Ser admitido en la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias, Artes y Letras como Académico Correspondiente, es un honor muy grande que rebasa mis méritos. Desde que tuve conocimiento de esta decisión, me pareció vivir en un tiempo detenido hasta hoy puedo expresarlo ante ustedes. Vaya mi reconocimiento a los miembros de la Junta de Gobierno que aceptaron la nominación, a los académicos Dra. Alicia Castellanos Escudier, Dr. Manuel Bustos Rodríguez. A la directora de la Academia, Dra. María del Carmen Cózar Navarro, mi gratitud por su amable y generosa acogida.
Soy un historiador cubano, hijo de madre española y descendiente de españoles por todas partes, que vive en la Florida. Vengo a hablarles de la Florida y de Cuba, cuyas historias se mezclan y que tuvieron un papel importante en la primera línea de defensa de las posesiones españolas en América. Por tres centurias, la Florida se subordinó a Cuba en lo religioso, civil, político y militar.
La Florida está apenas a 90 millas de Cuba, y es por eso que los primeros hombres que se establecieron de forma permanente en la Isla eran cazadores paleolíticos que emigraron alrededor del 6,000 a.C. desde el valle del Mississippi y la Florida. Otra oleada arribó en 500 a.C. y los floridanos se asentaron en una franja de 700 kilómetros en la costa norte, según lo demuestran restos arqueológicos encontrados en la costa norte. Los arhuacos de Suramérica llegaron después y se mezclaron con los habitantes primitivos.
Durante la breve conquista de Cuba y después, miles de indios escaparon a la Florida, los cayos del norte y las Bahamas (1), para unirse a tribus que ya conocían (2), según las crónicas. Esto significa que los indios cubanos no desaparecieron. Muchos murieron por la sobrecarga de trabajo que representaron las encomiendas, otros por el choque cultural violento, y la mayoría contaminados por enfermedades europeas.
Las relaciones entre indios floridanos y cubanos continuaron después, y gracias a ellas los españoles comenzaron a conocer la Florida. Ocupada la isla, indios cubanos acompañaron como cargadores y auxiliares las expediciones que zarparon hacia la península. El conocimiento de la tierra y las costumbres de los floridanos, facilitaron incorporar centenares de indios cubanos a los contingentes de Ponce de León en 1513, Narváez en 1528 y De Soto en 1538. Otros fueron prácticos, intérpretes y cargadores en las expediciones de Diego Caballero, Vázquez de Ayllón, Ortiz de Matienzos, y otros, para tomar indios floridanos como esclavos. En 1562, un grupo de hugonotes fundó Charlesfort al norte de la Florida, y en 1564 partió una tropa armada de Cuba, al mando de Hernán Manrique de Rojas, en la que figuraban indios cubanos, para destruir el fuerte francés (3). Aún existen en la Florida descendientes de esos indios, que se están organizando para tener representación y protección estatal, como los micosukee y seminoles nativos de Estados Unidos.
En los siglos XVI al XVIII los floridanos llegaban en canoas a La Habana y desembarcaban en la plaza de San Francisco, llevando carnes secas, pescados, tortugas, ámbar gris, cerámicas y otros productos para comerciar. Hacia 1580, el fuerte olor del pescado molestaba a los vecinos y el cabildo asignó un sitio al otro lado de la bahía, donde está el pueblo de Casablanca, para que los indios floridanos vendieran sus mercancías. Con el tiempo, algunos fueron a vivir a Casablanca y así nació la población. Otros pasaron a Guanabacoa, pueblo de indios cubanos, fundaron familias y desarrollaron el comercio. Algunos progresaron y se enriquecieron, según los testamentos de algunos que legaron adornos de oro, piedras preciosas, telas y grandes sumas en monedas de oro y plata (4).
En 1565 la conquista amplió las relaciones comerciales de La Habana y otras villas de Cuba, con San Agustín. En 1599 la gente de la Florida pagaba con dinero del situado mejicano y ciertas cantidades de zarzaparrilla, maíz, ámbar gris, pescado, conchas y carnes procesadas tortuga y manatí, los productos que venían de La Habana, como:
«pipas de bino, panes de jabon, pieças de paño, hilo, pasamanerías, chapines valencianos, fustanes de manta e de ruán, tocas de lino, gorgueras, tercios de sal, cargas de casabe, cargas de açúcar, cargas de quesos, botijas de miel, ropillas, camisas e camisas labradas, cobertores de paño de Castilla, pieças e sobrerropas de tafetán, pieças de cordobanes, varas de nabal, seda china, pieças de ruán como tales colchones e sábanas, pieças de burato, pieças de brin, mantas de campeche, pieças de guergueta, rropas de homenaje, cueros curtidos, cueros de suelas, baquetas, çapatos, jerebillas, carne de puerco e vaca en tasajos, ganados de cerda en pie, cabras e ovejas, cuchillos, cuchillos carniçeros, paquetes de cañamazo, botijas de açeite, espejos, casuelas e casuelejas, por quenta de duzientos e sesenta e ocho mill reales (5)«
Desde el siglo XVII el suministro de víveres de Cuba se pagaba con el situado
mejicano y unos pocos productos, porque la agricultura floridana era pobre y escaso el tributo que aportaban los indios, pero las relaciones de floridanos y cubanos se desarrollaban. Algunos comerciantes cubanos se mudaron a San Agustín, y otros de la Florida residieron en La Habana, entretejiendo más y más las historias de estos dominios españoles.
