jueves, abril 18, 2024

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Hernán Cortés, el ingenio que motivó a España al Renacimiento

Pocos hitos de la Historia han motivado tantísimo interés, como al mismo tiempo, controversias. Tal, como aconteció respectivamente, entre los años 1519 y 1521 con la conquista de México a favor del Imperio español. Y es que, a lo largo y ancho de los siglos, este acontecimiento ha hecho que su potencialidad atraviese límites insospechados y comparezca del uno al otro confín de la Tierra.

Una empresa que hizo variar el trazado de la Humanidad y que por la luctuosa leyenda negra que le ha acompañado, más el entramado de culpa con la colonización e invasión del Estado mexicano, posiblemente, no se le haya otorgado la trascendencia ni el reconocimiento que merece. Así, años después, se ha dejado llevar por descréditos y razonamientos totalmente fuera de contexto.

Sin dilación, cinco siglos nos separan de un protagonista singular, continuamente debatido como don Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano (1485-1547), con numerosas iniciativas que lamentablemente lo han reportado a instintos desavenidos.

Ya en el siglo XVI, el temperamento de este hombre motivó enorme curiosidad entre sus contemporáneos, de hecho, sobre él opinaron el humanista e historiador siciliano don Lucio Marineo Sículo (1460-1533); o el eclesiástico e historiador don Francisco López de Gómara (1511-1566); e incluso, no pasó inadvertido en célebres de su tiempo como el militar, escritor, botánico, etnógrafo y colonizador don Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés (1478-1557); o el fraile dominico, obispo de Chiapas y escritor don Bartolomé de las Casas (1474-1566).

Idénticamente, surgió en el arte de la expresión verbal como la literatura o las artes escénicas en el teatro; o la poesía y la música, que no quisieron ser menos y lo enaltecieron. Prueba de ello lo corrobora el novelista, poeta, dramaturgo y soldado español don Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), que lo citó en la obra universal “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, conocida como “El Quijote”.

Un episodio como el que aquí se relata, que en nuestros días sigue siendo origen de tiranteces diplomáticas y del que ahora se cumplen medio milenio, cuya veracidad ha sido cuestionada, según se quiera examinar con el carácter y determinación tras la ocupación de un vasto territorio en circunstancias excepcionales.

Este personaje con insuficientes medios y sin apenas más favor que la lucidez y sagacidad militar, se distinguió por preferir quemar sus naves a replegarse ante sus designios. Obteniendo en dos años el dominio español sobre el resplandeciente Imperio azteca, establecido según los cálculos rastreados en unos quince millones de habitantes.

Con todo, existe una amplísima mayoría en la valoración como en los criterios de opinión, que la expedición de Hernán Cortés partió en 1519 de la isla de Cuba al territorio continental del Nuevo Mundo, representando un profundo cambio geopolítico, tanto en lo que estaría por llegar a Nueva España (actual México), como al otro lado del Atlántico. Pero, si cabe, a raíz de este momento se origina un desvanecimiento en la vertiente social, artística y teológica.

En lo que atañe a la Península Ibérica y posteriormente en el viejo continente, imprimió cambios políticos y económicos que, a nivel generalizado, indujeron a un reordenamiento hegemónico entre las soberanías del mapa occidental. Específicamente, este periplo temporal de hace quinientos años, ha permitido apreciar la manifestación histórica y sus consecuencias en la causa de conformación de la disciplina humanística.

A pesar de ello, a día de hoy, la figura de Hernán Cortés continúa siendo tachada de genocida, como igualmente, es elogiada en su persona como un trotamundos que derribó a un régimen bárbaro encaprichado con los sacrificios humanos.

Lo cierto es, que este debate por instantes enrevesado, forma parte de un proceso sobre el que consta numerosísima desinformación e incontables interpretaciones contrapuestas.

Desde entonces, Hernán Cortés ha sugestionado a muchos y muchas, despertando apasionadas disputas, porque, en el fondo de la cuestión, fraguó en vida su propia leyenda que el pasado inmortalizó.

