Monográfico de la Armada Invencible las mentiras ocultas se aclaran

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La Armada Invencible es un término impuesto por los ingleses, en el Reino Unido se conoce como the Spanish Armada, para designar a una flota naval que en 1588, y dentro de la llamada Guerra Anglo-española de 1585-1604. En 1558 el Imperio español se extendía por América y Filipinas, además de haberse anexionado los territorios del Imperio portugués por derechos sucesorios. El interés de España por Inglaterra era geopolítico, al ser un reino de importancia que podría ser un perfecto paraguas para sus posesiones en los Países Bajos frente a ataques franceses o rebeliones protestantes.

Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra convivieron de manera pacífica durante su primera década de reinado. A la postre, España había sufrido constantes ataques en sus colonias de ultramar y de sus barcos mercantes por parte del pirata John Hawkins y de su primo Sir Francis Drake, que actuaban con expediciones financiadas por Isabel I, pero sin perder su condición de piratas y tratantes de esclavos africanos. En 1568 Hawkins y Drake, en una tormenta, buscaron refugio en un puerto de Nueva España (actual México), lo que España vio como una ocasión para atacarles, librándose la batalla de San Juan de Ulúa, que se saldaría con una victoria española. Isabel respondió a este ataque a naves inglesas atacando cinco galeones españoles cargados de oro.

En 1570 el papa Pío V promulgó una bula que excomulgaba a Isabel I y autorizaba a cualquier católico para asesinarla y a cualquier monarca católico para destronarla. Felipe II no se mostró interesado en dicha acción, pero el agente papal italiano Roberto di Ridolfi acabó presentándose ante la Corte de España y propuso al rey una conspiración para asesinar a Isabel I y sustituirla por la reina de Escocia, María Estuardo, de religión católica. El rey de España mandaría diversos agentes a Inglaterra para incitar a la rebelión, pero esta jamás llegó a estallar porque los espías de Isabel descubrieron el complot. Isabel decidió iniciar un contraplan para dar dinero y tropas a los rebeldes protestantes de los Países Bajos.

Felipe II decidió articular el ataque conjuntamente, y de manera compleja desde los puertos del litoral atlántico español de Andalucía a Guipúzcoa pasando por Portugal, de donde partiría el grueso de la flota, Galicia, Asturias, Santander y Vizcaya; y desde las posesiones españolas en los actuales Países Bajos. Se armó una gran flota en puertos españoles que recibió el nombre de Grande y Felicísima Armada. Las naves enviadas desde la península ibérica participarían en el combate, mientras que las fuerzas españolas que salieran simultáneamente desde los Países Bajos, con los Tercios de Flandes, se encontrarían entre el canal de la Mancha y el mar del Norte con las que habían partido de la Península, con el objetivo de desembarcar en Inglaterra. Esta invasión no pretendía la anexión de las islas británicas al Imperio español, sino la expulsión de Isabel I del trono inglés, y respondía a la ejecución de María Estuardo, la política antiespañola de piratería y a la guerra de Flandes. Debía mandarla el almirante de Castilla Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, pero murió poco antes de la partida de la flota, siendo sustituido a toda prisa por Alonso Pérez de Guzmán (VII duque de Medina Sidonia), grande de España. El ataque fracasó, pero la guerra se prolongó dieciséis años más y terminó con el Tratado de Londres de 1604, favorable a España.

Antecedentes

España es en el siglo XVI una potencia dominante en Europa, el Mediterráneo y el Nuevo Mundo con numerosos frentes abiertos; una guerra casi perpetua con Francia por el dominio de la península italiana y Europa Central, la ruptura religiosa del protestantismo respecto a la doctrina católica, el empuje del Imperio Otomano desde Oriente, la piratería berberisca realizada por musulmanes de África del Norte y la creciente pujanza de Inglaterra luchando por nuevos territorios y por el comercio con el Nuevo Mundo.

En 1559, y tras la batalla de Gravelinas y San Quintín ganadas por los españoles a los franceses, España y Francia firman la Paz de Cateau-Cambrésis, paz que se selló con el matrimonio de Felipe II de España con la hija del rey de Francia Isabel de Valois, permitiendo un tratado que estuvo activo durante un siglo y que fue determinante para consolidar la hegemonía española.

En 1571, la coalición católica formada por España, los Estados Pontificios, la República de Venecia y de Génova, La Orden de Malta y el Ducado de Saboya habían logrado una batalla decisiva en las costas griegas de Lepanto. Victoria que evitó el avance de el Imperio Otomano de los turcos cuyo propósito era dominar todo el Mediterráneo y aplacó, al menos momentáneamente, la piratería berberisca.

Mientras tanto, Isabel I de Inglaterra ha abandonado su ambigüedad inicial respecto a las posesiones españolas en los Países bajos y en 1585 firma un pacto por el que se compromete a ayudarles a conseguir su independencia a cambio de instalar guarniciones inglesas en su suelo, algo que, por supuesto, a España le resultaba intolerable.

Por si fuera poco, las correrías de los piratas ingleses asediando con sus incursiones las plazas y navíos españoles llegaba su punto culminante. Sus continuos ataques a la flota del tesoro proveniente de América ya no son suficientes; el corsario Francis Drake se permite asaltar Cádiz en 1587 y destruir unas 20 naves españolas. El expolio inglés durante estos momentos se puede cifrar en alrededor de 1.500.000 ducados (lo suficiente como para pagar una campaña de guerra de dimensiones mayores que las de Lepanto).

También en 1587 la prima católica de la reina Isabel I, María Estuardo, reina de Escocia, fue acusada de conspirar contra Isabel de intentar usurparla del trono e incitar a los católicos del norte a la sublevación. Esta acusación la llevó al cadalso y María Estuardo fue decapitada, algo que removió la conciencia de los católicos de toda Europa y, en especial, de Felipe II.

La división entre protestantes y católicos

Una de las grandes divisiones entre España e Inglaterra se refería a la religión. Desde comienzos del siglo XVI, Europa se dividió cada vez más en dos grupos de cristianos: católicos tradicionales y protestantes reformadores. España e Inglaterra estaban en lados opuestos de esta división. El padre de Isabel I, el rey Enrique VIII, había establecido la Reforma inglesa, eliminando la Iglesia de Inglaterra de la autoridad del Papa católico en Roma. Bajo el reinado de su hermano, el rey Eduardo VI, Inglaterra se convirtió en un país protestante. Aunque la reina María I, la hermana mayor de Elizabeth, había tratado de volver al país al catolicismo, había fracasado. Por lo tanto, los dos países quedaron en lados opuestos de la mayor división política y religiosa de la época.