La actividad misionera de los franciscanos, que sustituyeron rápidamente a la Compañía de Jesús en la evangelización, acercó más la isla y la península. Los misioneros españoles se aclimataban y entrenaban en el Convento de San Francisco de La Habana, sede de la Provincia de Santa Elena de la Florida, antes de partir a la península, y la labor de los frailes cubanos ayudó mucho al vínculo Cuba-Florida con la evangelización y la introducción de una devoción muy cubana, la de la Virgen de la Caridad, en la primera mitad del siglo XVII. La obra de los franciscanos españoles y cubanos contribuyó a civilizar a los indios.
En 1607, la fundación de Jamestown en tierras que se consideraban propiedad de España, puso en tensión al gobernador de la Florida, Pedro de Ibarra, y al Capitán General de Cuba, Gaspar Ruiz de Pereda, quienes enviaron una expedición guiada por dos franciscanos conocedores del territorio, para conocer el emplazamiento de Jamestown y sus capacidades bélicas. Después de varias aventuras y encontronazos con los británicos, la expedición tuvo éxito y se cursaron informes sobre Jamestown, sus defensas, armamentos y hombres útiles. Ruiz de Pereda estimó necesario destruir el establecimiento inglés y sugirió:
«yr con fuerzas suficientes a echarlos de allí, (siendo) de parecer que… se bayan juntando (dando yntento que son para otro algun efecto del servicio de vuestra magestad) hasta quatro o cinco mil hombres y los baxeles necesarios para ellos… para que estando todo a punto salga a navegar la armada para fin de marzo del año que viene de 612…(6)«
Ruiz de Pereda comenzó los preparativos y juntó cientos de hombres. En el último momento, la Junta Superior de Guerra del reino paralizó el plan. Quién sabe cuál hubiera sido la historia si esas tropas hubieran destruido Jamestown, como estuvieron a punto de hacer, y de qué manera se hubiera fortalecido la Florida sin la agresión británica, pero los ingleses crecieron en sus colonias y 80 años después comenzaron a hostilizar a sus vecinos españoles. Al cabo, en años posteriores, las tropas cubanas venían a defender el territorio y contribuyeron a diseminar la devoción a la Virgen de la Caridad del Cobre, que tomó gran fuerza en las misiones floridanas, e incluso en San Agustín, durante el siglo XVIII.
La Florida formaba parte de la jurisdicción civil, eclesiástica y militar de la Capitanía General de Cuba, que comprendía Cuba, Jamaica y la Florida, era una extensión de límites imprecisos que iba del Mississippi al Atlántico y del golfo de México a los Grandes Lagos, y los gobernadores de San Agustín consultaban sus decisiones y acataban los fallos de los Capitanes Generales, quienes enviaban tropas y suministros si eran necesarios, y permitían que villas de la isla como Puerto Príncipe, Trinidad y Remedios comerciaran igual que La Habana, con San Agustín. Por otra parte, los Obispos de Cuba, que representaban la máxima autoridad eclesiástica para el clero y los fieles de la Florida, realizaban Visitas Pastorales o enviaban delegados diocesanos a efectuarlas, y desde comienzos del siglo XVIII, Obispos Auxiliares de Cuba estaban destacados en San Agustín. De cierta manera la Florida fue una avanzada de la Isla de Cuba en Norteamérica y en algunas ocasiones, sobre todo en el siglo XVI y comienzos del XVII, sus gobernadores regían las dos posesiones simultáneamente.
Las fundaciones inglesas en Georgia y las Carolinas mantenían una amenaza latente. España decidió construir fortalezas, incrementar guarniciones y proteger la frontera del norte, ese límite variable entre colonias británicas y territorio español. Las invasiones inglesas desde Georgia y las Carolinas hicieron necesario que, desde 1600 hasta 1762, embarcaciones cubanas viajaran a la Florida en 34 ocasiones con tropas, municiones, artillería y refuerzos, que contribuyeron decisivamente a la defensa (7). Una acción decisiva en los enfrentamientos de españoles, cubanos e ingleses, aparte de la defensa de San Agustín, fue la batalla de Bloody Marsh o del Pantano Sangriento el 7 de julio de 1742, cuando un regimiento de regulares británicos y otro de highlanders escoceses fueron cargados al arma blanca por tres compañías de granaderos de La Habana, con tanta energía que los ingleses rompieron filas y huyeron para ponerse al abrigo de sus fortificaciones.
Como vemos, la Florida y Cuba compartieron eventos que hermanaron sus historias y sus habitantes. Entre otros, el de ser las tierras más peligrosas en los dominios del Nuevo Mundo, porque en la península y la Isla se vivía en pie de guerra, se salía de un combate y se preparaba el ánimo para el siguiente: la entereza de isleños y peninsulares pudo controlar el Canal de Bahamas por tres siglos y facilitar la expansión colonial hispana en América.
