viernes, abril 26, 2024

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Tal vez nos encontramos a las puertas de un orden mundial pospandemia

A estas alturas del trance epidemiológico, disponemos de algunas fuentes que el COVID-19 no es solo una crisis sanitaria que pone en jaque a las políticas económicas de cada país; porque, han permutado las formas en que los actores se relacionan entre sí. Abriéndose un mar de prejuicios en el que, quién con atrevimiento gestione al patógeno, estará mejor acomodado para liderar el siglo XXI. Pero, ¿quién será…?

Es perceptible, que el papel que ostenta Estados Unidos como la primera potencia mundial, se ha extenuado. Y no ha sucedido porque no esté a la altura de lo esperado en lo que atañe a la irrupción del virus y a lo que se enfrenta, sino porque su rol de líder, da muestras significativas de agotamiento.

El sistema de injerencia capitalista que tan beneficioso le ha resultado en los últimos lustros, hoy no tiene validez en una aldea donde la soberanía de los Estados es más musculosa y está salvaguardada por diversas instituciones. Por lo tanto, a lo largo de esta disertación, se vislumbra cómo el protagonismo diluido que siempre le ha acompañado, le inquieta a más no poder.

Es más, los sistemas democráticos de América Latina deben disipar un problema de inmadurez institucional: asignación de recursos y delincuencia, que se espera no sea afectado por este cambio de modelo geopolítico. En otras palabras: las secuelas del SARS-CoV-2 han descentrado a un planeta que sesteaba sobre el liderazgo estadounidense, tras el desvanecimiento americano-soviético a un orden bipolar, que le ha reemplazado a un desbarajuste multipolar.

Con estos mimbres, el factor catalizador de este escenario indeterminado es la progresiva rivalidad entre EEUU y China, que el espectro epidemial no ha empañado, todo lo contrario, lo ha exacerbado.

Es sabido, que, entre otros azotes pandémicos acontecidos en el ayer, se había dado una colaboración entre los Estados por encima de sus discrepancias latentes; pero, lo que es en nuestros días, ha quedado claro, que no ha sido así: no ha habido la más mínima contribución mutua.

Del mismo modo, asistimos a un repertorio de condenas y reproches bilaterales sobre quien es el verdadero responsable de esta hecatombe, una cadena de recriminaciones recíprocas sobre el origen del coronavirus. Luego, americanos y chinos, despliegan lo mejor de sí en sus narrativas que obtienen un ardor impetuoso.

Sin inmiscuir de este tablero geopolítico y geoestratégico, la diplomacia fundamentada en las acciones que cada nación ejerce sobre la ardua situación: la mediación con los demás y en su propia capacidad interna para contrarrestarlo.

En los meses que se han sucedido para el encaje de las variables sanitarias y económicas, los analistas coinciden en postularse que la epidemia constituye la peor crisis de salud pública, con el gran reto a las democracias desde la Segunda Guerra Mundial (I-IX-1939/2-IX-1945).

El padecimiento entraña una lucha radical al sistema político, estado de bienestar y a los niveles de bonanza económico, que apuntala el enfoque del liderazgo global. No obstante, existe menos consenso en lo que se refiere a los efectos desencadenantes de la pandemia en el orden mundial: distribución y legitimidad del poder.

Visto y no visto, ¿se precipitará una revolución hegemónica o, posiblemente, se enconarán los derroteros de influencia entre los Estados Unidos y China? ¿O únicamente se exacerbará lo existente?

Algunos consideran que este contexto remodelará las reglas comunes de juego al tonificarse la superioridad de China, que, al mismo tiempo, se vale de la ausencia americana y amplifica su astucia con las mascarillas. Sutilmente, lo hace, al ser el mayor distribuidor de material sanitario.

En cambio, otros defienden que este entorno de desbarajuste es una travesía que, como mucho, condicionará a urgir los retos y complejidades previos entre EEUU y China.