El derecho de Felipe II a la Corona Inglesa

Una de las razones por las cuales Felipe II se enfocó en el trono inglés fue porque ya lo había tenido una vez. Como esposo de María I, había sido rey de Inglaterra y había visto la oportunidad de llevar al país a su imperio católico. Cuando María murió sin dejar un hijo, el trono se volvió hacia Isabel, y la oportunidad de Felipe se perdió. Sin embargo, el quedó con un sentido de derecho a la corona inglesa.

La ejecución de María Estuardo

Para el 18 de febrero de 1587, Felipe ya estaba haciendo planes para su invasión. Pero un evento ese día lo precipitó todo. La católica reina María había sido la mejor contendiente para reclamar el trono de Inglaterra en caso de la muerte de la protestante Isabel I sin haber tenido descendencia. Como católica, ella representaba una amenaza para el establecimiento protestante y había sido encarcelada por Isabel. Espías de Isabel I alentaron un complot alrededor de María y se confabularon para poner en evidencia a María cómo conspiradora ante Isabel I, lo que llevó a la ejecución de la católica María en ese frío día de febrero. Con María desaparecida, solo la conquista podría poner a un católico en el trono inglés.

Los ataques ingleses a los intereses españoles

La imagen de los ingleses en España como indignos de confianza y violentos, se vio reforzada por su tendencia a la piratería. Isabel I alentó a los corsarios (piratas con licencia estatal) a atacar puertos y barcos españoles. El saqueo de Sir Francis Drake de las colonias españolas en 1585 y su incursión en Cádiz en 1587 fueron sin duda las acciones más descaradas en lo que fue efectivamente una guerra no declarada, cuyo botín llenó el tesoro inglés a expensas de España. Felipe II no podía permanecer impasible ante esos ataques.

El apoyo de Isabel I al rival de Felipe II por la Corona Portuguesa

Después de la crisis de sucesión portuguesa de 1580, Felipe II demandó su trono a la corona portuguesa, tomando el control por la fuerza de las armas. Dom Antonio, el pretendiente al trono portugués, huyó a Inglaterra, donde fue recibido por Isabel I. Apoyó a Dom Antonio en su resistencia a Felipe, incluido un ataque estratégicamente importantes en las Islas Azores en 1581-2. Fue un acto más de antagonismo por parte de los ingleses contra España.

El apoyo de Inglaterra a la rebelión de los Países Bajos

En ese momento, los Países Bajos eran parte del Imperio español. Pero desde 1566, la región se había rebelado contra Felipe. Los ciudadanos holandeses, muchos de ellos protestantes, se sentían resentidos por un monarca católico extranjero. Aunque gran parte de los Países Bajos fue retomado por los españoles durante los años 1578 a 1588, una parte significativa aún resistió, incluido el poderoso puerto de Amsterdam. El apoyo de los ingleses ayudó a mantener viva la revuelta, a través de la provisión de hombres y dinero, y atacó a los barcos españoles frente a la costa holandesa. La conquista de Inglaterra ayudaría a Felipe a completar la reconquista de los Países Bajos.

La alianza de Inglaterra con el Imperio Otomano

Desde 1584, los ingleses hicieron un esfuerzo concertado para forjar una alianza con Turquía y Fez-Marruecos. Tal alianza podría atacar a los españoles desde ambos lados. Era una amenaza estratégica, pero para muchos españoles, era mucho más que eso. La alianza de Inglaterra con los poderes musulmanes parecía particularmente vil para los españoles. Su nación se había unido a través de una lucha de varias generaciones para afirmar la supremacía cristiana sobre las partes musulmanas de España. Esta campaña de reconquista solo se había completado menos de un siglo antes. La amenaza de una invasión musulmana de inspiración inglesa infundió miedo en los corazones de los españoles, que consideraban a los musulmanes bárbaros crueles y blasfemo.

La fragilidad de la posición francesa

Los riesgos diplomáticos de España empeoraron por la incertidumbre de los acontecimientos en la vecina Francia. Francia era otra de las grandes potencias de Europa y, como España, giró entre la amistad y la rivalidad con Inglaterra. Aunque la mayoría de los franceses eran católicos, había una importante minoría protestante, los hugonotes, con gran influencia en la corte. Las políticas religiosas y diplomáticas del país se tambalearon mientras las distintas facciones competían por el control del gobierno francés, desde apoyar a los protestantes en el exterior hasta perseguirlos en casa. Para Felipe, esto significaba que en cualquier momento Francia podría aliarse con Inglaterra en su contra o conquistar la isla y usurpar su reclamo. Demasiado en juego para dejar las cosas al cambiante estado de ánimo francés.

El ideal de la causa justa

Evidentemente, Felipe tenía muchas razones para atacar a Inglaterra, pero su decisión de hacerlo fue en última instancia moldeada por el ideal de una guerra justa. Los pensadores del período idealizaron la lucha en nombre de una buena causa. Y así, Felipe decidió vivir a la altura de ese ideal, al invadir una nación peligrosa y blasfema, para devolverlo a la legalidad y a Dios

El plan de la Armada Invencible

Ya desde inicios de 1586, Felipe II encargo a su Almirante D. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, la elaboración de un plan para la llamada “empresa de Inglaterra” y que rondaba por su cabeza desde hacía años pero que se procrastinaba por diversos motivos.

El plan realizado por D. Álvaro es un plan de proporciones bíblicas con más de 700 naves de todos los tamaños y unos 100.000 hombres, siendo más de la mitad del cuerpo de infantería. ¿El coste aproximado? Casi 4.000.000 de ducados, siendo 2 millones la cantidad a aportar por España y el resto por los reinos de Nápoles y Sicilia y el Ducado de Milán.

Felipe II optó, sin embargo, por un nuevo plan en cuya realización intervinieron, además de Álvaro de Bazán, Alejandro Farnesio, Zúñiga, Juan del Águila…y cuyas discusiones, fluctuaciones y demora en el tiempo mermaron cualquier capacidad de atacar por sorpresa a Inglaterra. Ya en abril de 1586, Alejandro Farnesio advertía que todo el mundo estaba al tanto de las intenciones españolas.

Por fin, según el plan definitivo, el asalto a Inglaterra sería llevado a cabo por los tercios viejos afincados en Flandes de Alejandro Farnesio, duque de Parma, sobrino suyo y que contaba sus campañas militares por victorias.