Cuando la Florida fue cedida a Inglaterra a cambio de La Habana en 1763, se otorgaron terrenos bautizados con el nombre de San Agustín del Paso del Medio para reubicar 2,000 españoles, al mando del oficial Ginés de Pomares, de los 3,096 que emigraron a Cuba en 1763, después de la cesión de la Florida a Inglaterra. Eran canarios o descendientes que habían residido en San Agustín, y solicitaron pasar a estos terrenos, donde se fomentaban haciendas desde 1727. El conde de Jibacoa donó terrenos para erigir una iglesia bajo la advocación de la Virgen de la Candelaria y el nuevo publo fue llamado San Agustín de la Nueva Florida, hoy Ceiba Mocha, con 12,000 habitantes. Así surgió en Cuba un pueblo de floridanos. Otros, menos de cien, decidieron residir en la villa de Guanabacoa, donde residían indios de la Florida desde el siglo XVI. Unos 400 residentes regresaron a la Florida en 1783, al cesar la dominación inglesa.
Desde finales del siglo XVII los floridanos, dependientes de las importaciones, intercambiaban productos con sus vecinos ingleses de Georgia y las Carolinas, y en el XVIII las fábricas del West Indian Rum, en Massachusetts, fabricaban ron con melaza cubana. En Rhode Island funcionaban 30 destilerías que producían 1,400 bocoyes al año. El ron se cambiaba en África a los reyezuelos que lo pagaban con esclavos que fomentaron las plantaciones de algodón del sur de Estados Unidos y en Cuba, los sembrados de caña de azúcar. Era un negocio redondo entre fabricantes de ron, negreros norteamericanos, y hacendados y comerciantes hispanocubanos. Los negreros traían a Cuba esclavos adquiridos con ron fabricado en Norteamérica a partir de mieles producidas en la isla, y comerciantes habaneros y norteamericanos se otorgaban créditos y aceptaban pagos en azúcares y mieles: así crecía el intercambio entre Cuba y las Trece Colonias, desvinculado del viejo conflicto entre España e Inglaterra, y ambas partes se enriquecían. La Florida se beneficiaba con este comercio que contribuyó al desarrollo de Cuba, su hermana mayor, y era muy importante.
A partir de 1763 el Capitán General Ambrosio Funes de Villalpando autorizó la importación de harinas y otros productos de primera necesidad. Cuando llegó a La Habana su sucesor, Antonio María Bucarely, encontró el puerto atestado de buques ingleses procedentes de Norteamérica. Desde entonces el intercambio creció impetuosamente, porque España se interesaba en mantenerlo. En 1776, el interés comercial fue la base de la ayuda cubana a los nacientes Estados Unidos, porque ese año hicieron crisis las dificultades impuestas por Gran Bretaña al comercio de melaza para la fabricación de ron, que surgieron en 1764 a partir de que en Cuba se permitió comerciar con barcos ingleses, casi todos procedentes de Norteamérica, y Gran Bretaña puso en vigor la Sugar Acties Act, que eliminó el comercio de mieles entre las Trece Colonias y las Antillas, que las suministraban a las fábricas de ron. Al eliminar en 1776 la importación de mieles se creó un gran problema en las refinerías de Massachusetts y Rhode Island que afectó a traficantes y negreros, disminuyó la introducción de esclavos en Norteamérica y en Cuba, el abastecedor mayor de las refinerías, e impactó el comercio de Norteamérica con la Isla, apoyado en capitales invertidos por ambas partes. Los vínculos de las Trece Colonias y Cuba eran ajenos a los choques de Inglaterra y España.
Por ello se puede afirmar que la Guerra de Independencia no tuvo su origen en las antiguas relaciones Cuba-Norteamérica, sino en su gran desarrollo. El problema creado al cesar la introducción de esclavos en Norteamérica fue la causa principal, y otra razón que motivó a los habaneros para entrar en el conflicto fue la afrenta por la toma de La Habana en 1762.
Gracias a la amistad de George Washington con el comerciante habanero Juan Miralles (8), agente de España ante los rebeldes, se adquirieron créditos y garantizó el abastecimiento a los independentistas. Miralles murió en la casa de Washington, atendido por el médico personal y la esposa del prócer, y se le rindieron los más altos honores militares. En el cortejo fúnebre figuraron Washington, Hamilton, Lafayette, Morris y otros grandes líderes norteamericanos. Washington reconoció la gran ayuda de Miralles a la causa norteamericana y lo expresó con elocuencia al despedir el duelo: en este país se le quería universalmente y del mismo modo será lamentada su muerte (9).
Miralles facilitó el tráfico comercial en la frontera de los dominios español e inglés en América, creó un puente para el comercio de las Trece Colonias con La Habana y de ésta con España e Hispanoamérica, y formó una red de agentes comerciales en ciudades como Savannah, Charleston, Baltimore y Filadelfia, que pasaron a ser agentes españoles en Norteamérica cuidando los intereses de la Madre Patria, y que protegían los suyos al vincularse su prosperidad al comercio exterior de Cuba, en el que tenían gran peso los comerciantes norteamericanos partidarios de la independencia (10).
