viernes, abril 26, 2024

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El Salvador y el triángulo del norte

El Salvador no es, en este caso, la maravillosa catedral ovetense, que así se llama, y el triangulo del norte tampoco es una abstracción geométrico geográfica. Hablamos de la república del Salvador y sus vecinas Guatemala y Honduras, en donde, pese a que el mundo esté pendiente de lo que sucede en Venezuela, también se producen noticias importantes para ellos mismos y para sus vecinos.

En el Salvador acaba de proclamarse presidente Nayib Bukele en primera ronda, cosa que no había sucedido desde la guerra civil, pues siempre habían sido ganadas en segundas por algún pretendiente de alguno de los dos partidos representantes de las dos facciones guerracivilistas, ARENA por la derecha y el FMLN por la izquierda, lo que tiene especial importancia puesto que el neopresidente no se postulaba por ninguno de los dos partidos lo que lleva a dos posibilidades: un tremendo atractivo del postulante y sus propuestas o un soberano hartazgo del sistema político imperante.

Bukele, de solo 37 años, viene de ejercer durante los últimos años como alcalde de la capital, con una política de obras públicas y muy cercana a las masas juveniles a través de las redes sociales, en las que también ha basado su campaña presidencial. Rechazado por el FMLN, su partido de origen, se ha presentado con un partido minoritario de derechas lo que le augura una posición minoritaria en la Asamblea nacional y por ello dos años de dificultades para desarrollar sus políticas, al menos hasta las próximas legislativas. Hay que darle un margen de esperanza y también esperar que encuentre una vía para ahormar a las Maras, autentico cáncer del país.

El Triangulo del Norte se conforma con Guatemala y Honduras. Las tres definen una de las zonas más violentas, sin estado de guerra, de todo el globo, en constante y sangrienta competición con Méjico y Venezuela. En Guatemala, teóricamente superada la guerra civil, campa en la actualidad el presidente Jimmy Morales, populista elegido entre promesas de limpieza y lucha contra la corrupción y los recuerdos del infausto Otto Pérez Molina, y en la actualidad con familiares y allegados denunciados por la Comisión internacional contra la Impunidad en Guatemala, de NNUU, y él mismo bajo la mira de la CIDH, Comisión interamericana de derechos humanos, un órgano oficial de la OEA en la que él mismo se apoyó en el pasado y a la que ahora quiere expulsar del país.

En Honduras, desde la llegada al poder de Celaya en el 2006, y el inesperado giro hacia la Venezuela chavista que le costó el cargo, se vive en una etapa de continua inestabilidad que se suma a la corrupción rampante y las altísimas dosis de violencia. Tras la caída de Celaya y el periodo de vigilancia impuesto por la OEA, en la actualidad Hernández Alvarado preside por segunda vez el país tras controvertida modificación constitucional y más que dudosas elecciones presidenciales en el 2017.

Tenemos pues un área que vive en total precariedad ya que a la situación política, inmersa en la corrupción, cabe sumar que la estructura económica, muy dependiente de las exportaciones agrícolas, es incapaz de dar satisfacción a una población joven para la que la única ventana de futuro está en la emigración. Esta opción se ve animada por la violencia generalizada de la mano de las ya citadas Maras y los diversos grupos mafiosos dedicados al transporte de la droga –por Centroamérica transita la mayor parte de la producción de Venezuela, Perú y Colombia- y también al tráfico de personas, lo que hace que la vida en estos tres países pueda convertirse con mucha facilidad en una especie de maldición. Las caravanas de emigrantes hacia los USA que en estos últimos meses han ocupado las aperturas de telediarios y periódicos son fruto de esta situación.

Los USA, que desde hace más de un siglo ejercen una notoria influencia en la política regional, tienen una gran responsabilidad en lo que sucede. Los cambios en la política de inmigración tienen directas y graves consecuencias en la zona; las Maras nacieron de sucesivas oleadas de jóvenes deportados desde los USA para los que la violencia era una forma de subsistencia y la situación actual, con la presidencia de Trump, no hace sino exacerbar la situación. Por otra parte, Méjico, el hermano del norte, ni social, ni económica, ni políticamente está en situación de ayudar, tiene que pasar las suyas, que son muchas.

Nayib Bukele es un grito de esperanza. No lo tiene nada fácil, casi podría decirse que lo tiene todo en su contra, pero su éxito es posible y sería un aldabonazo de esperanza para toda la región. Quizás una visión de largo alcance, de futuro, por parte de los USA, supondría el balón de oxígeno necesario para que esto sea más que un buen deseo.

¿Tendrá el señor Trump visión de futuro?

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