Así pues, D. Álvaro de Bazán únicamente se dirigiría con una flota desde Lisboa (Portugal era de soberanía española desde 1580) hasta los Países Bajos, siendo esta flota un instrumento de apoyo, transporte y capacidad defensiva capaz de ayudar a trasladar a los tercios de manera segura en el trecho de los escasos kilómetros que separan las costas de Flandes de Inglaterra.

Álvaro de Bazán, que vio como su plan había cambiado y sintiendo haber perdido la confianza ciega de su rey, no digirió bien su papel secundario en esta empresa, enfermando de tifus y muriendo poco después en Lisboa el 9 de febrero de 1588, en plenos preparativos de la empresa de Inglaterra.

La Armada Invencible necesitaba un nuevo almirante y el elegido por Felipe II fue Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia y noble del más alto rango social al que se le encomendó dicha empresa y ,que sin embargo, no tenía conocimientos en la navegación e incluso se mareaba al hacerlo.

Tradicionalmente se ha culpado al Duque de Medina Sidonia del fracaso de la Armada Invencible, se le ha tratado poco menos como a un inepto y, sin embargo, su decisivo papel en los acontecimientos bien pudo salvar muchas vidas e incluso paliar el desastre final de la Gran Armada. Hemos de recordar, además, que Medina Sidonia había conducido un ejército durante la campaña de Portugal y que salvó a Cádiz del saqueo de Drake en 1587.

Los preparativos

La Gran Armada se disponía a configurarse como un gran conjunto naval muy heterogéneo (algunos la tachan de incoherente), ya que daba respuesta a muchas capacidades distintas que debían ser llevadas a cabo en la misión: transporte, combate, comunicaciones, exploración, apoyo y desembarco.

Si, como hemos visto, los planes ya estaban anticipados en 1586, es desde ese momento cuando Felipe II ya comienza a alistar y proveer una fuerte armada, tanto con los medios propios (como su Armada del Mar Océano al mando de D. Álvaro de Bazán), la flota de Indias (a la que se hace regresar a España), así como de los sucesivos embargos de barcos que se van realizando en Guipúzcoa, Vizcaya, Santander, Cádiz, Sanlúcar de Barrameda… y cuyas naves entran frecuentemente en los astilleros para ser remodeladas y hacerlas más eficientes para la guerra naval.

En este año de 1586 ya se han armado y trasladado a Lisboa las escuadras de los capitanes Hurtado de Mendoza y de Recalde y se ordena el alistamiento de las naves de Nápoles y Sicilia.

En julio de 1587, es decir un año y medio después de comenzar los preparativos esperan órdenes en Lisboa un total de 37 navíos, a la espera de las naves sicilianas, napolitanas y andaluzas que irán llegando en breve.

El 25 de septiembre de 1587 llega a Sanlúcar la Flota de Indias después de haber atravesado el Atlántico y para finales de abril de 1588 llegaría a Lisboa la última gran escuadra de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias al mando de Diego Flores de Valdés. 19.000 soldados permanecen en Lisboa y 27.000 aguardan en Flandes el unirse a ellos.

La bandera expedicionaria se consagra el 25 de abril y se realiza una revista general a la flota el 9 de mayo de 1588. El aumento en el número de soldados previstos (de 12.000 a 19.000) hace que se consuman las provisiones a ritmo mayor de lo esperado y los tiempos de espera e indecisión provocan que algunos alimentos queden en mal estado. El 30 de mayo la Armada Invencible sale de Lisboa con la idea de dirigirse a La Coruña en busca de provisiones.

La mala fortuna hará que un violento temporal no permita la llegada de todos los barcos al puerto de La Coruña, diseminándose y provocando un nuevo retraso en la partida definitiva hacia Flandes. A los once días de haber partido de Lisboa, la Armada se encontraba a la altura del Cabo de San Vicente, es decir mucho más lejos de su destino que cuando partieron.

El cuentagotas de naves que fueron llegando a La Coruña, el consumo de sus vituallas durante la travesía y su necesidad de un nuevo avituallamiento (en el que fue decisiva la logística del Marqués de Cerralbo) provocaron un nuevo retraso.

La salida definitiva del puerto de La Coruña se hará, tras una confesión y bendición multitudinaria a las tropas, el viernes 22 de julio de 1588.

¿Qué hacían decenas de religiosos embarcados en la Jornada de Inglaterra de 1588?

Carmelitas descalzos, franciscanos, trinitarios, jesuitas…Muchas órdenes religiosas embarcaron con su fe, su voluntad de entrega al prójimo, sus conocimientos médicos y también con sus ansias de expansión en la Gran y Felicísima Armada de 1588.

La Empresa de Inglaterra se concibe en gran medida como una empresa religiosa, casi como una cruzada. El duque de Medina Sidonia ya afirmaba en su orden general:

“El principal fundamento con que S. M. se ha movido a hacer y emprender esta jornada ha sido, y es, a fin de servir a Dios nuestro Señor y reducir a su Iglesia y gremio muchos pueblos y almas que oprimidos por los herejes enemigos de nuestra Santa Fe Católica los tienen sujetos a sus setas y desventuras”

Por ello, todos los participantes deberían de embarcar “confesados y comulgados, con gran contrición de sus pecados, como yo espero que lo harán todos”.

Y, efectivamente, así se hizo. El 15 de julio de 1588 el propio duque informaba al rey de cómo había dispuesto que, en una isla existente en La Coruña (islote de San Antón), se instalasen tiendas y altares para que todos los frailes que iban embarcados en la Armada Invencible pudiesen confesar y dar la comunión a todas las dotaciones que hasta allí se habían dirigido.

Reafirmando el sentido espiritual de la Jornada de Inglaterra se había incluido en la orden general que:

“Ningún soldado, marinero, ni otra persona que sirva y ande en esta Armada, no blasfeme ni reniegue de nuestro Señor, ni de nuestra Señora, ni de los Santos”

También se prohibía la presencia a bordo de “mujeres públicas y particulares”, circunstancia que no se cumplió en el caso de las “particulares” como ya comentamos en nuestro artículo de “las mujeres de la Armada Invencible”.

Además de las mujeres embarcadas en la urca Santiago, tenemos noticias de otras mujeres a bordo. De hecho, Fernández Duro afirma que la explosión que ocurrió a las cuatro de la tarde del 31 de julio de 1588 en la nao San Salvador, la almiranta de Oquendo, y provocada por un artillero de la misma nao, fue consecuencia de un ataque de celos de este. Esos celos se llevaron por delante la vida más de 200 hombres y ocasionó la captura de la San Salvador por los ingleses.

