viernes, octubre 4, 2024

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África, en el umbral crítico del COVID-19 (I)

El último continente en el que ha irrumpido la nueva cepa del SARS-CoV-2, comúnmente conocido como coronavirus, ha sido África, donde ninguno de los 54 países ni regiones está libre de la pandemia. Desde que Egipto comunicase oficialmente el primer caso diagnosticado, los parámetros de afectados no se han disparado como en otras demarcaciones del planeta.

En los últimos meses el virus ha peregrinado desde el Viejo Continente a Asia y Oceanía y al otro lado del Atlántico y, por último, a tierras africanas con 1.347 millones de habitantes. Por el momento, no es de los más sacudidos por la enfermedad que ha dejado a su paso centenares de miles de óbitos y millones de contagiados en la aldea global.

Si bien, la Organización Mundial de la Salud, OMS, ha anunciado la alarmante tendencia al alza que se está originando en la zona, diversos expertos consideran que si la crisis epidemiológica no se controla adecuadamente, podrían fallecer hasta 190.000 personas y no serían menos las infectadas, que se estimarían aproximadamente entre los 44 millones.

En esta misma dirección, la Comisión Económica de Naciones Unidas para África, por sus siglas en inglés, UNECA, apunta peores pronósticos, cuantificando en más de 300.000 las que podrían perecer. Incuestionablemente, el 56% de la población urbana se agrupa en barrios marginales o casas informales y únicamente el 3% de los techos, tienen acceso a medios básicos para lavarse las manos.

Teniendo en cuenta que el COVID-19 ha entrado después en esta parte territorial y se ha dilatado en su propagación, según las estadísticas de las últimas semanas la epidemia se ha recrudecido, pasando de las 100.000 a 200.000 infecciones. Es decir, se ha duplicado el número de afectados y todo ello en una extensión con menos recursos médicos para afrontar el escenario endémico.

Tal como especifica el Programa Mundial de Alimentos, PMA, en la última etapa de este año en África Central y Occidental, los individuos en situación alimentaria crítica alcanzarían los 57.6 millones, por el golpe en las economías para reducir la transmisión. Estimándose que la nación más perjudicada recaería en Nigeria, que, a su vez, es la más numerosa con 206 millones de habitantes y de estos, 23 millones malviven en este contexto; mientras que el resto de las víctimas, se agruparían en Níger y algo menos, en otros estados como Camerún, Chad, Burkina Faso, Senegal, Mali y República Centroafricana.

En África se han superado los 12.289 decesos y 527.452 positivos, un 4% de los todos los casos del mundo y algo más de 258.000 están activos; el 71% están reunidos en cuatro países concretos: Sudáfrica, 238.339; Egipto, 79.254; Nigeria, 30.748 y Ghana, 23.463. Cifras, que irremisiblemente se habrán modificado a la lectura de este texto.

Perceptiblemente, este entorno reportará a que 11.6 millones de niños deban de soportar malnutrición aguda, lo que entreve un 18% más con relación a los márgenes previos de la emergencia sanitaria que actualmente nos aflige.

No cabe duda, que las directrices que más han influido para que la población acceda a los alimentos, subyace en el cierre de fronteras proactivas y la interrupción de los mercados semanales al aire libre; lo que ha conllevado que los agricultores queden en un callejón sin salida para sus productos. Ahora, lo que realmente inquieta es que el patógeno penetre en los círculos agrarios con exiguas infraestructuras e insignificantes capacidades para contrarrestar las dificultades higiénicas.

Al mismo tiempo, la inestabilidad alimenticia en uno de los lugares más dañados por la pobreza y la desdicha, se duplicaría, como ha opinado la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO.

En esta realidad nada halagüeña, mención especial merece el Reino de Marruecos, que se ha convertido en uno de los actores cruciales para la lucha del coronavirus en África. Para ello, ha tendido la mano con una campaña de apoyo a sus más inmediatos continentales, dentro de la cual, se ha encuadrado la remisión de una veintena de aviones que han viajado del aeropuerto de Casablanca con rumbo a Senegal, Mauritania, Suazilandia y Zambia.