Desde 1770 los servicios secretos español y francés obtenían informaciones valiosas sobre las Trece Colonias. Al estallar el conflicto en 1776, el ministro José de Gálvez ordenó al Marqués de la Torre, gobernador de Cuba, que creara una red de agentes en puntos clave de las Trece Colonias (11). Poco después Luciano Herrera se encontraba en Jamaica, el coronel francés Antonio de Raffelin en Haití, y Eligio de la Puente, cuñado de Miralles, en la Florida para rebelar a los indios contra los ingleses. Miralles se encargó de la misión principal: radicarse en territorio insurrecto, establecer relaciones con el Congreso Continental y con Washington, concertar un plan de operaciones para reconquistar la Florida y acordar la ayuda a los insurrectos. José de Gálvez envió una misión diplomática para estudiar el conflicto y aconsejar la conveniencia o no de una guerra con Gran Bretaña, la que se instaló en Filadelfia en 1776, de acuerdo con el ministro francés Gerard, e hizo contacto con los insurrectos, tropezando con el obstáculo de que el Congreso Continental quería la anexión de la Florida y Luisiana, lo que provocó desavenencias. Pero los norteamericanos enviaron a John Jay a Madrid para pedir ayuda al rey, provocando fricciones con Inglaterra. España comunicó su neutralidad, pero los ingleses estaban inquietos ante la simpatía del Conde de Aranda por los independentistas. El conde de Aranda había sido Presidente del Consejo de Castilla y desde 1773 embajador de Carlos III en Francia, y comunicó a Madrid que los franceses apoyaban la libertad de las Trece Colonias, gestionando apoyo español: el reino envió al conde cuatro millones de reales de vellón (12) para suministros que llegarían a los insurrectos por vía de Francia, a través de las Bermudas, y con este dinero se compró el primer gran lote de armas entregado a las tropas de Washington: 216 cañones de bronce, 209 cureñas de artillería, 27 morteros, 29 afustes o armazones para morteros, 12,826 bombas, 51,134 balas, 300,000 libras de pólvora en pacas de 1,000 libras, 30,000 fusiles con sus bayonetas, 4,000 tiendas de campaña, 30,000 uniformes completos y una inmensa cantidad de plomo para fundir balas de fusil (13). La colaboración no se limitó al material de guerra, porque los independentistas recibieron además, según informe del Conde de Aranda, varias embarcaciones de guerra y la importante cantidad de £2,000,000 (libras esterlinas) para gastos de campaña (14).
Las motivaciones de los ricos comerciantes de Cuba eran otras. En primer lugar, por cuestión de honor, querían lavar la afrenta de la toma de La Habana por los ingleses en 1762, en segundo lugar, deseaban que la Florida regresara a la órbita de España y siguiera sirviendo de puente comercial con Norteamérica, y en tercer lugar, había intereses comunes entre comerciantes habaneros y norteamericanos, y la vinculación económica de los productores azucareros con el mercado norteamericano había creado gran simpatía entre La Habana y los territorios de Luisiana, la Florida y las Trece Colonias, y las tropas cubanas estaban dispuestas a intervenir a favor de Washington. Pronto fue enviado un representante de los insurrectos, Arthur Lee, a gestionar ayuda del gobernador de Luisiana, Luis de Unzaga y Amezaga, que había formado parte del estado mayor del Regimiento de Fijos de La Habana.
Unzaga, a su vez, solicitó del Capitán General de Cuba, Diego José Navarro, «que por cuantos medios sea posible envíe socorros de armas, municiones, ropa y quinina que piden los colonos (norteamericanos) y que se pasa el aviso reservado al gobernador de La Habana que va recibiendo por los correos mensuales armas y otros géneros para remitirlos al gobernador de la Luisiana, y que también le envíe el sobrante de pólvora que haya en La Habana de la fábrica de México, y el que hubiese de fusiles en La Habana (15)«. Navarro pasó a la ayuda directa y Miralles concretó con Robert Morris, encargado de buscar dinero para gastos de guerra y suministros de ropas, alimentos y armas, la forma en que se daría el apoyo.
En 1777 y 1778, Cuba socorría a los rebeldes de tres formas. Primera, a través de Luisiana, se remitía a las tropas de Washington material de guerra que llegaba de México, España y los arsenales habaneros. Segunda, fue una línea clandestina de barcos entre La Habana y Filadelfia fundada por Miralles y Morris, tal que desde finales de 1778, los bergantines y goletas Bucksking, Don Miralles, Stephen, San Antonio y Havana, transportaban pertrechos para Washington. Tercera, el apoyo de Cuba a la escuadra de Carolina del Sur, al mando del comodoro insurrecto Alexander Gullon, que fue reparada, reartillada y abastecida en el Real Astillero de La Habana. Además, Miralles dio garantías en los empréstitos de las cajas cubanas a las Trece Colonias, financiando trabajos, compras y préstamos (16), pero advertido de que una fuerte tendencia entre los independentistas norteamericanos se dirigía a la conquista de las Floridas para incorporarlas a la futura nación, propuso organizar una operación para reconquistar la Florida desde La Habana.
Las operaciones de ayuda y colaboración con los rebeldes eran secretas, pero el gobernador inglés de Pensacola comenzó a recibir informaciones que trasladaba a Inglaterra. En España los partidarios de la guerra con Inglaterra impusieron su opinión desde abril de 1779 a pesar de que la posible expansión norteamericana hacia Florida y Luisiana podía ser peligrosa, y se envió un ultimátum a Londres reconociendo la independencia de las Trece Colonias, que fueran tratadas como un estado soberano, que se reconociera el territorio ocupado por los rebeldes, y exigiendo la paz. Inglaterra no aceptó. Francia y España firmaron un pacto secreto para que ninguna de las dos naciones firmara la paz con Inglaterra hasta que reconociera la independencia norteamericana: muy pronto, en de junio de 1779, se dictó una Real Cédula autorizando a los vasallos americanos para hostigar por mar y por tierra a Gran Bretaña (17).
La noticia fue recibida en Cuba con gran alegría, y se pregonó la guerra en las plazas de todas las villas.