Además de las mujeres embarcadas en la urca Santiago, tenemos noticias de otras mujeres a bordo. De hecho, Fernández Duro afirma que la explosión que ocurrió a las cuatro de la tarde del 31 de julio de 1588 en la nao San Salvador, la almiranta de Oquendo, y provocada por un artillero de la misma nao, fue consecuencia de un ataque de celos de este. Esos celos se llevaron por delante la vida más de 200 hombres y ocasionó la captura de la San Salvador por los ingleses.

La segunda misión que tenían los religiosos embarcados era la atención sanitaria a los enfermos y heridos. La mejor prueba de ello es que el libro de asientos del personal de hospital de la Gran Armada es la que incluye a todos los religiosos embarcados.

Las referencias al cometido sanitario de los religiosos son constantes incluso antes de la partida de la Armada Invencible. A Lisboa se mandaron frailes de San Agustín y el Carmen para cuidar de los enfermos aquejados de la epidemia que se propagaba en las naves allí ancladas en julio de 1587.

Los religiosos garantizaban a bordo una adecuada asistencia a los heridos mientras marineros y soldados realizaban sus tareas. Los hermanos de San Juan de Dios tenían, de hecho, esa tarea como única misión.

Ahora bien, había un tercer cometido que viene, en gran medida, a justificar la presencia en la Armada de 1588 de miembros de prácticamente todas las órdenes religiosas españolas del periodo.

Es el General de la Orden de los Dominicos el que nos da las pistas sobre este tercer cometido:

“Y si nuestro Señor fuere servido, que mediante la sobredicha Armada, se conquisten algunos reinos y provincias de infieles que hayan de reducir a la Cristiandad, donde ahora o en tiempos pasados, hay o haya monasterios de nuestra orden, encargo y mando me dé aviso de ello, para que los dichos monasterios se reduzcan a la orden que antiguamente tenían (…) y procure reducir los dichos monasterios a la orden como antes estaban, tomando posesión de ellos y de los bienes y hacienda temporal que posea”

Muy posiblemente otras órdenes religiosas dispusieron de esas mismas instrucciones, por lo que es fácil deducir que estas tenían como objetivo, en el caso de ocupar Inglaterra, el hacerse cargo de sus antiguos monasterios.

Carmelitas, franciscanos de España y Portugal, franciscanos descalzos, carmelitas descalzos, mercedarios, trinitarios, jesuitas y padres de la Victoria, hasta un total de 149 miembros de las distintas órdenes se fueron sumando a la Gran Armada anclada en Lisboa en 1588.

Durante la permanencia de la Armada en La Coruña, en los meses de junio y julio de 1588, se incorporaron también 26 nuevos religiosos, entre ellos 3 de la Orden Tercera y 7 de la recientemente creada por el antiguo soldado Bernardino de Obregón, los “Obregones”, una orden ya desaparecida y que mantuvo durante su existencia una vinculación muy fuerte con la Armada.

En total, 175 hombres de fe dispuestos a cuidar, sanar y curar, proporcionar los sacramentos y dar apoyo espiritual, pero también con la misión de retornar a la fe católica los monasterios de tierras conquistadas.

Religiosos que padecieron junto a marineros, nobles y soldados las mismos avatares y las mismas penalidades. Era, por eso mismo, justo recordarlos.

No, no fue la Virgen del Carmen a la que rezaron por el buen fin de la “empresa de Inglaterra”, la patrona de la Armada Invencible era por aquel entonces otra pero, además, también hubieron otras imágenes con un relevante protagonismo en aquel año de 1588.

La victoria naval de Lepanto el 7 de octubre de 1571 se atribuyó a su intercesión, lo que hizo instituir a Nuestra Señora del Rosario como patrona de la Armada Española, patronato que, al parecer, ya ejercía de hecho pero que fue ratificado por el papa Pío V el 17 de diciembre de 1572.

Fue a partir de entonces cuando se desarrolla el concepto de “galeonas”, para denominar a las imágenes de la virgen de Nuestra Señora del Rosario que se tallaron para ser embarcadas en la flota naval española y por supuesto, casi con toda probabilidad, para algunas de las naves capitanas de la Armada Invencible.

Una de las galeonas más famosas, creada para ser embarcada en la Flota de Indias es la llamada La Galeona, venerada en la iglesia de Santo Domingo (Cádiz) y que durante sus permanencias en tierra firme era depositada en la capilla del Tercio de Galeones de dicha iglesia dominica. De esta imagen, quemada en los disturbios de 1931, sólo se conservan la cara de la virgen y el niño, imágenes que fueron reintegradas en una nueva talla realizada en 1945.

Muy vinculada también a los sucesos de la Armada Invencible es Nuestra Señora de Valverde (en Fuencarral, Madrid). Esta imagen, aparecida según la tradición en 1242, es en realidad una talla de principios del XV y de la que Felipe II fue gran devoto.

Fue precisamente esta devoción la que llevó a Felipe II ordenar su traslado en procesión hasta Madrid para unirse a las novenas realizadas a la Virgen de Atocha, la Virgen de la Almudena y a ella misma para rogar por el buen fin de la Gran Armada.

El mismo rey acompañó en su regreso a Fuencarral a la imagen de Nuestra Señora de Valverde con la que la monarquía española forjó un estrecho vínculo desde entonces hasta épocas muy recientes.

Coincidiendo con las fechas próximas a la partida de la Armada Invencible hacia Inglaterra, los comisarios encargados de los actos “por el buen suceso de la Armada”, gastaron 300 ducados entre monasterios y conventos para la celebración de un número de misas que, a 1 real y medio por misa, supusieron la celebración de más de dos mil cien oficios religiosos.

Se realizaron así mismo nueve procesiones generales en las que llegaron a coincidir el 25 de junio de 1588, las imágenes de la Virgen de Atocha, Nuestra señora de Valverde y la Almudena en la iglesia consagrada a esta última, donde se celebró una ceremonia cantada por la Capilla Real.

En julio de 1588 se produce igualmente una procesión general en demanda de ayuda para la Felicísima Armada de la Cruz de Caravaca.

Después del fracaso de la empresa de Inglaterra, Felipe II no sólo no dudó de su fe, si no que, al contrario y refiriéndose a estos actos, agradecía la intervención divina en mitigar los daños que sufrió la Gran Armada en contraste a los que bien pudiera haber recibido.