Ahora bien, sin pretender ser excesivamente exhaustivo en las reseñas de lo evidenciado y en esa búsqueda de la infinitud o la travesía hasta conseguir embarcarse en dirección a las Américas; o en esa pretensión con el carisma que demostró o el mismo rasgo de estadista que le respaldó, me inclinan a analizar este apasionante recorrido, indudablemente salpicado de aventuras, odiseas, anécdotas y romances imposibles de reproducir en este texto.

Sumerjámonos, por tanto, en el marco de la exploración y colonización de la isla de Cuba y de las costas continentales de América Central, llevadas a cabo por España en el curso de la segunda década del siglo XVI, con Hernán Cortés a la cabeza y una tripulación de poco más o menos quinientos navegantes, engrosado con unos doscientos o trescientos indios según la amplia bibliografía consultada y la determinación de no existir marcha atrás en el abordaje al Nuevo Mundo.

Antes de adentrarnos en este lance, es justo incidir que España era mirada como un portento de la espiritualidad o como la gran defensora del catolicismo. Combatiendo contra árabes, turcos, bereberes, protestantes europeos y, cómo no, contra los escépticos amerindios. Se trataba de ir moldeando la historia patria en torno a símbolos hipotéticos que adherían a este gremio.

Era más que notorio, la disposición de embarcaciones a vela ligera o lo que es lo mismo, carabelas que partían en viajes oceánicos y arribaban saturadas con variedad de productos y géneros hasta ahora desconocidos; o de nativos con piel que no era ni blanca ni negra; o, tal vez, caciques con adornos de oro en narices y orejas; o, quien sabe, animales insólitos de atrayentes colores, frutas inexploradas o habladurías de riquezas y logros personales, que asombraron a un joven de escasamente dieciocho años de edad conocido como Hernán Cortés..  

Podría decirse, que nada sería similar como lo vivido en aquella época, si acaso, el hallazgo de una civilización sideral o astral, podría ofrecer tal aglomeración de sobresaltos en una criatura emplazada a ser heredera de su propio destino.

Mencionaba su colaborador de armas don Bernal Díaz del Castillo (1492-1584), que Hernán Cortés “había nacido tanto para las letras como la acción. Era buen latino y contestaba en latín a los que en latín le hablaban”. De hecho, su primera ocupación en La Española le hicieron ejercer labores puramente de escribano.

Luego, no estamos frente a un colonialista implacable que la leyenda negra lo encausa o, ante quienes mismamente han dispuesto un juicio condenatorio; distinguimos a un individuo culto y refinado, entendido en el derecho imperante de la España del período y una religiosidad enraizada que antepuso a la ambición de sus fortunas; si bien, lo uno no estuviese reñido con lo otro, así como la fascinación que exhibió y que no pudo esconder por el sexo femenino.

Cinco siglos más tarde, esta hazaña irrepetible que libertó a las tribus indígenas de los atropellos de un imperio salvaje, tirano y perverso como el azteca, una sociedad o grupo humano a quienes la descripción que más interesó sigue considerándolo víctimas de un español como Hernán Cortés afanado en opulencia y sangre, hoy, aún permanece presente en la memoria colectiva de los mexicanos, que nada de azteca tienen sus genes y sí mucho de aquella mezcla española.

Curiosamente, el diplomático y escritor español don Salvador de Madariaga y Rojo (1886-1978), afirmaba literalmente de Hernán Cortés que era “el español más grande y más capaz de su siglo”. Sin embargo, durante este espacio el movimiento propagandístico antiespañol promovido por escritores ingleses y holandeses y de otras nacionalidades, hicieron todo lo posible por reducir el prestigio e influencia del Imperio español en su Siglo de Oro.

De lo dicho, no existiría el más mínimo recelo desde el tiempo acontecido, si se analizara desinteresadamente el encuentro de estas tierras y el gran aporte cultural, social y económico de España en México.

Consecuentemente, la tesis de la que no se hace balance es que Hernán Cortés fue el artífice en la liberación de pueblos indígenas sometidos a los aztecas. Porque, sin la alianza de Totonacas, Tlaxcaltecas o los fieros guerreros de Cholula, de ningún modo se habría tomado la capital Tenochtitlan o depuesto al emperador Moctezuma II y a sus tropas de cien mil guerreros.

