La rueda persa: ser agradecido

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El agua es una riqueza que, los que la tenemos corriente en nuestros grifos, duchas bañeras o piscinas, no  sabemos la fortuna que tenemos, y no la sabemos apreciar cuánto vale en su valor real. El agua es un ente físico inmortal porque se regenera ella sola constantemente por medio de las evaporaciones y lluvias. Pero hemos de saber que es un bien limitado, que si se altera el clima, unos grados más, podría incluso desaparecer del Planeta Tierra. No es broma porque por ejemplo Marte la tuvo.

  La extracción de agua de pozo artesianos para beber o riegos se inicia en Persia con el invento de una especie noria de tracción animal, o por esclavos; por ello los egipcios, griegos y romanos llamaban a la noria la «rueda persa», cuya etimología es «saquieh» o noria de tiro de tracción animal de un burro con los ojos vendados dando vueltas para que los cangilones giren y extraigan agua del subsuelo. En Marruecos se llama «noria de sangre».

  Los árabes nos trajeron la noria en el siglo VIII y el invento del azud o cenia que es una rueda para extraer agua de los ríos o acequias que se mueve por la corriente, en un efecto de elevación del agua a un nivel superior. Otro invento fueron las turbinas de agua que generan electricidad en algunos pantanos o las llamadas hidroeléctricas, sin hablar del mar y su potencial para generar energía. Nuestro planeta en lugar de llamarse Tierra se debería de llamar Mar, porque la tierra es una quinta parte de su superficie es perica y ovoide que sería lo más correcto, por el achatamiento de los Polos

Esta entrada a modo de prólogo frígido o frío, viene a colación para demostrar nuestro desagradecimiento al agua, a  la cultura persa y árabe, pues no solamente nos olvidamos de cuáles son nuestras raíces culturales y agrónomas sino que somos desagradecidos por naturaleza con nuestro entorno vital: aire, mar, agua continental, clima… Por ello, si queremos tener una zona más de éxito, en nosotros mismos, debemos desarrollar ser agradecidos por ser unos privilegiados en el Universo para vivir aquí, en nuestro planeta Tierra, y no solamente agradecidos sino amables y educados, sobre todo con nuestros entorno, nuestros cementantes, con la vida.

     Los agradecimientos se deberían extenderse a nuestros padres, mayores, amigos, e incluso a los vecinos y clientes. La amabilidad como como la educación, o la sonrisa es gratuita.   Los clientes pueden ir a donde quieran, pero si en tu establecimiento se sienten especiales, entonces volverán, porque la gente tiene una gran carga de soledad y necesidad de aprecio, y si acuden al bar de siempre es porque se sienten como en casa, y el camarero se ha convertido en un amigo psicólogo, más que un sirviente al que pagas, a veces sin propina.

Hace unos meses fui a una óptica de mi barrio para que me graduaran la vista y tras el examen óptico me dijeron que las gafas mías tenían ya más de diez años. Por ello me recomendaron unas nuevas bifocales. Así lo hice. Cuando me llamaron para ir a recogerlas yo fui tan contento. Al probármelas me di cuenta que de cerca no veía bien, me dijo la dependienta que me tenía que acostumbrar al nuevo enfoque. Me fui a mi casa y no podía leer. A la semana volví a reclamar, insistió la dependienta que  mis ojos se tenían que adaptar a los cristales. Le dije que eso no podía ser. Me respondió secamente que ya no me las podía devolver porque las había pagado. Tuve que ir a otra óptica a comprobar la graduación. Me dijeron que no estaban bien. Volví a mi óptica para darle el peritaje del otro óptico, me dijeron que por haber ido a otro, ya no me las podían cambiar. Al final me tuve que poner cabrón, le dije que habían perdido un cliente, más la mala publicidad que le iba dar. A fuerza de martillo se quedaron con las gafas para graduarlas de nuevo. La amabilidad a un cliente fue nefasta y desagradable.

La óptica debió ser agradecida de que yo fuera a su establecimiento donde hice una importante compra. A veces te encuentras con personas que son tozudas como «la rueda persa», que sacan agua con tracción animal. Son personas que no hacen nada por mejorar sus negocios. Yo me sentí mal durante unos días. Estuve incómodo, y cuando paso por la puerta de la óptica ya no miro para adentro. ¿Quién perdió a quién?

  La calidad de la vida reduce la calidad de los pensamientos. Cuanto peor se nos dan las cosas, peor pensamos. Por eso decía Quevedo: “Creyendo lo peor, casi siempre se acierta”.  Y el cliente no es que siempre tenga que tener la razón, es que la tiene porque es el que paga y quien paga elige el color, y la tienda donde quiere ir a comprar. Por ejemplo, en las escuelas de hostelería hay una asignatura titulada “Cómo tratar a los clientes difíciles”, que también debería aplicarse a las escuelas de ópticas. A lo mejor yo también debería recibir unas clases para saber portarme como cliente modelo y dócil.

    La educación no debe estar reñida con las reclamaciones, lo sé, pero a veces uno grita sin darse cuenta, llevado por la euforia, de la desatención y la rueda persa social en la que siempre estamos y giramos como un agua que es inocente, quien tiene la culpa es la tormenta, las malas intenciones y nuestros instintos reptiles (los más primitivos). A la armonía del baile se le podría bautizas como: “la rueda persa conjuntada” como el dibujo que se encabeza a este artículo.