Composición y tipos de barcos de la Armada Invencible.

Galeazas (4 unidades): Puramente militares, eran una evolución de las galeras con un gran potencial de fuego de artillería, con una batería de cañones en cada banda. Desarrollada principalmente para la navegación mediterránea es de propulsión mixta (vela y remo). Sólidas y difíciles de maniobrar.

Galeras (4 unidades): En su origen pueden ser de transporte o de combate. Las de combate están especializadas para labores de abordaje. Desarrolladas para la navegación mediterránea.

Galeones (20 unidades) : Con capacidad de transporte de mercancías, su misión militar combina las funciones de artillería y abordaje. De diseño estilizado para esa época (más largos que anchos) y diseñados para largas travesías atlánticas. Se trataba de navíos de 3 cubiertas, pudiendo la primera estar por debajo de la línea de flotación; calado reducido y bordas altas para evitar el abordaje

Naos (42 unidades): Más redondeada que el galeón, fueron usadas tanto para el transporte como para la guerra y se construyeron tanto para la navegación atlántica como la mediterránea.

Carabelas (10 unidades de avituallamiento): Más pequeñas que las naos y más veloces y marineras que estas. Con 2,3 o 4 mástiles y una sola cubierta. Estas unidades acompañaron en una flotilla aparte ,junto a 7 falúas, a la Gran Armada en su salida del puerto de La Coruña.

Falúas (7 unidades de avituallamiento): Embarcación alargada y estrecha a remo y a vela, de uno o dos mástiles.

Urcas (26 unidades): Barco de carga, redondo y plano con alguna capacidad artillera.

Pinazas y zabras o galeoncetes (11 unidades): Navíos pequeños de propulsión mixta (vela y remo), veloces y ligeras utilizadas sobre todo para misiones de exploración y remolque.

Pataches (20 unidades): Los llamados barcos correo. Pequeños y ágiles

La crónica de la Armada Invencible día a día.

22 de julio de 1588, viernes.

Zarpa de La Coruña, con buen tiempo, la Armada Invencible con sus 127 naves agrupadas en 10 escuadras y una flotilla de avituallamiento de 10 carabelas y 7 falúas.

Navegados unos 17 kilómetros se fondea por falta de viento y se permanece así todo el día restante.

23 de julio de 1588, sábado.

Se reanuda la navegación con un tiempo favorable y sobre las 6 de la tarde ya se encuentra a unos 85 kilómetros de La Coruña. La galera Diana de la Escuadra de Galeras comienza a hacer agua y regresa a la costa española (llegará a Vivero al día siguiente)

24 de julio de 1588, domingo.

Se navega con tiempo favorable.

25 de julio de 1588, lunes.

Se manda una pinaza con destino a Dunquerque, en las inmediaciones de los Países Bajos, para informar a D. Alejandro de Farnesio de la puesta en marcha de la operación.

26 de julio de 1588, martes

Comienza a empeorar el tiempo y el temporal va creciendo por momentos. La nao Santa Ana se separa de la escuadra desviándose hacia Le Havre. La galera Diana se ha perdido durante la noche.

27 de julio de 1588, miércoles.

Continúa el mal tiempo. Al galeón San Cristóbal, de la escuadra de Castilla, un golpe de mar le arranca todo el corredor de popa. Se produce una dispersión de la flota, llegando a faltar en el recuento hasta 40 de ellas.

8 de julio de 1588, jueves.

Amanece buen día. Medina Sidonia ordena una operación de búsqueda de las naves dispersas con 3 pataches y una falúa.

29 de julio de 1588, viernes.

Buenas noticias. Las embarcaciones dispersas se encuentran cerca y el grueso de la Armada Invencible aminora su marcha para favorecer la incorporación de las mismas.

Sobre las 4 de la tarde se avista tierra y se fondea sobre las 7 a 3 leguas (17 kilómetros) de Cabo Lizard, en la costa sur de Cornualles.

Un galeón inglés, el Golden Hind avista a la Gran Armada y avisa al almirante Howard en Plymouth, donde dan comienzo al remolque de naves inglesas al puerto para aprovechar la marea.

30 de julio de 1588, sábado.

La flota inglesa ha podido preparar unas 50 naves de combate y de 30 a 40 embarcaciones menores en el puerto de Plymouth.

La Armada Invencible se dispone a entrar en el Canal de la Mancha. Por la tarde, los fuegos a lo largo de la costa inglesa avisan del inminente paso de los españoles.

Un consejo de guerra formado por el duque de Medina Sidonia, Juan Martínez de Recalde, Leyva y otros altos cargos de la Gran Armada se plantean atacar a la flota inglesa en el puerto de Plymouth (distante a unos 80 kilómetros) y asestarles un duro golpe. Recalde, conocedor de esas costas, sabe que la dirección del viento y la marea en ese momento es favorable a los españoles; sin embargo el duque de Medina Sidonia tiene órdenes claras del rey Felipe II de no buscar el enfrentamiento y dirigirse a recoger a los tercios a Calais.

Esta decisión será, por fin, la que se adopte en dicho consejo de guerra.

Esta misma tarde la flota inglesa con unas 120 navíos ya ha comenzado a salir del puerto de Plymouth.

31 de julio, domingo. El primer encuentro de las dos flotas en Plymouth

Las flotas inglesa y española valoran sus tácticas de ataque, se observan y se ordenan en posiciones de combate.

La Armada Invencible, que en este día cuenta con una formación de 121 naves, adopta su formación en tenaza. La flota inglesa queda dividida en dos formaciones.

A modo teatral, el almirante inglés Lord Howard dispara los cañones del «Disdain» a gran distancia retando a los españoles.

Se suceden las escaramuzas y ataques entre las dos flotas que se saldan con 7 muertos y 31 heridos por parte de la flota española y el galeón San Juan con la rotura del trinquete de gavia. Nada sabemos con certeza de los daños en la flota inglesa (que se retira colocándose a unos 3 kilómetros de la española), aunque fuentes españolas cifraban en dos las naves perdidas por los ingleses.

Los ingleses no estaban dispuestos a acercarse mucho a la Gran Armada y mientras que Drake señaló después de esta batalla “hemos ido a su caza”, el almirante Howard lo describió como “un pequeño combate” en el que “no podíamos arriesgarnos a situarnos entre ellos siendo tan potente su flota”.