Esto es lo que han puesto sobre la mesa analistas e historiadores, aunque predomine la equívoca visión en intelectuales mexicanos, que Hernán Cortés aniquiló a los aztecas y no la de ese ilustrado que rescató a este pueblo de un caudillaje dictatorial, inspirado en el progreso de una nación que a la sazón no era como tal.

Pretendiendo hilvanar las piezas de este puzle que bifurquen en otros puntos de vista; primero, en atención a las cartas remitidas por Hernán Cortés a S.M. don Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (1500-1558), llamado “el César”, éste inutilizó algunas de las naves de su escuadra para sacar de ellas el máximo beneficio en lo que le sería útil y en seguida las invalidó, de suponer, barrenándolas o encallándolas con la finalidad de impedir una infundada sedición por parte de sus hombres. Segundo; Moctezuma II creía estar convencido que la recalada de Hernán Cortés, era algo así como el semblante de un semidiós o un mandatario del mismo.

Conforme al veredicto dictaminado por numerosos cronistas, el jefe supremo intentó apartar a Hernán Cortés de Tenochtitlan con todo tipo de regalos y emboscadas, lo que a duras penas hubiera realizado éste, si hubiese llegado a sopesar que se trataba de una providencia como tal. En cuyo caso, lo más natural es que tratase de recibirlo cortésmente y envuelto en ceremonias de ofrecimiento.

No obstante, algunos investigadores desprenden que esta conducta fuera más bien un artificio inmediato a la invasión del territorio, con la consiguiente salvedad que los aztecas comprendieron que los españoles eran mortales y no dioses.

Teniendo en cuenta, que una de sus deidades llamada Quetzalcóatl que significa serpiente emplumada que algún día retornaría, se presumió que quiénes habían llegado al mando de Hernán Cortés consumaban aquel vaticinio de hombres blancos y barbudos procedentes de Oriente, que eran las características más visibles de aquellos seres llegados de España.

Tercero; en el año 1521, en poco más o menos de dos años, unos cientos de expedicionarios bajo las órdenes de Hernán Cortés, obtuvieron una importante victoria sobre los nativos, debido en gran parte a la supremacía militar de sus fuerzas. Pero, este triunfo habría que catalogarlo como diplomático, ya que moldeó una coalición con otros pueblos aborígenes que estaban oprimidos por sus gobernantes en Tenochtitlan.

Contemplado desde esta perspectiva, la milicia que penetró en aquella zona estuvo compuesta mayoritariamente por decenas de miles de guerreros autóctonos. De ahí, que se contabilizase en este cruento asedio un pacto de pueblos indígenas, para adquirir a base de sangre y fuego la capital de los aztecas.

Cuarto; como inicialmente se ha indicado, el éxito de Hernán Cortés en el campo de batalla, conjeturó un punto y final a los horrores y espantos de los aztecas, porque los señores de Tenochtitlan eran los mexicas, una población que hubo de apartarse de este imperio ante el continuo avasallamiento al que estaban doblegados.

No cabe duda, que no hay que encubrir los miedos y temores originados tras la irrupción en Nueva España, pero, no olvidemos, que esta expedición intervino en nombre de la Corona de Castilla. Tampoco, es benévolo agigantar en exceso las cantidades con respecto a la cuantificación de millones de nativos aniquilados, ya que ha quedado reflejada la indisposición demográfica en los inicios de la época colonial.

Premisas que llegan a sopesar, la propagación de diversos padecimientos como la salmonelosis, entre algunas, que pudieron aparecer con el desembarco de animales traídos en las naves españolas.

La destreza puesta en escena por Hernán Cortés, hace inclinar la balanza como el elemento principal para sortear las disensiones nativas; un hombre, que no estaba exclusivamente dotado de espada y cruz, porque su maniobrar puso los cimientos de lo que hoy aúna a millones de personas de ambos hemisferios: la Hispanidad.

