Sin lugar a dudas, Cataluña está viviendo jornadas verdaderamente dramáticas. Describirla sucintamente confluye a barricadas, incendios, disturbios e incidentes virulentos y así, un largo etcétera. Imágenes que jamás hubiésemos deseado contemplar, a pesar de sus indiscutibles sospechas; pero, que hoy por hoy, se han convertido en el caballo de batalla. Parece algo así, como si no llegásemos a atisbar el fin de una escalada orquestada puesta en marcha con toda una maquinaria de argucias, tras la reciente sentencia del proceso soberanista, conocido coloquialmente, como el procés catalán.
Curiosamente, confrontando algunos de los acontecimientos del pasado, lo que en estos días ocurre en esta parte tan singular de España, parece ser que no es algo novedoso en su historia. Al menos, así lo corrobora respectivamente, los siglos XIX y XX, en los que Cataluña estuvo inmersa en tintes tumultuosos.
Ya, entre los años 1899 y 1909 se originaron en la Ciudad Condal, epicentro de la vida política, social y económica de España en la época, toda una serie de sucesos con menor o mayor incidencia en sus efectos desencadenantes que salpicaron al Estado español. Brevemente, apareció y se afianzó la Liga Regionalista; don Alejandro Lerroux García (1864-1949) activó a la clase obrera, instaurando el primer partido moderno de la clase trabajadora; igualmente, el movimiento Solidaridad Catalana pobló el escenario político; además, el terrorismo se estableció como una variable diaria; coyunturalmente, los anarquistas se coordinaron y se emplazó a una huelga general y, por último, se libró la Semana Trágica de Barcelona (25/VII-2/VIII/1909).
Precisamente, la ‘Rosa de Fuego’ sería el seudónimo otorgado a esta población, durante los espinosos relatos acaecidos en 1909, cuando grupos insurrectos se consagraron a toda una cadena de escaramuzas y reyertas, como una vieja estratagema para amedrentar e imponer una causa injustificada, incendiando gran parte de este territorio. Posiblemente, lo retratado anteriormente, nos haga retroceder en el tiempo y reportarnos a una parte sombría de la historia pasada en Cataluña.
Allende a estas circunstancias que llevaron a Barcelona a ser distinguida con este acento, indiscutiblemente padeció de manera reiterada largos laberintos sindicales que, como no podía ser menos, perjudicó a miles de trabajadores; es cierto que resolutivamente menos enfáticos, pero, que, del mismo modo, adquirieron cotas de violencia altamente significativas.
Hasta entrado en el año 1917, los ataques y envites sindicales fueron más bien una manifestación desacostumbrada, pero con algunas crisis de rasgos específicos.
Las consecuencias emanadas de la Primera Guerra Mundial (28/VII/1914-11/XI/1918), antes denominada Gran Guerra, ayudaron perceptiblemente a trastocar este contexto, promoviendo el levantamiento de la clase trabajadora y dando pie a entornos capaces de intensificar la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo, por sus siglas, CNT.
El advenimiento de una todopoderosa central sustentada en sindicatos industriales y de tendencia puramente revolucionaria, favoreció la polarización de la lucha social en la metrópoli. Las intervenciones del movimiento obrero gradualmente se hicieron más implacables, al igual que las réplicas y el tono empleado por la patronal y los representantes gubernativos y militares.
Entre 1918 y 1923, Barcelona estuvo sumergida en una etapa de extremado terror, conocido tradicionalmente con el sobrenombre de pistolerismo, que residía en contratar a matones para asesinar a sindicalistas y trabajadores hasta aplacar las protestas.
Según los recuentos del historiador don Albert Ballcells (29/V/1940-79 años), catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro numerario del Instituto de Estudios Catalanes, en el transcurso de estos años, 951 personas sufrieron asaltos afines con la disputa sindical, de las cuales, murieron 261.