Dos accidentes sacuden, sin embargo la flota española. Primero la nao “Nuestra Señora del Rosario” embiste a otra de su misma escuadra, la “Catalina” que debe retirarse de la formación para ser reparada, quedando la “Nuestra Señora del Rosario” ingobernable, abandonada a su suerte y a la merced de los ingleses que la capturarán al día siguiente.

Por otro lado, la nao almiranta de la escuadra de Guipúzcoa, el “San Salvador” sufre una explosión de barriles de pólvora por causa desconocida que provoca el desplome de sus dos cubiertas, el castillo de popa y la destrucción de la nave, produciéndose alrededor de 200 bajas en la tripulación.

1 de agosto de 1588, lunes.

Los ingleses atrapan a la “Santa María del Rosario” junto a toda su tripulación y su almirante Pedro de Valdés, que permanecería preso en la Torre de Londres durante siete años.

La mayor parte de los heridos y quemados del “San Salvador” fueron trasladados al buque hospital de la Gran Armada, el “San Pedro”, mientras que no se pudieron rescatar a los más graves que permanecían allí (alrededor de 50) cuando sir John Hawkins capturó los restos de el “San Salvador” e intentó trasladarlos hasta Weymouth, pudiendo rescatar los cañones y la pólvora que habían sobrevivido al accidente antes de que el barco se hundiera definitivamente en su traslado.

La Armada Invencible queda reducida, con las dos últimas bajas a 119 naves.

Se manda un patache con destino a Dunquerque para dar un nuevo aviso a Alejandro Farnesio.

2 de agosto de 1588, martes. El encuentro de Portland Bill.

Con buen tiempo y con ambos ejércitos buscando los vientos favorables, se producen encuentros frente a Portland Bill en los que los españoles intentan la aproximación para el abordaje, mientras que los ingleses son más partidarios de utilizar la artillería y no enzarzarse.

Algo más al oeste, las galeazas dirigidas por D. Hugo de Moncada se enfrentan a cañonazos a seis barcos ingleses, entre ellos el poderosamente armado “Triumph”, estando cerca de poder abordarlo. La indecisión de D. Hugo de Moncada sería más tarde reprendida por el duque de Medina Sidonia.

Mientras tanto, el Almirante Howard consigue con varios galeones una muy buena posición en la retaguardia de la Gran Armada, intercambiando fuego con los españoles que, sorprendidos , se amontonan sin orden. Medina Sidonia se destaca con su maniobra enfrentándose en solitario a la flotilla inglesa hasta que es ayudado por la “Santa Ana” de Oquendo, momento en el que Howard ordena la retirada, después de haber disparado más de 500 proyectiles a la “Santa Ana”, mientras que este último apenas pudo disparar 80 en este combate desigual.

Los ingleses han podido incluso abordar la “Santa Ana”, pero no es lo que quieren; prefieren castigar con fuego de artillería, y evitar abordar y ser abordados.

En contra de lo que puede parecer, los daños ocasionados entre ambos ejércitos son mínimos, de lo que se lamenta Hawkins al haberle costado “buena parte de nuestra pólvora y proyectiles”. Su elogiada artillería se está demostrando ineficaz a distancia segura para evitar ser abordados por los españoles.

Medina Sidonia reorganiza la formación táctica de la Armada Invencible siguiendo el criterio de Recalde pues los ingleses no pretenden “pelear, sino entretenernos para impedirnos el viaje”.

Las bajas españolas de la jornada se cifran en 50 muertos y 60 heridos, las inglesas se desconocen.

Llega a Dunkerque la primera pinaza informativa que partió del grueso de la Armada el 25 de julio.

La Armada Invencible continúa su viaje hacia el este; se unen más barcos a la flota inglesa.

3 de agosto, miércoles. El encuentro frente a St. Adhelm

La flota inglesa de Isabel I ha repuesto sus stocks de munición con la inclusión del material procedente de los dos barcos españoles apresados.

La urca “Gran Grifón” ha quedado algo retrasada del grueso de la flota, circunstancia que aprovecha la flotilla de Drake para alcanzarla y someterla a un fuego desproporcionado. En su cubierta los soldados se mantienen firmes en sus puestos esperando que algún barco inglés se ponga a su alcance para ser abordado.

Medina Sidonia manda acudir a su rescate provocando la huida de la flotilla de Drake.

Los españoles han sufrido unas bajas de 70 hombres muertos y 60 heridos. Se decide mantener al menos 40 naves armadas en la retaguardia y seguir el avance, mientras que los ingleses, ante su probada ineficacia ante la organización táctica española reordenan su flota en cuatro escuadras: Howard, Drake, Hawkins y Frobisher.

La Armada Invencible navega en dirección a la Isla de Wight.

4 de agosto de 1588, jueves. El encuentro en la Isla de Wight

La falta de viento obliga a los barcos armados tanto ingleses como españoles a ser remolcados por embarcaciones de remo en sus escaramuzas de ataque y defensa.

Se llegan a producir enfrentamientos que varían en su intensidad y en su curso; mientras que en ocasiones el escaso viento favorece a algún navío español, otras veces lo hace a otro inglés. Un último ataque inglés, efectuado posiblemente por Drake desequilibra a la Gran Armada, alejándola del estrecho de Solent, que separa Inglaterra de la Isla de Wight.

Se disparan unos 3.000 cañonazos entre las dos armadas ese día. Las bajas españolas ascienden a 50 muertos y 70 heridos. Las inglesas, como ya hemos podido observar anteriormente, no son contabilizadas

5 de agosto de 1588, viernes.

Día si apenas viento y con ambas armadas separadas por dos millas, siendo perseguida la Armada española a distancia.

6 de agosto de 1588, sábado. La Batalla de Gravelinas.

La Armada Invencible continua navegando, llegando sobre las 16 horas a las inmediaciones de Calais donde fondean. El Duque de Medina Sidonia manda una embajada de amistad al gobernador francés de la ciudad.

Mientras, la flota inglesa fondea a unos 3 kilómetros de la española y recibe el refuerzo de 36 barcos, el Escuadrón del Canal comandado por Seymour. Sir William Winter propone esa noche la idea de utilizar brulotes (naves incendiarias, cargadas de pólvora, que se aproximan a las enemigas bien sin tripulación si la corriente es favorable, o bien mínimamente tripuladas y que se inflaman con el tiempo justo para ser abandonadas).

7 de agosto de 1588, domingo.

La pinaza enviada el 25 de julio con un mensaje para el Duque de Parma regresa con noticias. Alejandro Farnesio puede tener sus fuerzas listas en seis días, toda una eternidad en aquella situación.