Llegados a este punto, la combinación de una pandemia y su conmoción en la dinámica económica, inducirá a consecuencias geopolíticas, pero no variará en su fase de reacomodo por dos lógicas preferentes: Primero, la historia nos confirma que las epidemias no han repercutido en las políticas de las grandes potencias; la gripe de 1918-1919, escasamente se nombra en la argumentación moderna de las relaciones internacionales; el SARS de 2002-2004 no detuvo la ascensión de China en el sistema internacional; tanto la gripe H1N1 de 2009 como el ébola de 2014-2019, tampoco descompusieron el equilibrio de dominio entre ambos.

Segundo, remontándonos a las Guerras Napoleónicas o Guerras de la Coalición (28-VII-1914/11-XI-1918), los giros en la asignación del poder han sido el desenlace de conflictos: véase las consignas surgidas inmediatamente a la conclusión de la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra (I-IX-1939/2-IX-1945) y la Segunda Guerra Mundial; o tras la Guerra Fría (1947-1991).

Como afirma Henry Alfred Kissinger (1923-97 años), político estadounidense de origen judeoalemán con gran proyección en la política, no exclusivamente en Estados Unidos con respecto al resto de Estados, sino en otros países, el orden mundial se revuelve cuando ha de hacer frente a alguna de estas realidades que contradicen su cohesión: “la redefinición de la legitimidad o una mutabilidad específica en la estabilización de la autoridad”.

Es evidente, que no nos encontramos ante una redefinición de legitimidad del orden mundial, originado con el cese de la Segunda Guerra Mundial y culminación de la Guerra Fría. El lazo transatlántico que lo sujeta, desafía numerosos inconvenientes, pero las naciones que lo acomodan no han desatendido los valores de la democracia liberal.

Hasta la fecha, ninguna fuerza revolucionaria ha logrado infligir un orden antagónico. Los que piensan que el gigante asiático saldrá de esta coyuntura indemne, como el más favorecido por ampliar su influjo por medio del poder blando y transformarse en el paradigma del manejo eficaz del coronavirus, se confunde.

Se constata la falta de claridad en la administración de la crisis del Gobierno chino, por lo que no puede ser contemplado como un modelo efectivo. Es indudable que la estrategia de las mascarillas ya citada, es propaganda del régimen comunista y no ‘poder blando’, porque se cimienta en persuadir.

Y es que, la variación de la supremacía que podría influir al orden liberal, se estaba produciendo antes de la sombra endémica de Wuhan. En aquel momento, China reproducía el principal desafío, porque era complicado que su tendencia se acondicionase a una tensión constante con EEUU. Pero, en esta predisposición, no se precipitó.

De hecho, una de las derivaciones más predecibles del COVID-19 estriba en la desacoplación: Estados Unidos y la Unión Europea, UE, intentan depender menos en lo económico de China, lo que atenúa el peso de esta y, por ende, su capacidad de actuar en los engranajes comerciales.

Los territorios democráticos están orientados a defender y preservar sus valores e instituciones. Y lo hacen, porque son la razón de ser de su derecho nacional e internacional, requiriéndolo para aportar la seguridad, el bienestar económico y la justicia, sin desistir a la libertad.

Véanse algunos paralelismos del pasado con hechos precedentes que han marcado el devenir de la historia reciente: El 8 de mayo de 1945, se dio por concluida la Segunda Guerra Mundial con la resignación incondicional de Alemania. En un intervalo supuestamente minúsculo de tiempo, se ensambló un nuevo orden internacional aplicado por Estados Unidos y la Unión Soviética, que como es conocido degeneró en la Guerra Fría, la segmentación en bloques y fruto de las tensiones, comenzó a desarrollarse la carrera armamentística.

Indudablemente, nada se soslayaría a los raciocinios de los ganadores y mucho menos hoy se elude a su herencia, a pesar que nada es lo que acaeció hace 75 años. Los americanos están inmersos en una hendidura social que antes no habían conocido; asimismo, Rusia no ostenta la envergadura que identificó a la antigua URSS; como de la misma manera, Japón y Alemania por entonces derrotadas, actualmente son importantes naciones económicas a escala universal. Lógicamente, China ambiciona la hegemonía y el Viejo Continente está en la inclemencia de la unidad de acción y el rebrote nacionalista.