De esta manera, el ímpetu violento se erigió en un eje sustancial de la iniciativa colectiva de los trabajadores; una trama en el que las relaciones profesionales no se hallaban institucionalizadas, por lo que la llamada a grandes concentraciones públicas se constituyó en el instrumento preferente de las huelgas.
Sin embargo, en Barcelona se desplegó un prototipo de violencia que ofreció peculiaridades concretas, por lo que podría confirmarse que no sólo se convirtió en un medio más exaltado sino, que también, al hilo de un esparcimiento diferenciado. Las conspiraciones sociales estuvieron al orden del día, en cuanto a la presencia de agresiones definidas que discrepaban con el carácter colectivo y que alimentó el fenómeno en otras realidades.
Ahora bien, entendiendo la violencia individualizada, como un modelo de atentado maniobrado particularmente contra individuos concretos, en comparación a la violencia derivada, con altercados espontáneos u operaciones de masas.
Llegados a este punto, este tipo de ataques se hizo más palpable en la Barcelona de los inicios del siglo XX, posicionándose en los comienzos de 1910 con un signo cada vez más coordinado.
Con estas connotaciones preliminares, este pasaje pretende poner de relieve la inoculación del surgimiento de la violencia en la Comunidad Autónoma de Cataluña, que como es sabido, tras la sentencia del procés ha hecho saltar la chispa con ímpetu intimidatorio, conspirando la autodeterminación y la independencia mediante el montaje de un movimiento político organizado y vertebrado en la pluralidad ideológica.
Así, en la Ciudad de Barcelona, además de Girona, Tarragona, Lleida, Tarrasa o los municipios de Molins de Rei, Montcada i Reixa o Alella, diversos grupos de radicales han promovido graves disturbios con una virulencia desmedida, dejando a su paso barricadas, contenedores quemados e incluso, aceras destrozadas para hacer uso de los trozos de adoquines y, posteriormente, lanzarlos contra los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. A ello hay que agregar, la actitud deplorable de jóvenes indepes, conjurados a cerrar por la fuerza los complejos universitarios, bajo la permisividad de profesores y decanos y de los servicios de seguridad de los centros.
La reconstrucción de esta violencia que actualmente se ejecuta en las localidades mencionadas, permite no perder de vista el paralelismo con tres lapsos determinantes, que con anterioridad en el tiempo sobrevinieron en esta comunidad.
Primero, el giro en las políticas de orden público como resultado de la huelga general de 1902, pasando de un discurso de orden público a uno preventivo. Este proceder toleró el control de la acción masiva de los trabajadores, pero con el alcance no pretendido de aumentar esta violencia con pequeños núcleos de huelguistas que esquivaban la vigilancia policial.
Segundo, durante los años precedentes a la Primera Guerra Mundial, la lucha de clases tras la Semana Trágica y la radicalización del denominado sindicalismo de acción inmediata, tuvo como desenlace la aparición de huelgas con visos violentos.
Y, tercero, la oposición y el desacuerdo sindical en el Ramo del Agua y entre los encargados del textil, que causaron los primeros atentados contra empresarios y patronos, adquiriendo a mediados de 1917 un carácter persistente.
Cabe destacar, que, con la insubordinación de esta violencia en los años susodichos, se reprodujo un caldo de cultivo que, en nuestros días, es comparable con los incidentes que a posteriori habrían de venir y que hacen más visible, si cabe, las señas de identidad de los episodios recientes que se han desatado en Cataluña.
Para entender la ampliación cuantitativa y cualitativa de la vivacidad intimidatoria, es imprescindible analizar el curso en que se desenvolvió este choque. Las conmemoraciones de la Semana Trágica y conjuntamente la condena a muerte del pedagogo anarquista don Francisco Ferrer Guardia (1859-1909), según la opinión de distintas versiones, suscitaron un ambiente discordante de optimismo y desconfianza para que se instara a un alzamiento como el ocurrido.