Es innegable que precisaban de un armamento superior, pero los arcabuces no eran justamente infalibles, a pesar que su detonación era de corto alcance, pero mortal de necesidad y a esa distancia se podían perforar armaduras con totales garantías. Sin desechar, que la pólvora se humedeciese o que las vestiduras compuesta por piezas metálicas, no protegiesen a fondo la pericia de aquellos arqueros colosales.

Téngase en cuenta que, en este imponente escenario, los caballos hasta aquel momento extraños e inconcebibles, adquirieron un golpe de efecto sin precedentes en el impacto psicológico.

Y, como tales, llegaron a manifestarse entre las pesadillas más terroríficas de estos oriundos, hasta que poco a poco, los nativos se habituaron a combatirlos. Si de verdad aquellos aborígenes llegaron a dar crédito como denota el tópico, que animales y jinetes conformaban una única criatura, tuvieron que dejar atrás varias noches y días para que renunciasen a este despropósito.

En definitiva, el retrato de Hernán Cortés se ha ido modificando según ha interesado, bien ha podido ser relacionado como embajador de la religión cristiana o promotor de una masacre, para a la postre, ser elogiado o demonizado con similares arrebatos.

Para entrever más allá de sus acciones, su autobiografía se ha situado de modo imprecisa entre el mito y el suceso verídico, lo que le confiere cierta singularidad, ya que sus movimientos únicamente se pueden entender en la trama que vivió.

Según la línea historiográfica, como casi todos los personajes dominadores con profundas raíces del catolicismo, Hernán Cortés fue uno de los instrumentos de la divina providencia para hacer llegar la Palabra de Dios a los rincones más ignotos. Coronándose como el destructor de toda una potencia como el imperio azteca y autor de un orbe nuevo, quedando desmedidamente señalado por su encaje impulsor en la conquista de México, donde es preciso desmontar los infundios del genocidio.

Una discusión que se ha vuelto a activar recientemente con la reciente reprobación del político, politólogo, escritor y presidente mexicano don Andrés Manuel López Obrador, demandando que España se excuse, para que en cierta manera reconozca los crímenes consumados por Hernán Cortés y cuántos le ayudaron en aquella operación.

Actualmente, resulta poco contundente deliberar esta andanza con las pautas y normas de la sociedad de hoy, omitiendo, que, si aquella población indígena fue realmente subyugada por los españoles, no lo fue mucho más, o tal vez, menos, que como ya había sido sometida; o que las fechorías que se perpetraron, estaban legitimadas por una cosmovisión religiosa que toleraba el mandato de la fe por medio de las armas.

Por desgracia la historia no fue tan heroica, aquello fue más bien una guerra en la que unos eran los conquistadores, es decir, los invasores, y otros, los conquistados o invadidos. En este sentido, todas las resistencias o fuerzas empleadas de los naturales para protegerse, fuesen o no crueles, deben ser valoradas como lícitas.

Este conquistador ilustre, lejos de enderezar el emblema imaginario de la leyenda negra, hizo alarde de trascender más allá del medievalismo del que brotó, siendo uno de los colonizadores capaces de percibir el siglo en que vivió y que arrastró a España al Renacimiento. Su obrar, se vio infundido por unos ideales imprescindibles que estuvieron abierto con la sensibilidad y la clarividencia a los inconvenientes que la conquista promovió.

Si la omisión es la muerte más perversa, los enemigos de su tiempo y aún los del presente, irónicamente desean ensombrecerlo hasta hacerlo desaparecer de la Historia Universal.

Es incuestionable, que, a día de hoy, con sus luces y sus sombras, concurren demasiadas certezas en el sentido de la palabra sobre quién es este extremeño acreditado como Hernán Cortés; porque, el pasado en el que nos hemos adentrado en este pasaje, corre el riesgo de distorsionarse y no se puede extrapolar, como tampoco, debería ideologizarse, puesto que quizás, se estén cambiando el sentido de los hechos fehacientes.

Esto sería, en conclusión, lo que tristemente reclama el victimismo indigenista.

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