Hay que destacar, cuatro variables intervinientes, entre otras muchas que son expresas en la conformación del paisaje presente: el curso demográfico enfocado a su explosión; la interdependencia de la economía; la revolución tecnológica en el progreso; el desarrollo e innovación y el acrecentamiento de las desigualdades.

En 1950, el 22% de los habitantes de la Tierra eran europeos, en nuestros días alcanzamos poco, más o menos, el 10%; en Asia, residen el 57% de los 7.792 millones de personas que pueblan el globo terrestre.

El patrón económico coligado a las finanzas, nuevas tecnologías y el crecimiento sin límites, han producido la emergencia climática. Añadidas la demografía y la economía, el alcance estriba en un recrudecimiento de las divergencias y en la fragilidad del sistema, cuando, además, se ha desatado la crisis epidemiológica.

Si la cooperación para derrotar al virus es incierta y de incógnita probabilidad, mucho menos, con la complicidad que subyace para afrontar el cambio climático, sencillamente es imaginario.

El repliegue de EEUU del Acuerdo de París del 2015, imposibilita la realización conjugada de una contrariedad que demanda de acciones integrales y afrenta la solidaridad intergeneracional. Con lo cual, el orden internacional que nos acecha empaña la visión de un futuro sostenible en términos medioambientales, como de reparto de la riqueza y de coherencia social. Todo ello, queda muy lejos.

Si las democracias occidentales han reproducido el molde chino para neutralizar al patógeno, es una demonstración que el coloso asiático es un referente en cuanto a la vigilancia social de la población. La pandemia entrevé el declive y crisis del sistema que, a corto plazo, se habría iniciado en 2008; y, que en el largo se prolonga desde los movimientos sociales de 1968, con rebeliones populares contra las élites militares y burocráticas, respondiendo con una escalada de represión.

De lo que se desprende, que nos adentramos en una dinámica de desconcierto con el rearme; el declive de EEUU como primera potencia y el ascenso de Asia-Pacífico, como la región más pujante; el reforzamiento de los Estados y el incremento de las ultraderechas. A ello hay que unir, el rescate masivo de empresas; la estabilización de la economía para contener los gastos y pérdidas motivados por el coronavirus; como lo define Joseph Eugene Stiglitz (1943-77 años), premio Nobel de Economía: el teatro de operaciones que nos aguarda, adelanta “el fin de la forma de globalización recetada por el dogma neoliberal, que dejó a los individuos y sociedades enteras incapaces de controlar gran parte de su propio destino”.

Con una mirada geopolítica, China nos ha enseñado con uñas y dientes su habilidad para salir adelante, dominar las adversidades y avanzar en su progresión como potencia global que, de aquí a poco, ocupará el primer peldaño.

La adherencia de la ciudadanía y un Gobierno competente, son dos matices que justifican la resiliencia/resistencia china. La experiencia embadurnada vivida en los dos últimos siglos, desde las Guerras del Opio o Guerras Anglo-Chinas (1839-1860) hasta la invasión japonesa de Manchuria (19-IX-1931/27-II-1932), contribuyen a dar a entender sus virtudes para digerir situaciones como la del COVID-19.

Acontecimientos como la Revolución Comunista China (1948-1952), o la Revolución de Xinhai (10-X-1911/12-II-1912) y la destacada prosperidad en la calidad de vida del conjunto de la población, aclaran la atracción en torno al Partido Comunista y al Estado, más las impresiones que se tienen de esas instituciones.

En la otra cara de la moneda se dilucida, la fragmentación interna por la que discurren los estadounidenses, reflejado en las últimas elecciones presidenciales y en la epidemia; fusionándose un Gobierno abusivo, intolerante e intransigente del que se desesperan sus más cercados aliados.