Es de destacar, que en las existencias de estas aeronaves se han dispuesto 8 millones de mascarillas, al igual que 900.000 pantallas protectoras, 30.000 litros de gel desinfectante, 600.000 gorros quirúrgicos, 60.000 batas y miles de cajas con medicinas consignadas para dar protección a estos países en su pugna ante el virus.

Dicho material, siguiendo las recomendaciones de la OMS, ha sido elaborado íntegramente en este estado alaouita; los favorecidos en esta labor humanitaria han sido Burkina Faso, Camerún, la Unión de las Comoras, Guinea, Congo, Suazilandia, Guinea-Bisáu, Malawi, Mauritania, Níger, Senegal, Tanzania, Chad y Zambia.

Una colaboración solidaria que se ajusta a la decisión tomada el 13 de abril por el Rey Mohamed VI (1963-56 años), que expuso el Ministerio de Asuntos Exteriores marroquí mediante la Agencia Oficial de Noticias MAP y que literalmente dice: “como enfoque pragmático y orientado hacia la acción, dirigida a los países africanos hermanos, que permite un intercambio de experiencias y buenas prácticas y busca establecer un marco operacional, para apoyar sus esfuerzos en las diferentes fases de la gestión de la pandemia”. Del mismo modo, Marruecos, ha declarado su pretensión de acoger el Centro Africano para el Control y la Prevención de Enfermedades, CDC, que en un futuro se compondrá amparado por la Unión Africana, UA.

Con este prisma irresoluto, África desafía el contratiempo sanitario del SARS-CoV-2 junto a otros trances humanitarios incipientes. Algunos se encajarían en períodos recientes como es el caso de Burkina Faso; en cambio, existen otros que arrastran su propio lastre como la República Democrática del Congo o Sudán del Sur, concernientes a laberintos políticos, guerras o calamidades naturales como sequías o plagas y, por ende, el desalojo forzoso y refugio de la urbe.

Las conjeturas contradictorias de cómo va a influir la enfermedad, no acaban de definirse, pero sus sistemas sanitarios contemplan con desasosiego el grado de incidencia en otras esferas del mundo, puesto que sus sociedades ya advierten las derivaciones de la crisis más potente de las últimas décadas.

Bien es cierto, que desde un principio los estados africanos han tomado cartas en el asunto, incluso antes que las naciones europeas: clausurándose tramos aéreos, o la implantación de toques de queda entre 10 y 12 horas y limitados los actos colectivos.

Sin embargo, hay que partir de cuatro variables intervinientes a la hora de hacer una valoración en las debilidades y fortalezas, que evidencian el avance, contención o retroceso del COVID-19.

Primero, África es un continente relativamente joven, con un percentil en la edad media de 18 años y los más deleznables, los ancianos, implican el 10%; segundo, dada la intermitencia de los males epidemiológicos, estos hombres y mujeres poseen algunas destrezas a la hora de encarar las epidemias; tercero, la interpretación de ‘comunidad responsable’ está muy arraigado, lo que aporta la divulgación de mensajes; y cuarto, la capacidad de resiliencia aclimatada a sobrevivir en circunstancias severas. Si el peligro de infecciones y fallecimientos es correlativo a los efímeros métodos de vida de esta población, han de añadirse los inconsistentes sistemas de salud, subestructuras incapaces y parcamente provistas y la carencia de recursos humanos especialistas, que hacen sospechar una escasa o nula posibilidad de reacción.

El balance de testeo es minúsculo o casi irrisorio y la perspectiva pasa porque los laboratorios sean lentos y se saturen inmediatamente.

A esta espiral hay que incorporar que son muchos los millones de personas que residen en parcelas rurales, donde es imposible recurrir a los servicios sanitarios más próximos, lo que problematiza tener cifras aproximadas de contagios.

Conjuntamente, en territorios zarandeados por afecciones endémicas como la tuberculosis, la malaria, el virus de la inmunodeficiencia humana o VIH, etc., que se enmarcan en el grupo de personas de alto riesgo por el coronavirus, tal vez, la disposición más compleja sea el inconveniente para garantizar la secuencia de los servicios sanitarios esenciales, con la premisa que los centros sanitarios se colapsasen.

