viernes, 25 abril, 2025

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Jackie en París

Era el año 1961 cuando Jhon Kennedy pronunció esta frase recién nombrado Presidente y él y su esposa aterrizaban en la capital francesa, siendo recibidos por el Presidente de Gaulle y su esposa. Pero para Jackie era como volver a casa, París recibía a su reina y seguía siendo aquella ciudad que la enamoró cuando la pisó por primera vez doce años antes, pero por aquel entonces era simplemente Jacqueline Bouvier, estudiante de literatura que junto con otras jovencitas de buena familia iba a iniciar el que ella llamó el período más feliz de su vida.

Jackie siempre quiso ser independiente y Francia le ofreció todo lo que deseaba, la excusa de estudiar en la Sorbona fue suficiente para el sí de sus padres a que se fuera. Empezó perfeccionando el idioma con una estancia de seis semanas en Grenoble, la ciudad de sus antepasados. Luego se instaló en París, en el 78 de la Avenue Mozart con la Condesa Guyot y sus hijas, en un amplio apartamento donde se alquilan habitaciones para estudiantes y pronto se hizo amiga de las hijas de la Condesa, mujer célebre por haber participado en la Resistencia junto a su esposo, aunque al final ambos acabaron presos en un campo de concentración y solamente la Condesa pudo sobrevivir.

El 78 de la Avenue Mozart donde Jackie vivió. En la entrada una placa en su honor.

Jacqueline es libre y feliz. Por la mañana recorre París en metro o a pie hasta la universidad y por las tardes visita el Louvre, asiste a bailes, a la Ópera, frecuenta la Coupole, el Deux Magots y el Café de Flore con la esperanza de ver a Sartre o a Camus. No obstante, la Francia de 1949 no es próspera, la guerra ha dejado todo arrasado y las cartillas de racionamiento impiden que a veces se pueda llevar pan o carne a casa, su madre Jannet le envía desde América paquetes de café y azúcar y en el apartamento de la Condesa solo hay un baño donde el agua caliente escasea y el calentador es viejo. Un día mientras se baña este explota y rompe los cristales, pero Jacqueline no se asusta. Para combatir el frío en invierno se envuelve en mantas, jerseys, bufandas y guantes y trabaja con ellos metida en la cama. En primavera realiza con las Guyot un viaje para conocer el país a fondo. Fumará, bailará y beberá y aceptará las invitaciones de chicos con los que coquetea, pero siempre se mantendrá distante para mantener su independencia y misterio a salvo.

Le hubiera gustado quedarse pero en 1950 el sueño parisino terminó y tuvo que volver, lo hizo de mala gana. No obstante, al volver en 1961 ya como Primera Dama todo fue bien distinto, mejor si cabe, llevando la moda de París y el esplendor de Versalles a la Casa Blanca y la Mona Lisa al Museo de Washington, organizando como su admirada Madame Recamier sus veladas de salón, donde ella era siempre el centro de atención.

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