Pero, no es menos la UE, que desde la crisis de 2008 ha perdido su ubicación estratégica, no sabiendo desprenderse de la política de Washington y ha evitado pronunciarse en decisiones como la finalización del gaseoducto inmovilizado por las imposiciones de Donald John Trump (1946-74 años).

La inversión de la economía dependiente de la gran banca, ha llevado a la eurozona a ser una economía en apuros, sin trayectoria ni orientación de larga duración. Daría la impresión que el continente europeo está sentenciado a acompañar la caída libre americana, porque no ha cortado el cordón umbilical desde el Plan Marshall o European Recovery Program (1948-1952).

Los EEUU y la UE, como los países hispanoamericanos, padecen las sacudidas económicas con mucho más ímpetu que los orientales. Estos, desde Japón y China hasta Singapur y Corea del Sur, han destapado su astucia para mejorar y engrandecerse ante el laberinto epidemiológico.

Una encuesta de ‘Foreign Policy’, una revista bimestral estadounidense sobre política internacional y temas globales, deduce que Estados Unidos frustró su liderazgo y el péndulo de la primacía se desplaza a Asia. El SARS-CoV-2 es la fosa de la globalización neoliberal, en tanto que valga la redundancia, la del mañana, se convertirá en una globalización centralizada en China y Asia-Pacífico.

En la subida tecnológica, indiscutiblemente, China sigue en la vanguardia. Permaneciendo a la cabeza en la fabricación de redes 5G, en inteligencia artificial, computación cuántica y superordenadores. La ‘Lista Top500’ de los mayores superordenadores desvela, que China contabiliza 227 de los 500, o séase, el 45%; a diferencia de los 118 de EEUU, su cantidad mínima de la serie histórica.

En 2010, China disponía de 21 superordenadores, en comparación a los 277 de la por entonces superpotencia. La consagración china en la competición tecnológica, no quiere decir que su clase social sea la apetecible desde la perspectiva de los que valoran una sociedad poscapitalista, democrática y no patriarcal.

En el resto del mundo, como en Europa y Latinoamérica, sobraría exponer el florecimiento de los fascismos, no ya en el margen de las fuerzas políticas, sino por ese fascismo impreciso pero aplastante, focalizado contra disidentes y emigrantes, porque exhiben actuaciones contrarias y otro color de piel, llevando al vaciamiento de los sistemas democráticos.

Véase el Gobierno de la Coalición de la izquierda radical, conocido por su acrónimo, ‘Syriza’, en Grecia, o el Partido de los Trabajadores, por sus siglas, ‘PT’, en Brasil; uno y otro, deberían ser motivo de una profunda reflexión para las izquierdas, por los ahogos para estimular las manecillas de la política y economía. Aun otorgando que se materializaron algunos propósitos, el saldo de sus realizaciones es carente y contraproducente en la traza macroeconómica y con alusión al empoderamiento de las sociedades.

En todo caso, lo que aquí se escribe, es un relato en el que el tiempo es un factor decisivo para sacrificarse por el bien común, donde el militarismo, el fascismo y las tecnologías de control poblacional, son enemigos influyentes que, ensamblados, ejecutan una devastación colosal, al punto de invertir los progresos que se hayan ido tejiendo.

El cierre de la primera parte de este texto, desenmascara un diagnóstico ensombrecido al que hay que añadirle la quiebra del multilateralismo, el binomio nacionalismo-proteccionismo reavivado por Trump y la confusión de suposiciones públicas localizadas en una sucesión de crisis de dimensiones inconcebibles y con resolución ignota, como la que nos auspicia el coronavirus.

En consecuencia, la batalla que se libra ante un adversario intangible pone al descubierto el cinismo de la raza humana, al no existir unidad mundial con la impronta de solidaridad internacional; porque ninguna nación u organización ha tomado cartas en el asunto para encabezar una alianza coordinada que disminuyera la pandemia.

El nuevo orden mundial ya se emprendió, pero sin rumbo y dirección, lo que arriesgadamente se tornaría en un desconcierto mundial, que percute en masa a la salud de la población y a su economía.

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