África, no puede supeditar la vigilancia primaria de enfermedades reincidentes, porque es un tema de vida o muerte. No obstante, en contraste con Europa o Estados Unidos, donde el virus ha golpeado con más virulencia, en este continente la infancia se recrudece, porque millones de niñas y niños padecen desnutrición aguda y crónica y alteraciones respiratorias, que irremediablemente inducirá a esta franja de edad a lo más calamitoso.

A este respecto, la OMS subraya con pelos y señales que el cupo de camas utilizables en las Unidades de Cuidados Intensivos, UCI, en 43 países de África, es menor a las 5.000. Es decir, lo equivalente a cinco camas por cada millón de personas en los países indicados.

Es importante reseñar, tal como ha verificado ‘Médecins du monde’ o ‘Médicos del Mundo’, en los primeros coletazos de la pandemia, pongamos como ejemplo, Mauritania, disponía tan solo de un único hospital de referencia y 36 camas UCI; o Mozambique, con 2 hospitales y 33 camas UCI; o Burkina Faso, con 3 hospitales y 6 camas UCI, que demuestran la escasez de instalaciones e instrumental acondicionados para esta ocasión.   

Si esta comparativa se implementa con otras naciones del mapa internacional, Nigeria, con 120 camas de UCI para un conjunto poblacional de 206 millones de habitantes, correspondería al 0.07 por 100.000 habitantes, por el 12.5 por 100.000 en Italia y 3.6 por 100.000 en China.

Y por si fuese poco, Mozambique, con más de 31 millones de habitantes, únicamente se apresta de 24 respiradores y el personal que teóricamente ha recibido instrucciones para su manipulación es inapreciable. Amén, que los útiles y herramientas han de llegar de otros puntos como Sudáfrica con un intervalo de tres meses.

Haciendo un ejercicio de imaginación, el confinamiento no está proyectado para África, con una mirada retrospectiva a la antropología, se sustrae que, en su diversidad, estas personas hacen la vida prácticamente en la calle y en comunidad, guardando su tribu y permaneciendo a diario con una economía informal.

Con lo cual, el confinamiento es irrealizable para una subsistencia que se cristaliza fuera del hogar.

Estas gentes, tanto en el término urbano como rural, se desenvuelven en el día a día y constantemente demandan estar en movimiento, no ya para ganarse el pan, sino para adquirir provisiones ante la imposibilidad de almacenaje y refrigeración en la mayoría de las viviendas.

Como revelan la OMS y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, sólo el 24% de los residentes del África Subsahariana puede acudir por agua potable. De ahí, la premura en la distribución diaria, frecuentemente, con interminables trayectos que impide llevar a término la praxis de la higiene para neutralizar al patógeno. Por lo tanto, la conceptuación de familia, tan amplia y en dimensiones tan minúsculas, entorpece el confinamiento. Mejorar la salud comunitaria y la atención primaria es la forma en que cada uno de estos componentes interactúan para combatir la intromisión de la epidemia.

Lo que queda claro, es que el precio de guardar la cuarentena podría resultarle muy costoso. África es indefinidamente agraria, aunque refunde aldeas que perduran en sitios apartadas.

Como se ha mencionado, acinarse en estancias angostas y superpobladas, sin agua y electricidad confiable, hace que la desinfección sea un reto inalcanzable en el siglo XXI y trabajar desde casa, una utopía.

Las ganancias se entienden restringidas, porque el propósito de los bloqueos no es descartar el virus en sí, sino admitir los costos económicos y sociales como un importe que merece la pena sufragar para allanar la curva epidemial y, simultáneamente, salvaguardar los frágiles sistemas de salud saturados.

Difícilmente puede concebirse esta lógica, cuando los centros sanitarios no hacen frente a los niveles precedentes del SARS-CoV-2.

Luego, los impactos económicos dañinos podrían ser más arduos para África, que cualquier otro sector del globo, al ser soberanamente sensible a permisibles desplomes en la producción; pero, sobre todo, al estar en manos de la demanda del gigante asiático, como China y, evidentemente Europa.

