levaba la sombra de la preocupación en los ojos. Han pasado muchos meses, más de año y medio y la sombra se fue, pero la preocupación aún no. En realidad, ya no es aquella sensación de incertidumbre que tanto me angustiaba, que tanto nos angustiaba a todos, porque ha sido sustituida por algunas certezas. Bueno, haciendo honor a la verdad, tal vez las certezas también me angustian. Al menos algunas algo más que las incertidumbres.
Aquel día, un día de marzo de hace ya una eternidad, cuando me puse delante de una cámara para contarles el contenido de un decreto de la Generalitat Valenciana que cerraba las puertas de los restaurantes, los bares, los centros de ocio, las instalaciones deportivas, las bibliotecas, los teatros, los museos, las salas de exposiciones… aquel día en mi cara había mucha más angustia que sorpresa.
La Comunidad Valenciana se adelantó con las medidas restrictivas al decreto de Estado de Alarma del Gobierno de España. Y vino el confinamiento. Llegó unos días después para dejarnos en el limbo de una burbuja protectora que nos aisló del virus, pero también de nuestra necesidad de relación social. Hoy tengo la certeza, tal vez, de que fue bueno para todos. Pero esa certeza es la que ahora me angustia.
Muchos meses después de aquellos hechos, la realidad nos da la oportunidad de volver a empezar. Desaparecen las restricciones, que no del todo la pandemia ni el virus, y la vida vuelve a la normalidad de siempre. Poco a poco. Mi preocupación pasa por un íntimo sentimiento, una sensación casi orgánica que rechaza mi pensamiento, pero que me instala en la seguridad de que en la soledad y el aislamiento estábamos a salvo.
Lo mejor que me puede pasar, para que se me pase la tontería, es volver a vivir. Recuperar la normalidad de mi vida, siempre ligada a la cultura, al teatro, a los libros, a la música… El primer paso lo di el otro día, acudiendo a visitar un museo. Bueno, eso y mi participación en la Feria del Libro de Madrid o la presentación del libro de mi poeta favorito. En mi agenda tengo ya los teatros y sus estrenos, el calendario de conciertos, un buen montón de exposiciones y las presentaciones de muchos libros. Y varias películas.
Durante los meses duros, los meses de muerte, enfermedad y silencios, sentí el vértigo del miedo, la ausencia de la familia y, yo soy así, el vacío de la cultura. Me lancé a publicar un libro en medio del confinamiento, supongo que para tapar algunos agujeros y soledades. Presentamos libros por internet, Toni Alcolea, mi editor y publiqué poemas en redes sociales. Pero nada como poder compartir los eventos culturales con mi gente. Soy una persona muy social y, pese a la necesidad de protección y recogimiento, sé que la vida se vive en sociedad y sé que la cultura se comparte.
Por eso, ahora que los titulares nos hablan de la recta final de las medidas contra la pandemia, de la reapertura segura de los espacios culturales, de la recuperación de los aforos y de flexibilización de las restricciones en todos los ámbitos, creo que es el momento de volver a empezar. De recuperar la ilusión, de que, definitivamente, la cultura, y la vida, no paren.
De todos modos, recuerden aquella serie televisiva, de policías y ladrones, que en España se tradujo de una forma un tanto original que le dio un nombre mítico, «Canción triste de Hill Street», y antes de salir a la calle piensen en Michael Conrad cuando decía aquello de «tengan cuidado ahí fuera».
Publicado en ABC