Las fuerzas cubanas estaban entrenadas según el modelo español, la capital contaba con cuatro grandes unidades de línea, se había renovado la oficialidad con figuras de experiencia y los altos mandos que serían los más prominentes de la guerra estaban formados por generales de primer nivel. Al romperse las hostilidades en abril, Unzaga fue sustituido en el gobierno de Luisiana por Bernardo de Gálvez, que de inmediato comenzó a organizar la brillante campaña de reconquista de la Florida y solicitó a La Habana un refuerzo de 4,000 hombres, pero Navarro sólo le envió 826 del segundo batallón del Regimiento de España, que fueron sustituidos por otros del Regimiento de Fijos al tiempo que trajo a la ciudad destacamentos veteranos de Matanzas, Puerto Príncipe y las Cuatro Villas (18).
Desde 1777, Bernardo de Gálvez envió embajadas a las tribus principales de los alrededores, con el propósito de unirlos a la causa española, y logró pactos importantes. Ese mismo año comenzó la ayuda española directa a los patriotas cuando Gálvez se relacionó con los independentistas, abrió al intercambio la ciudad de Nueva Orleans y los puertos del Mississippi, y preparó un sistema secreto de suministros para apoyar a Washington, abasteciendo al general Lee, jefe de los ejércitos del sur, a Patrick Henry en Virginia, y a George Morgan en Fort Pitt, Pittsburgh, con la pólvora que posibilitó la derrota inglesa, recibió 74,000 dólares, y suministros (mantas, pólvora, fusiles, quinina, municiones) por 25,000 doblones (onzas de oro) para las tropas de Washington y Lee (19).
En 1778, Gálvez prestó una ayuda decisiva a las tropas del general Clark (20) financiando sus operaciones, logró la alianza de los indios, y el 27 de agosto de 1779 avanzó sobre las Floridas con sólo 667 hombres, entre los que se contaban 160 veteranos de La Habana. El 7 de septiembre obtuvo la victoria de Manchac, de inmediato las de Panmure, Baton Rouge, Natchez, y los fuertes Thompson y Smith. En octubre le llegan refuerzos de La Habana y lanzó sus tropas contra Fort Charlotte y Mobila, que se rindió el 12 de febrero de 1779 (21). Así quedó en posesión del curso del Mississippi, de sur a norte, y sus hombres bloquearon cualquier intento inglés de cruzar el río y aprovisionar las tropas acantonadas en Yorktown.
Hasta este momento, el plan estratégico de Bernardo de Gálvez cumplía sus objetivos: dominar el curso del Mississippi para que Yorktown no recibiera refuerzos, y para ello eliminó las posiciones inglesas. Dueño del Mississippi y de puntos ventajosos en el litoral suroeste de la Florida, podía pasar al segundo aspecto, la toma de Pensacola, que tenía una fuerte guarnición de tropas británicas, para controlar la costa sur y que Cornwallis no pudiera recibir socorros por esta vía. Entonces, la flota francesa garantizaría el cerco de Yorktown por el mar, y la toma de Nassau y las Bahamas eliminaría la última base británica cerca del territorio continental desde donde podrían enviar refuerzos a los ejércitos que lidiaban con Washington. Bloqueados los ingleses por las tropas independentistas y francesas por tierra, y por los buques franceses por el mar, cortados los accesos al sur de Yorktown por tierra y por el Mississippi al oeste, Cornwallis estaría en una trampa y la victoria tomaría de poco tiempo.
Tras un intento en 1780 fracasado por el paso de un huracán, en 1781 zarpó de La Habana el ejército, formado en un 90 por ciento por tropas hispanocubanas, que sumaban 4,700 hombres: los Regimientos del Príncipe, “El Osado”, Fijos de La Habana, “El Noble”, la Guarnición de Veteranos, y los Batallones de Pardos y Morenos de La Habana, 600 soldados de los Regimientos del Rey y de Navarra, artilleros y zapadores. Cuba donó provisiones de boca y de guerra para seis meses (22).
En marzo comenzó el ataque y en abril llegó de Cuba un refuerzo de 1,600 hombres al mando del santiaguero Juan Manuel Cagigal y Monserrate, Mariscal de los Reales Ejércitos. Un disparo de cañón reventó un polvorín del Fuerte George, causando la muerte a unos 100 ingleses. Después de un gran silencio, las trompetas inglesas llamaron a los soldados aturdidos, las almenas se llenaron de hombres armados y otros trataron de bloquear la brecha. Entonces Gálvez ordenó el asalto general, se bajaron los botes y los regimientos cubanos dirigidos por Cagigal, junto con los batallones de pardos y morenos, entraron por la brecha: ¡Adelante La Habana por la Victoria! era el grito de batalla del Regimiento de Fijos, mientras los batallones de pardos y morenos avanzaban con los suyos: ¡Siempre adelante es gloria! y ¡Vencer o morir!. Iban con sus insignias y banderas tremolando al viento, y llevaban en el hombro izquierdo la escarapela con la imagen de la Virgen de la Caridad. Nada podía detener la embestida. El intrépido Cagigal fue el primero en entrar por la brecha del Fuerte George, seguido por la avalancha de tropas cubanas. Los ingleses fueron barridos por aquellos hombres, que en 1762 ni siquiera tuvieron oportunidad de medirse con el enemigo por la ineptitud del Capitán General Prado Portocarrero, y ahora mostraban un coraje de leones. Mientras, la flota española bombardeaba la ciudad y cubría las almenas con fuego rasante de balas y metralla, para obligar a los defensores a retirarse.
