Aún recuerdo, allá en la lejanía de los tiempos, cuando yo era joven, al hablar del año 2000, sonaba como si fuera algo que nunca iba a llegar y calculaba los años que tendría en dicha fecha. Cuando veía la propuesta de Stanley Kubrick en 2001, Odisea en el espacio (gran película que he visto en varias ocasiones) como danzaban las naves espaciales flotando ingrávidas a ritmo de vals (como si J. Strauss pensara en el espacio sideral cuando compuso El Danubio Azul) me quedaba extasiado ante aquellas bellas imágenes soñando en el futuro; o escuchaba la voz triste y suplicante de HAL (ordenador inteligente que controlaba toda la vida de la nave) ante el miedo a ser desconectado; y seguía reflexionando en la posibilidad de que algún día hubieran máquinas pensantes con sentimientos y raciocinio. Hoy vuelvo a recordar esa película y las especulaciones que hicimos los amigos sobre el intrigante final de la misma al salir del cine.
Hoy hemos sobrepasado esas fechas y vemos la cantidad de adelantos que existen, las comodidades impensables de las que disfrutamos y no voy a enumerar, pues el lector conoce tan bien como yo, y serían innumerables. Pero sí quiero remarcar las cosas que se han quedado paradas en el tiempo, congeladas y sin visos de solución como son el hambre, la pobreza, las desigualdades… y la lucha de los desheredados por salir de ellas.
Los recónditos intersticios de la mente retumban ante los espejos cóncavos de Valle-Inclán cuando nos muestran deformadas las realidades que aún perviven. No deberíamos acostumbrarnos a hechos que parecen aberraciones del ser humano y que en pleno siglo XXI no deberían existir.
Pero quiero centrarme en un desarreglo social, en una enfermedad grave y muy arraigada que nos sobrecoge cada vez que aparece como noticia, y es muy a menudo, en la prensa escrita, radio y televisión, que hace levantar la voz de los ciudadanos clamando condena y solución. Me refiero a la «violencia de género». Resulta indignante ver que superado con creces el año de «La odisea espacial» y que aún hay «individuos» que utilicen su fuerza para violentar, maltratar y asesinar a mujeres sabiéndose más fuerte (en igualdad de condiciones se lo pensaría dos veces), o aquellos que exhiben su cobardía, incluso grabándola, para demostrar que necesitan la ayuda de los miembros de su «manada» para arremeter contra indefensas jóvenes y transmutan su impotencia por tener una relación normal de sexo o de amor en un «acto heroico».
Hay más mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas (975 en los últimos 15 años), que asesinados a manos del terror de ETA (alrededor de 860 víctimas). Y se remueven las conciencias, y salen a la calle a gritar en oídos sordos porque, a pesar de los gritos desesperados contra la violencia hacia la mujer, todavía siguen cayendo en los huecos de sus tumbas -luchadoras calladas y solas que caminan su calvario día a día envueltas en una niebla gris de sufrimiento y amargura.
En ese siglo XXI que tan lejano veía, sigue prevaleciendo en muchos jóvenes (ese es el miedo de que sea difícil erradicar), el «error privilegiado del hombre» de creer a la mujer como posesión que debe estar sujeta a sus deseos y dictámenes, o como máquina para el sexo (utilizar, abandonar o asesinar para borrar indicios de sus propios desajustes).
A lo largo de la historia se ha trabajado, estudiado e investigado para erradicar enfermedades que asolaban a la población, como eran las llamadas «pestes» o enfermedades comunes que amenazaban a la humanidad, y cuántas de ellas han desaparecido o se tienen controladas.
Hoy, «la violencia de género», es como una de esas epidemias que nos afectan a todos, a hombres y a mujeres, porque somos víctimas todos y todos la sufrimos, las víctimas y los que nos solidarizamos con ellas. Las epidemias deben controlarse y en la medida de lo posible hacerlas desaparecer. Todos a una: políticos, legisladores, jueces, educadores, padres, amigos, vecinos, ciudadanos, opinión pública…
Cómo iba a pensar yo cuando salí del cine ante la esperanza de un mundo en el que el ser humano se reencarnaba en un hombre nuevo y diera paso a la aparición de una humanidad bañada en valores que rigen en el universo, cómo iba a pensar que se iban a enraizar hasta el punto de la aberración algunas conductas reprobables en los años posteriores a ese 2001, cuando deberían haberse roto estereotipos trasnochados, que regían patrones del pasado e indicaban la supremacía del hombre sobre la mujer.
Cuando era joven, un día, salí del cine con mis amigos recordando la música de R.Strauss (Así habló Zarathustra, que acompañaba a unas prodigiosas imágenes de un mono lanzando un hueso por los aires);y cómo iba a pensar que en la época tan avanzada, tan desarrollada como la que nos mostraba aquella magnífica
Odisea en el espacio iba a escribir un artículo como éste, denunciando un problema tan grave, tan epidémico como es el de la «violencia de género». Una odisea en pleno siglo XXI.