de ese apoyo lo pagó Negrín, ministro de hacienda, con el oro que envió a Stalín sin conocimiento de Azaña ni de Largo Caballero, algo normal entre ese tipo de caballeros.

Para el 37 Largo ya estorbaba y los rusos maniobraron para colocar a Negrín, del que aún hoy no se sabe si iba o si venía. Antes desencadenaron la gran purga de anarquistas y, sobretodo, los trostkystas del POUM, el Partido Obrero de Unificación marxista. Se puede hablar de masacre sin exagerar -de Andreu Nin no se recuperó ni el cadáver-, y de las peores, de las que se producen en la oscuridad de las cárceles que nunca existieron, en las checas de Barcelona. Cuando acabó el verano ya no quedaba rastro de revolución en España, los designios de Stalin eran la doctrina del gobierno.

Nuestros neoestalinistas pugnan de nuevo por manejar al Largo Caballero de hoy, a ese doctor Sánchez de profundas convicciones, y como hoy la guerra se hace a golpe de titulares el agitador de la Complutense necesita escaparate para vender su producto a sus sectarios adeptos, que no correligionarios. Como la renta vital mínima no acaba de salir como él quiere, con ella desaparecería gran parte del trabajo asalariado del agro español, y el ministro Escrivá se resiste cual coronel Moscardó, hay que buscar otro señuelo.

Esta vez, una más, le ha tocado al Rey. La estupidez de hoy, no merece otro calificativo, se encuadra en ese permanente falso acoso a la institución monárquica que no tiene a ésta como objetivo sino al propio Sánchez, que se ve en la tesitura de una y otra vez hacer de don Tancredo y aguantar la indignación de la oposición en el Congreso y de la mayoría de la ciudadanía en su fuero interno. La Corona la defiende la Constitución y el Ejército, afortunadamente, no es el de una república popular sino el de Reino de España.

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