Pocos minutos después, se rendían el general inglés John Campbell y el almirante Chester (23), con una victoria imposible sin las tropas cubanas, que habían lavado la ofensa y, para mayor satisfacción, habían recuperado la Florida, la tierra que defendieron tantos años.
Al regresar triunfante de Pensacola, Cagigal fue nombrado Capitán General de Cuba, pero el incansable militar no descansó y se preparó para expulsar a los ingleses de las Bahamas. Con 2,000 hombres de los regimientos habaneros, alistó la escuadra, entró en el archipiélago y el 7 de mayo de 1782 se apoderó de Nassau. Los ingleses, para contrapesar las victorias de Gálvez y Cagigal, lanzaron la escuadra del almirante Rodney contra La Habana, pero las tropas y destacamentos de milicias, dirigidos por Cagigal, frustraron aquél intento.
Mientras, la situación del Ejército Continental precaria durante la guerra a pesar de los auxilios de Francia y España, se agravó en 1780-1781, y llegó a ser desesperada para los rebeldes y las fuerzas del mariscal Rochambeau, según las cartas dirigidas a Washington por Jefferson, Lafayette y gran número de generales y miembros del gobierno. Una carta del general Nathanael Greene del 7 de diciembre de 1780, dice: Nada puede ser más miserable y penoso que las condiciones de los soldados, famélicos con frío y hambre, sin tiendas ni equipo de campamento. Los del contingente de Virginia están, literalmente, desnudos; y en gran parte completamente incapaces de cualquier clase de servicio.
En agosto de 1781 el francés Ludwig von Closen describió en forma semejante las tristes condiciones del ejército de Washington al atravesar el río Hudson marchando hacia la victoria de Yorktown. Dijo von Closen: le duele a uno el corazón al ver a estos valientes (24).
En esos tiempos las victorias de Gálvez y Cagigal rompieron las rutas inglesas de aprovisionamiento por el canal de las Bahamas, desalojaron de posiciones clave en las Antillas y el golfo las fuerzas navales británicas, y las obligaron a utilizar miles de hombres y parte de sus escuadras en los enfrentamientos, con lo que disminuyeron sus posibilidades de lucha. Según palabras de Buchanan P. Thompson, la ayuda a las colonias americanas en su lucha por la independencia fue determinante al ofrecer seguridad en las fronteras del sudeste (25).
Las tropas cubanas habían dado otro golpe, pero no el último. A mediados de 1781, en vísperas de Yorktown, Washington y su ejército estaban en malas condiciones, las arcas que financiaban la guerra estaban vacías, los agricultores no suministraban comestibles por falta de pago, lo mismo ocurría con los armamentos y la pólvora (26), y no había dinero para pagar las tropas de Rochambeau. De Grasse, después de fracasar en sus gestiones para recoger dinero en Saint Domingue, Haití, donde era dueño de plantaciones, fue a Cuba donde los comerciantes y otros criollos reunieron y donaron 1’200,000 libras tornesas (una moneda de plata acuñada en la ciudad francesa de Tours, que se aceptaba internacionalmente), equivalentes a 300 millones de dólares de hoy (27). Además, Cuba pagó en gran medida la expedición y los costos de las batallas de Pensacola y las Bahamas, por lo que se debe sumar un estimado de 3,000,000 de libras tornesas a los gastos de las acciones combativas.
La Florida volvió a ser española desde 1783 con la Firma del Tratado de Versalles.
Muchos floridanos que fueron a vivir a Cuba en 1763 regresaron veinte años después, otros permanecieron en la Isla, y continuaron de muchas formas las relaciones. La colaboración hispanocubana a la Florida se hizo mayor en proporción al desarrollo creciente de la Isla, que tuvo gran impulso en el siglo XIX. Se fomentaron industrias y se abrieron algunos establecimientos comerciales, se montó una pequeña imprenta en San Agustín y funcionaba un periódico que daba a conocer acontecimientos locales, pero poderosos intereses norteamericanos presionaban al gobierno para apoderarse de las riquezas del territorio. Si bien la Florida siguió bajo la soberanía española hasta 1821, no había control total del territorio, por las tendencias independentistas de muchos habitantes que durante el período de la intervención francesa en España en 1808-1814 habían recibido influencia de las ideas revolucionarias. Para empeorar la situación, el 29 de junio de 1817, el general Gregorio McGregor, con órdenes de Bolívar, tomó la ciudad de Amelia, en la isla del mismo nombre cerca de la costa de la Florida y de Georgia, llamando a la población para proclamar la independencia y declarar la “República de Florida”, estableciendo su capital en la localidad fortificada de Fernandina. Bajo las órdenes del corsario francés Luis Aury, se organizó una flotilla y se fortificó la costa ante una segura invasión española desde La Habana. Aprovechando la ocasión, el presidente James Monroe y su Secretario de Estado, John Quincy Adams, ordenaron la invasión de la Florida. En septiembre de 1817, un gran despliegue militar estadounidense apoyado con tropas españolas llegadas de La Habana desembarcó en Amelia y Fernandina para someter a los rebeldes, apresando a sus líderes, y en 1818, Andrew Jackson intervino en la Florida Oriental en lo que la historia denominó Primera Guerra Seminola, hecho que le valió el apoyo popular en su país.