Teniendo que esperar, Medina Sidonia ordena que unidades de la escuadra de pataches y zabras se coloquen entre el fondeadero inglés y el español a fin de prevenir el ataque con botes incendiarios. Una señal más de que Medina Sidonia, en contra de su mala fama, adoptó decisiones correctas en numerosas ocasiones a lo largo de la empresa de Inglaterra.

8 de agosto de 1588, lunes. El ataque de brulotes

Pasada la medianoche se produce el ataque con brulotes de la armada inglesa. 8 barcos que han sido dejados a favor de la corriente.

La flotilla destinada a evitar este ataque consigue desviar a dos naves y se da orden desde la flota española de levar anclas o de cortar amarras para evitar a los brulotes con la condición de volver pasado el peligro al mismo puerto de fondeo, algo que resultará imposible por las fuertes corrientes del lugar.

Algunas naves chocan entre sí en la maniobra (la galeaza “San Lorenzo” y la nao “San Juan de Sicilia”), otras naves maniobran para evitar los bajos fondos de la costa de Flandes quedando dispersas. La “San Lorenzo”, ingobernable después de su accidente, queda escorada y sin defensa a la altura del castillo de Calais. La nave no se rindió hasta la muerte en combate del general Hugo de Mendoza y no pudo ser saqueada por los ingleses al interrumpir los franceses dicho saqueo.

Con la llegada de la flota inglesa al completo, compuesta de al menos 153 embarcaciones, comienza una batalla confusa por su dispersión en el espacio y tiempo.

Son 5 barcos españoles (el “San Martín”de Medina Sidonia, el “San Juan” de Recalde y el “San Marcos” de Peñafiel y dos galeones de la Escuadra de Portugal) los que harán frente en un principio a la totalidad de la flota inglesa mientras que los pataches y zabras se encargan de recuperar las naves dispersas.

Poco a poco, la cortina defensiva española va creciendo y aumentando su capacidad de fuego. Las naves inglesas, muy superiores en número pueden acorralar a naves solitarias españolas que tienen que socorrerse mutuamente en repetidas ocasiones.

Los daños ocasionados por la armada inglesa son cuantiosos. Aunque sólo un barco español es hundido en el combate, el “María Juan”, otros han sido seriamente dañados y 3 de ellos el galeón “San Felipe”, el galeón “San Mateo” y la galeaza “San Lorenzo” terminarán encallados en las costas cercanas.

Otros naves quedan también castigadas y deberán de ser reparadas en el mar para continuar la navegación. La moral de la Armada sigue, no obstante, alta. Una nave italiana (probablemente la “Regazona”) es vista por los ingleses chorreando de sangre y tres horas más tarde en su puesto de combate. Las cifras de bajas españolas son de más de 600 muertos y más de 800 heridos. Se ocultan, una vez más, las cifras de la armada inglesa y ,aunque hablaron de solamente 100 fallecidos, un despacho de la reina de Inglaterra se habla de que “28 bajeles muy mal tratados y a Pechelingas (Flesinga) treinta y dos y en peor orden y con poca gente y que era muerta otra mucha muy particular y su piloto mayor; y que la Reina había hecho publicar un bando que nadie fuese osado en todo su reino a decir el suceso (éxito) de la Armada”.

9 de agosto de 1588, martes.

Ahora la Armada Invencible está dispersa. Medina Sidonia intenta recomponer la Armada lanzando los tres cañonazos reglamentarios de convocatoria pero nadie da respuesta a su señal. Al parecer, algunos piensan que es mejor el “sálvese quien pueda”. Una vez reunidos los capitanes de los barcos más cercanos son llevados a bordo del “Santa Ana” y varios de ellos acusados de traición. Finalmente será ahorcado D. Cristóbal de Ávila y su cuerpo expuesto en un patache con el objeto de restablecer la disciplina de la flota. Uno de los también condenados a muerte, pero cuya sentencia no fue ejecutada finalmente, fue el capitán Francisco de Cuéllar, protagonista de uno de los documentados relatos más increíbles que tenemos de la historia de la Armada Invencible.

Con riesgo de encallar en los bajos de Flandes, la Armada Invencible no ha podido reorganizarse del todo. Aparece de nuevo la flota inglesa a una distancia de unos 3 kilómetros con unos 109 barcos (recordemos que el día anterior prestaron batalla 153 de ellos, señal evidente de que habían sufrido también numerosos daños).

Por la tarde, en un nuevo consejo de guerra convocado por el Duque de Medina Sidonia ,se valora volver de nuevo hacia Flandes o bien volver a España por el Mar del Norte. Los oficiales presentes deciden volver a intentar la conexión con el Duque de Parma, algo que el viento y la marea harían muy pronto inviable.

10 de agosto de 1588, miércoles.

La decisión ahora de volver a España aparece en el diario de Recalde el 10 de agosto de 1588.

Comienza el racionamiento de alimentos para soportar una navegación larga.

La Armada Invencible continúa navegando hacia el norte y la inglesa de, vigilante, continua siguiéndola.

Medina Sidonia ordena arriar las velas y esperar a la flota inglesa para entablar un nuevo combate. Los ingleses también bajan sus velas para frenar su acercamiento y evitar un enfrentamiento.

11 de agosto de 1588, jueves.

La Armada continúa avanzando al norte por el viento. Los ingleses continúan rechazando cualquier posibilidad de entrar en combate.

12 de agosto de 1588, viernes.

La flota inglesa abandona la persecución por falta de alimentos y munición.

13 de agosto de 1588, sábado.

La Armada Invencible arroja por la borda el contingente de animales de tiro y carga para ahorrar agua en el viaje de regreso.

Se dan las instrucciones de retorno, con especial énfasis de no acercarse a las costas del oeste de Irlanda, de las que no existen todavía planos detallados.

15 de agosto de 1588, lunes.

La Armada Invencible es ahora una flota en demanda de puertos españoles. Se da la orden de avanzar cada nave a su máxima velocidad posible, aun a riesgo de separar la flota.

18 de agosto de 1588, jueves.

El Lord Almirante Howard y Drake desconocen los planes de la Armada Invencible, pensando que pueden dirigirse a Noruega o Dinamarca con el objetivo de regresar, aunque ya consideran la situación controlada.

21 de agosto de 1588, domingo.