La incertidumbre y polarización social en un momento de mayor actividad en el sindicalismo anarquista, reanimaba a las estructuras organizativas con la elaboración de la Conferencia Nacional del Trabajo. Simultáneamente, la radicalización de la violencia sindical en los litigios del metal, estuvo vinculado con la entrada de una nueva generación de integrantes, sugestionados a una fundamentación desdibujada del sindicalismo revolucionario, que aspiraba a fundir el movimiento directo con el afán violento.
Por lo tanto, era claro el espectro de un nuevo molde a la hora de hacer huelga, en que cualquier lance derivado en violencia ya no podía ser un infortunado subproducto de la lucha de clases, sino más bien, la raíz central de la maquinación sindical.
En todo caso, el Gobierno no llegó a ser lo suficientemente competente en el manejo de esta complejidad, si bien, consiguió deshacer la labor de los piquetes con un fuerte despliegue de las Fuerzas de Seguridad, se vio totalmente superado por la irrupción de atentados sociales.
Como confirman las etapas en que golpeó fuertemente el terrorismo, las autoridades no dispusieron de los instrumentos convenientes para enfrentarse a los numerosos capítulos de violencia organizada por parte de pequeños bandos. Expeditivo en la contención de la movilización de masas, el Estado estaba desguarnecido ante las innumerables acometidas de estos focos informales, por lo que la apelación a estos atentados otorgaba un vasto nivel de impunidad.
En este momento, los cuantiosos hechos vandálicos habidos en Cataluña desde que el pasado día 14 de octubre se fallase la sentencia del procés, conforme han ido transcurriendo los días se ha agigantado en la modulación de la violencia. Nada más atrayente que encender por la noche la Ciudad, para instaurar una perspectiva pirotécnica que exteriorice un símbolo en llamas como reproche radical. Evidentemente, este contexto vende a los medios de comunicación y hace más visible nacional e internacionalmente la turbulencia secesionista.
Si acaso, Barcelona parece haber rescatado lo que sobrevino hace un siglo, allá por la Semana Trágica; e indudablemente, la ‘Rosa de Fuego’ se ha redimido entre la sombra de quiénes así lo quieren. La hendidura del independentismo que aplaude las bocanadas de violencia ante un programa frustrado, se ha mostrado como nunca antes, alentando a los catalanes a varias huelgas.
Lo que se aparentemente se había iniciado por la tarde con movilizaciones pacíficas, finalmente se transformó hasta bien entrada la madrugada, en una auténtica cruzada. Una estampa apesadumbrada que ha acaparado infinidad de portadas y cientos de miles de minutos televisivos en las cadenas mundiales.
Este es el fruto de un independentismo con una Asamblea Nacional Catalana, por sus siglas, ANC, que ha vuelto a emplazar a la autodeterminación saliendo a las calles; porque, en el fondo, exhibe dos caras en una misma moneda, la de aparente tranquilidad en el Paseo de Gracia o la del desconcierto en Vía Laietana y cercanías colindantes. O, quizás, la cara tenebrosa, sea el vivo reflejo de la otra.
Y es que, el propio corazón de Barcelona se ha mutado en campo de batalla, cuando las protestas difundidas ante la Delegación del Gobierno por la ANC y Òmniun Cultural, han conducido a una guerra de guerrillas, una vez los Comités de Defensa de la República, por sus siglas, CDR, anteriormente denominados Comités de Defensa del Referéndum, se hicieron con el protagonismo de la convocatoria.
Incuestionablemente, ante la espiral turbulenta que por momentos se agigantaba, la Policía Nacional y los Mossos d’Esquadra han debido de interponerse con proporcionalidad, para contener a los manifestantes exaltados que alteraron las calles. Buen ejemplo de ello es el distrito del Ensanche, desde la Diagonal a la calle Aragón, convertida en una hoguera con más de doscientas barricadas de fuego.
Una de las zonas más latentes, la confluencia entre el Paseo de Gracia y la calle Mallorca, los agentes no tuvieron más remedio que cargar hasta en cuatro ocasiones contra los amotinados. Obviamente, tanto el Cuerpo Nacional de Policía como los Mossos d’Esquadra han colaborado codo con codo, en una fotografía de ayuda recíproca que al independentismo le ha contrariado.