Finalmente, se cedió la Florida a Estados Unidos por el Tratado Adams-Onís de 1819, puesto en vigor en 1821, que sólo legalizó el dominio norteamericano, que de hecho ya existía. Ese año comenzó la guerra con las tribus semínolas que habitaban la península para establecer colonos estadounidenses y formar el Estado más meridional de los Estados Unidos.
Una conclusión necesaria
En la Florida no había oro ni recursos. Fue sólo una línea de defensa con guarniciones pobres y vida precaria que subsistía gracias al situado mejicano, los abastecimientos cubanos y las tropas que aseguraban la defensa. Era el único punto del imperio que tenía frontera con colonias inglesas y el más expuesto a invasiones y ataques corsarios. Era difícil de proteger y con pocos medios, desarrolló una abnegada capacidad de resistir que la mantuvo hasta 1821 e hizo imbatibles las murallas del Castillo de San Marcos. Fue la única colonia que no cayó por una insurrección de los criollos, sucumbió ante la certeza de una invasión norteamericana que era imposible detener.
Muchos en la Florida piensan que el resultado de la colonización de esa tierra descubierta en 1513 por Juan Ponce de León se limitan a una pequeña ciudad, algunas misiones, unos pocos miles de indios cristianizados que no dejaron descendencia, algunos fuertes de frontera, entre ellos uno habitado por negros libres, crónicas de piratas y corsarios, el gran Castillo de San Marcos… y nada más. A esto se reduce lo que saben de la presencia hispana: una historia, dicen, insignificante dentro de la historia de los Estados Unidos, y desconocen que la Florida conectó las colonias inglesas con Cuba y fomentó una corriente comercial decisiva para crear capitales en las Trece Colonias y en Cuba, que enriquecieron a los nacientes Estados Unidos, a la Isla y a España. Pero hay más. En cierto momento, el comercio con Cuba, vale decir, con España, hizo estallar la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, a la que España y Cuba aportaron barcos, tropas, abastecimientos, dinero y sangre. Con el comercio surgido de las relaciones económicas de la Florida con las colonias inglesas, Cuba era tan rica que en 1841 su aporte estimado al presupuesto del Reino representaba el 75 por ciento de los gastos, y el oro restante garantizaba una espléndida situación económica. Las exploraciones y reconocimientos españoles, con su legado sobre la geografía, costas, territorio, flora, fauna y los indios, sirvieron de base a los avances posteriores de los exploradores norteamericanos; y desde el punto de vista de los derechos humanos, el heroísmo de los misioneros, que dieron a los indios el acceso al cristianismo y la civilización occidental, el Sínodo Diocesano de Cuba en 1680, que reguló el trato a los conversos, el trato a los esclavos, que eran cristianizados y podían ser manumitidos, la creación de Fort Mosé, primer pueblo de negros libres en Estados Unidos, donde se libró en la segunda mitad del siglo XIX una guerra civil terrible para reconocer derechos admitidos por los españoles 150 años antes. Por otra parte, la Iglesia cubana dio a la Florida y a Estados Unidos sus primeros obispos, sacerdotes y frailes, llevando el cristianismo donde sólo había pantanos, tremedales y tribus guerreras.
Además los primeros libros, catecismos, gramáticas y diccionarios para enseñar a leer y escribir a los nativos, que comenzaron a vestirse, llevar vida sedentaria, regirse por leyes, y respetar a sus semejantes. La fundación de la primera ciudad, 124 misiones y doctrinas, el primer hospital, castillo, convento, escuela, ayuntamiento, iglesia, mercado, tribunal, la introducción de la agricultura, industrias, artesanías, técnicas militares y de construcción de edificios y embarcaciones… los españoles floridanos, heroicos y pobres, dejaron herencias valiosas que son gloria de España y para Estados Unidos un tesoro cultural e intelectual, de conocimientos y humanismo, aparte de colaborar al fomento de la riqueza y al despegue de la Isla de Cuba, que pasó de ser una factoría en los siglos XVI y XVII a un esplendoroso desarrollo en el XVIII y el XIX, y ya no fue sólo el Antemural de las Indias, sino también la Perla más valiosa de la Corona de España. La Florida dio mucho a su hermana mayor, Cuba, y la Isla fue igualmente generosa. Ambas fueron muy importantes para España.
Es comprensible la tristeza de los habitantes de San Agustín y los soldados de la guarnición en 1821, al ver que se arriaba la bandera que tremoló orgullosa en las almenas del Castillo de San Marcos por dos siglos, y se desplegó en la ciudad por doscientos cincuenta y seis años, retando pretensiones británicas y norteamericanas, sin que nunca un enemigo la pudiera tomar, sin que nunca fuera bajada y mucho menos rendida. Todo refleja la inmensa gloria de España en Norteamérica, muy mal conocida y débilmente recordada.
Muchas gracias.
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Leyenda
(1) Landers, Jane. An Eighteenth-Century Community in Exile: The Floridanos in Cuba. New West Indian Guide/Nieuwe West Indische Gids Vol. 70 No. 1 & 2 (1996): 39-58
(2) Ibídem (1), p. 41
(3) Cf. Martínez, José Ramón; García, Rogelio; Estrada, Secundino. Historia de una emigración: asturianos a América, 1492-1599. Oviedo, 1996
(4) Cf. Registros del Archivo de Protocolos de La Habana, años 1580 y ss.
