viernes, abril 19, 2024

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11-M. Preludio de dos guerras

El 11-S resultó una tragedia, por la muerte de 3.000 ciudadanos y la miseria que irradió, pero ante todo fue un acto de guerra intencionado, brutal y cruel que supuso percatarnos de que el mundo había cambiado en un instante. Dos décadas después, con la guerra contra el terror (Irak y Afganistán), mediante y un coste de ocho billones de dólares y 900.000 vidas, se sigue poniendo en cuestión la explicación «oficial» de lo que pasó aquella mañana despejada, cuando los terroristas estrellaron dos aviones de pasaje- ros contra el World Trade Center y un tercer avión contra el Pentágono.

Queda la abrumadora evidencia de que la gente vio in situ cómo se quemaba el acero, lo que solo es posible con la termita, escuchó el estallido de las explosiones y el derrumbe en caída libre de los edificios. Solo un ignorante de la física y la química se creería la historia oficial. Así que hay razones fundadas por las que la opinión informada sigue exigiendo pruebas que aún no se han hecho públicas en su totalidad. En definitiva, se acepta la historia oficial y no se toleran las preguntas.

Richard Clark, presidente del Grupo de Seguridad Antiterrorista, bajo el mandato de George W. Bush, en su libro Contra todos los enemigos ofrece un testimonio esclarecedor de las intenciones, al confesar que durante el verano de 2001 trató de llamar la atención –sin éxito alguno– de alguien en la Administración republicana. Esta anomalía puede ayudar a entender el escepticismo que perdura 20 años después.

Un día después del ataque, el 12 de septiembre de 2001, Clark presenció el momento en que Donald Rumsfeld (secretario de Defensa con George Bush y anteriormente con Gerald Ford), partidario de una estrategia militar sin concesiones, dijo: «No hay buenos objetivos en Afganistán. Deberíamos invadir Irak». Dicho y hecho. Quienes no habían querido tomar en serio las alarmas, tardaron un cuarto de hora en empezar a explotar los atentados en su propio beneficio, arruinando así las simpatías con las que Bush contaba inmediatamente después del terrible atentado.

Podría haber golpeado al enemigo con ataques aéreos y el mundo, conmocionado, no habría puesto reparos, pero tuvo que escuchar a los que estaban ofuscados con las guerras en Oriente Próximo. Y con ello, llegó la respuesta militar, empezando con el ataque a los campamentos de Al Qaeda en Afganistán y la persecución de Osama bin Laden, hasta su captura nueve años después del 11-S.

Quedarse en el avispero afgano después de cazar a Bin Laden fue una torpeza y un despilfarro sin sentido

Haberse quedado en el avispero afgano después de cazar a Bin Laden fue una torpeza y un despilfarro sin sentido. Pero por infausta que haya resultado la guerra de Afganistán, retirada incluida, la de Irak resulto aún más aciaga, por la fabricación de un pretexto falso: las armas de destrucción masiva, que no existían, pero que la Administración republicana afirmó repetidamente haber encontrado.

Tras los muros de la clasificación y el privilegio de los gobiernos para ocultar errores y fechorías, la verdad muere en la oscuridad cuando las mentiras prevalecen. Y esta fue una falsedad cocinada por el belicoso VP norteamericano, que lo apoyaba en una argucia, la de que los terroristas de Al Qaeda trabajaban mano a mano con Saddam Hussein.

¿Quién en su sano juicio ataca a un país para vengarse del 11-S cuando sabe que ese país no tuvo nada que ver? Lo cierto es que las agencias de inteligencia fallaron, al igual que han fracasado en Afganistán. En el caso del 11-S, había información disponible de que al- go podría ocurrir, pero no se utilizó para ad- vertir, proteger o impedir el pavoroso atenta-

Quedarse en el avispero afgano después de cazar a Bin Laden fue una torpeza y un despilfarro sin sentido Leonard Bearddo. Ahora se está desclasificando información que puede resultar embarazosa para los saudíes y para el Gobierno de Estados Unidos.

El problema que siempre hemos tenido con los atentados del 11-S es el hecho de que casi todos los actores eran saudíes. La invasión de Afganistán tenía como objetivo atrapar a Bin Laden, porque se creía que lo albergaban en «la tumba de los imperios». Al final lo encontraron escondido en Pakistán. Curiosamente, Bin Laden era egipcio y su familia, muy rica, estaba bien conectada con la familia real saudí.

La ignorancia es curable y la estupidez es para siempre. Nadie se molestó en investigar a los estudiantes pilotos que no estaban interesados en aterrizar (15 de los 19 «aviadores» y atacantes del 11-S eran saudíes), lo que resulta inaudito porque nadie que aprende a volar se niega a tomar la lección de aterrizaje. Después del ataque, ningún vuelo salió de Estados Unidos excepto los que llevaban a todos los funcionarios saudíes de la embajada saudí y sus familias.

El salvaje atentado sirvió como excusa para la reacción militar: invadir Irak y Afganistán. El país quedó atrapado entre las dos torres de la catástrofe y la conspiración. Y ahí sigue. Incrédulo y más dividido si cabe. 

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