Análogamente, los viajeros y visitantes que ocupaban los bares y establecimientos en un área en la que se reúnen los bazares de lujo y monumentos como la Pedrera de Gaudí, no daban crédito a lo que sus ojos veían; mientras, intentaban resguardarse y marcharse lo antes posible del lugar.
En la primera línea, los antidisturbios trataban de repeler las múltiples embestidas de individuos que por doquier aparecían con prendas negras y el rostro tapado, tirando incesantemente botellas, piedras y vallas.
A su vez, en arterias como la transitada calle Aragón, el Cuerpo de Bomberos no ha tenido tregua en sus muchos desempeños, extinguiendo innumerables deflagraciones, algunas de las cuales, con llamaradas que han sobrepasado los cinco metros de altura; de fondo, se oían los gritos de los manifestantes.
Este cuadro lamentable quedaba rematado con las inmensas columnas de humareda, distinguidas desde casi cualquier término de la capital catalana; nuevamente, las ineludibles similitudes con la ‘Rosa de Fuego’, cuando en el ayer esta Ciudad era la vanguardia del movimiento anarquista.
El pulso sedicioso de esta Barcelona revolucionaria, se ha accionado con tal pujanza, que, por instantes ante los agitadores, la policía no le ha quedado más remedio que emplearse al límite de sus fuerzas para conservar sus posiciones.
Irremediablemente, en el día después, han sido más que visibles las sensaciones amargas de los allí residentes y el rastro identificativo que han dejado estas protestas, emprendidas pacíficamente, pero sin llegar a su término se han pretendido dignificar con una batalla campal. Por lo demás, el transporte público se ha visto seriamente castigado, con decenas de líneas inhabilitadas y forzosamente desviadas.
No lejos de estas evidencias, la ANC molesta de esperar que los partidos secesionistas alcancen un consenso unitario ante el veredicto del Tribunal Supremo, ha declarado no quedarse de brazos cruzados aguardando la resolución de la independencia.
De ahí, que la primera formación separatista tome la delantera para adoctrinar a sus incondicionales, ambicionando dar aliento a las movilizaciones que hay en curso; porque, en su guion respalda la urgencia de sacar tajada ante la extenuación gubernamental habida en España, hoy agudizada por la duplicidad de unas nuevas elecciones, para encaramar al Govern, al Parlament y a la población movilizada y completar la secesión.
Por si fuera poco, la ANC plantea que el Presidente de la Generalitat dictamine la divulgación de la Declaración de Independencia en el Diario Oficial de la Generalitat, amén de materializar una proclamación grandilocuente de la República catalana, arriando la bandera de España del Palau de la Generalitat y el Parlament, para interpelar el reconocimiento internacional y establecer a Cataluña en Estado.
A partir de aquí, aunque todo sea disparatado e incongruente, la ANC apura su hoja de ruta espoleando los decretos de desarrollo de la Ley de Transitoriedad Jurídica, la segunda de las leyes de desmembración invalidada por el Tribunal Constitucional; liberar a los encarcelados políticos y, por último, regularizar el regreso de los exiliados.
Lo que acontezca en adelante, será una vez más, una de las otras tantas páginas de la Historia de España, la que recapitule lo que aquí se relata: un desafío en toda regla con expreso desacato de las garantías que tutelan al Gobierno de España. Constatación que nos advierte de la previsible demolición de la unidad territorial y con ello, la insubordinación al orden democrático.
Cualquier determinación que menoscabe la unidad e integridad territorial de España, supone descomponer al Estado mismo y sesgar las singularidades sociales y culturales de los territorios que la acomodan.
Un empeño secesionista, que, a modo de atropello, está resuelto a minar y echar abajo la convivencia democrática y los pilares básicos, que todos hemos construido.
*Publicado en el ‘ Diario de Información Autonómica el Faro de Ceuta ’ el día 2/XI/2019.