(5) Archivo Nacional de Cuba (ANC). Florida, legajo 222
(6) AGI, 145-5-17. Consulta de la Junta de Guerra de Indias, 5.III.1611
(7) Archivo General de Indias (AGI). Santo Domingo, 417, fundación de la Cofradía de la Caridad en la iglesia del Espíritu Santo de La Habana, 1712.
(8) Juan de Miralles Trailhon era hijo del capitán de infantería del ejército francés Juan de Miralles y Tizner, natural de la villa de Monein, en el Bearn, quien al terminar la Guerra de Sucesión y obtener los borbones la Corona de España, se estableció en la península donde contrajo matrimonio con Gracia Trailhon, natural de la Navarra francesa. Nació en Petrel, Alicante, y se formó dentro de las culturas española y francesa. Desde temprana edad se dedicó al comercio legal y al contrabando. Después de afirmar sus relaciones en España, Francia e Inglaterra, se trasladó a La Habana alrededor de 1740. Desde entonces fue vecino de La Habana y se convirtió en activo comerciante involucrado en negocios de todas clases, desde la compra y venta de barcos al flete de navíos y el tráfico de esclavos, la representación de casas europeas y las inversiones en bienes raíces. Se unió por vía matrimonial con la influyente familia habanera de Eligio de la Puente, lo que aumentó considerablemente sus caudales y amplió sus relaciones. Murió el 28 de abril de 1780 en Morristown, New Jersey, en la residencia de George Washington. Mientras duró su breve enfermedad fue atendido por el médico y la esposa del jefe independentista. Este ordenó que se le rindieran los más altos honores militares. En el cortejo fúnebre estuvo presente el propio Washington, Hamilton, La Fayette. Morris y otros de los principales líderes norteamericanos.
(9) Portell Vilá, Herminio. Juan de Miralles, un habanero amigo de George Washington, La Habana, 1947, p. 3
(10) Torres-Cuevas, Eduardo. Cuba y la independencia de los Estados Unidos: una ayuda olvidada. Universidad de La Habana, La Habana, 2005
(11) Morales Padrón, Francisco. Participación de España en la independencia política de los Estados Unidos. Publicaciones Españolas, Madrid, 1952, p. 13
(12) Reales de plata con un valor de 68 maravedíes
(13) Morales Padrón, Francisco. Participación de España en la independencia política de los Estados Unidos. Publicaciones Españolas, Madrid, 1952, p. 15
(14) Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial Hispana (CDHFCH). Florida, Fondo Independiente sobre la Guerra de Independencia de EEUU, Correspondencia de Estado siglo XVIII. Trasuntado de Archivo Histórico Nacional (AHN), E. 4072, Aranda a Grimaldi, París, 7 de septiembre de 1776
(15) Morales Padrón, Francisco. Participación de España en la independencia política de los Estados Unidos. Publicaciones Españolas, Madrid, 1952, p. 17
(16) Ibídem, p. 14
(17) Centro de Documentación Histórica de la Florida Colonial Hispana (CDHFCH). Cuba. Reales Cédulas siglo XVIII. Independencia de las Trece Colonias. Trasuntado de Archivo Nacional de Cuba (ANC). Fondo Intendencia General de Hacienda, leg. 612, no. 5: Real Cédula de S.M. en que manifestando los justos motivos de su Real disposición de 21 de junio de ese año, autoriza á sus vasallos Americanos, para que por vía de represalias y desagravios hostilicen por mar y tierra á los súbditos del Rey de la Gran Bretaña.
(18) Kuethe, Alan J. Cuba 1753-1815. Crown, Military and Society. The University of Tennessee Press, 1986, p. 98
(19) Cf. Torres-Cuevas, Eduardo. Cuba y la independencia… o.c.
(20) George Rogers Clark (19 de noviembre de 1752 – 13 de febrero de 1818), n. de Virginia, fue el militar estadounidense de mayor rango en la frontera del noroeste durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Clark fue líder de la milicia de Kentucky gran parte de la guerra y es bien conocido por sus célebres capturas de Kaskaskia (1778) y Vincennes (1779), que debilitaron la influencia británica en el Territorio del Noroeste. Debido a que los británicos cedieron todo el Territorio del Noroeste a Estados Unidos en 1783 mediante el Tratado de París, Clark es mencionado como el «Conquistador del Antiguo Territorio del Noroeste.»
(21) Ibídem, pp. 103-104
(22) Cf. Larrúa, Salvador. Tropas y financiamiento cubano para la independencia de los Estados Unidos. Herencia Cultural Cubana, Miami, Fl., 2009
(23) Ibídem
(24) Ibídem
(25) Thomson, Buchanan P. La ayuda española a la guerra de independencia
(26) Sólo en 1776 Washington recibió armamentos por valor de 4 millones de reales de vellón: 216 cañones de bronce, 209 cureñas, 27 morteros, 29 afustes, 12,826 bombas, 51,134 balas, 300 lotes de 1,000 libras de pólvora cada uno, 30,000 fusiles con sus bayonetas, 4,000 tiendas de campaña, 30,000 uniformes completos y plomo para balas de fusil (Morales Padrón, Francisco: Participación de España en la independencia política de los Estados Unidos. Publicaciones Españolas, Madrid, 1952, p. 15
(27) Larrúa, Salvador. Tropas y financiamiento cubano para la independencia de los Estados Unidos. Herencia Cultural Cubana, Miami, Fl., 2009