Varios estados ya sufren un fuerte descenso en los ingresos por recursos naturales, mientras que las inversiones, el turismo y los transportes se verán perjudicados.

Todo, con un impuesto elevado de deuda.

Acudiendo a las fuentes procedentes del Banco Mundial, este justifica que África desafiará su primera recesión en 25 años con la economía contrayéndose en 2020 hasta un 5,1%. De lo que se desprende, que dispondrá de poca financiación para emplearse a fondo en la servidumbre del coronavirus con la extenuación de la moneda, el ascenso de los precios de los alimentos, la paralización de las cadenas locales de suministro agroalimentario y, de suponer, se empequeñecerán las importaciones.

Pese a que unos cuantos países han aplicado bloqueos nacionales y otros han cerrado los principales centros urbanos, las interrupciones son difíciles de gestionar y sostener, fundamentalmente, en poblaciones donde el ir y venir cotidiano en una parcela informal o agricultura de subsistencia, se convierten en la receta de supervivencia y el estado no dispone de la solvencia suficiente para sustituir las ganancias perdidas o la compensación de las necesidades básicas.

Lógicamente, no es una alternativa de dos elementos entre el bloqueo o no bloqueo: concurren una serie de iniciativas intermedias, como acotaciones a la movilidad, toques de queda, cierre de recintos de culto, exclusión de grandes confluencias o suspensión de escuelas, bares o peajes fronterizos.

Estas disposiciones calibradas no impiden que la pandemia se transmita, ni con toda probabilidad, será eficaz para responder a una atención médica proporcionada para los infectados. Pero, al menos, coadyuvará a suavizar la expansión y ganar tiempo invaluable en el escepticismo que rodea al espectro de incógnitas todavía sin resolver, y que han venido acompañadas del desconcierto y averiguaciones cruzadas e inquietantes.

Llegados hasta aquí, el optimismo popular es escaso en bastantes territorios africanos, por lo que las estrategias han de estar encaminadas a empoderar a las comunidades y no alienarlas.

Las lecciones aprendidas de otras epidemias del pasado, aún latentes y con largas tradiciones basadas en la ayuda mutua, son fortalezas reveladoras que no deben escaparse.

Los mensajes oportunos tienen que ser difundidos por agentes pertinentes; las políticas, incluidas las cesiones en efectivo y la asignación de alimentos, han de materializarse de manera sensible. De lo contrario, si las réplicas se someten al uso de la fuerza, es poco viable la conformidad genérica.

En consecuencia, a groso modo, África no ha contabilizado sumas explosivas en los contagios, en buena medida, porque sus Administraciones testigos de los trastornos que han sobrepasado a la vecina Europa, ha sabido reaccionar para operar con prontitud y sortear un infundado colapso en sus sistemas sanitarios.

A los factores descritos preliminarmente como la tesis en la juventud de los ciudadanos, en antítesis a la ancianidad demográfica y rasgo de los pueblos de Occidente, se añade que esta región se halla comparativamente distante del tráfico aéreo internacional, a diferencia de otros departamentos más prósperos.

Las piezas del puzle que configura África, no les puede faltar los fragmentos que atañen a las circunscripciones Occidental y Central, con un profundo conocimiento en el tratamiento de otras infecciones como la malaria, el ébola, la fiebre amarilla o la meningitis. Véanse las eventualidades específicas habidas en Sudáfrica, como punta de lanza en el extremo más meridional, donde las autoridades han reutilizado contra el COVID-19 los sistemas de rastreo establecidos en la década de los noventa, para enfrentarse al VIH.

Quedando en pausa el cierre de la primera parte de este pasaje, se desenmascara a África, el tercero en superficie de la Tierra con 30.100.000 kilómetros cuadrados y un diagnóstico indeterminado. Avistándose un horizonte con algunos logros y obstáculos en el que parecen despertarse viejos fantasmas sobre el resquicio de una catástrofe. Para eludirla, es imprescindible abandonar los prejuicios enraizados y apreciar lo aprendido; pero, sobre todo, apostar por la investigación que mitigue las desigualdades, como la que nos auspicia el coronavirus.

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