La Armada Invencible entra en el Atlántico Norte. Don Baltasar de Zúñiga es desembarcado en las Islas Shetland con órdenes de navegar en un patache lo más rápido posible a España para avisar de la llegada de la flota, para que se preparen los necesarios avituallamientos y para que se informe al Rey Felipe II de un total moderado de bajas a bordo (tres mil enfermos y heridos) y del total de 112 barcos que regresan, de los cuales 93 llegarán por fin a España.

31 de agosto de 1588, miércoles.

Felipe II recibe una carta del Duque de Parma donde le informa del fracaso del enlace de sus tropas con la Armada Invencible.

Septiembre de 1588. La epopeya de La Armada Invencible en Irlanda

Será a partir de septiembre donde se produzca la epopeya de la Armada Invencible en Irlanda, donde unos 20 barcos naufragaron en una situación climática increíblemente extraordinaria en sus costas, produciéndose miles de víctimas y situaciones tanto épicas como dramáticas.

Esta sucesión de naufragios durará hasta finales del mes de octubre para los barcos más rezagados de la flota, mientras que componentes más avanzados habían entrado ya a La Coruña el 18 de septiembre de 1588, un mes y medio antes del último naufragio de la Armada Invencible, el de la galeaza “Girona” el 28 de octubre.

El drama de la galeaza La Girona

El viernes 28 de octubre de 1588, habiendo perdido su timón e intentando ser gobernada únicamente a remo, La Girona, perteneciente a la Gran y Felicísima Armada, se aboca contra las rocas de Lacada Point. Rugen las tablas entre el sonido del temporal.

Unos intentan esperar a la suerte agarrándose a los maderos, otros caen irremediablemente al agua; el barco zozobra, alguien escucha rezar mientras que toma su última bocanada de aire antes de que el agua salada, helada, llene su boca. En su mano porta un anillo de oro regalado unos meses antes por su esposa con la leyenda “no tengo más que darte”.

Con los ojos abiertos, desorbitados, mientras se sumerge, ve a otros compañeros haciendo los mismos e inútiles aspavientos que hacen todos aquellos que no saben nadar. Es el fin que comparten mientras siguen cayendo sin cesar cuerpos al agua como una bandada de cormoranes dispuestos a pescar la dolorosa certidumbre de su muerte.

Todos ellos, remeros, soldados, marinos y nobles son ahora mismo iguales y compañeros de destino. Poco importa ahora el brillo del oro de una salamandra alada que refulge bajo el agua.

Un hombre de elevada estatura, fina figura, blanca piel y pelo canoso cae al mar y se une a esta insoportable y macabra danza. Todos lo reconocen a pesar de no haberlo visto nunca tan frágil y vulnerable.

En el momento de la tragedia, la galeaza Girona, construida en Nápoles en 1580 (por aquel entonces territorio español) y cuya dotación original era de 589 hombres embarcaba ahora unos 1150.

Llamada así como homenaje a D. Pedro Téllez-Girón y Velasco, virrey de Nápoles y primer duque de Osuna, su fin parecía irremediable.

La solidaridad de las gentes de mar la había hecho sobrecargarse hasta el límite de su capacidad con los náufragos de la Rata Santa María Encoronada y del Duquesa de Santa Ana, habiendo tenido que dejar abandonados a su suerte a otros 200 marinos y soldados en Killybegs por no poder materialmente embarcarlos.

El primer naufragio. La Rata Santa María Encoronada.

Una gran cantidad de nobles iban a bordo. La fama adquirida durante años por Don Alonso Martínez de Leyva como soldado y marino hizo que muchos importantes españoles quisiesen navegar en su Rata Santa María Encoronada arropados por sus grandes dotes de mando.

A pesar de no ser almirante, su superior don Martín de Bertedona apenas tomaba una decisión propia, dejando a Leyva como mando efectivo de su flota.

Leyva, al mando militar de la Rata Santa María Encoronada (llamada así por el que había sido su primer capitán del 1570 al 1579, el genovés Giovanni María Ratti), y capitaneada por el genovés Francesco Vitale, había embarrancado en Tullagham Bay donde había querido dirigirse para reparar las averías de su nave el 17 de septiembre de 1588.

Don Alonso desembarcó su gente sin perder ni uno solo de sus 419 hombres y pegó fuego al navío 4 días más tarde para evitar que cayese en manos de los ingleses.

Los españoles se fortificaron en Doona Castle, cercano al lugar del naufragio y enterándose del fondeo de la Duquesa Santa Ana en Elly Bay, Leyva decidió dirigirse al lugar donde estaba el navío recién llegado.

El segundo naufragio. La Duquesa Santa Ana.

La Duquesa Santa Ana, que suma a su tripulación la de la Rata Santa María Encoronada cuenta ahora con más de 770 hombres a bordo.

Tras solo después de dos días de navegación, su sobrecarga, el mucho viento y mar de fondo existente la hace embarrancar el 26 de septiembre en Loughros Mor Bay (Donegal).

Una vez más, Leyva actuó como un auténtico líder y condujo a todos los hombres a una pequeña isla en Kiltoorish Lake y se volvió a fortificar en las ruinas de un castillo en el que montó una ligera pieza de artillería.

Don Alonso, que estaba lesionado en una pierna por la barra de un cabestrante que le golpeó al desembarcar, pensaba mantenerse allí hasta que algún navío pudiese trasladarlos a España.

Al encuentro de La Girona, días más tarde, gracias a un irlandés, supo que la galeaza Girona se encontraba haciendo reparaciones en el puerto de Killybegs, a unos 28 kilómetros más al sur.

De nuevo levantó el campamento y partió con su tropa de 770 hombres hasta la galeaza. Tras quince días de obras en la Girona, empleando los materiales y aparejos de otro navío español naufragado en las inmediaciones y cuyo nombre desconocemos, la galeaza salió de nuevo a la mar el 26 de octubre rumbo hacia Escocia, evitando el retorno peligroso por el oeste al ir tan sobrecargados con sus 1150 hombres a bordo.

Comandada por Hugo de Moncada y Gralla, la galeaza Girona era una nave formidable. De tres mástiles de vela latina, naves altas y grandes, poseía dos “castillos”, uno a proa y otro a popa, donde iba colocada parte de la artillería, mientras que el resto se situaba entre los bancos de los remeros (chusma) que estaban a cubierto.

Dotada de un enorme espolón a proa destinado a embestir los barcos enemigos, su estrategia original pasaba por romper las formaciones enemigas y quedarse dentro de ellas ayudando el avance de sus compañeras de flota, una maniobra solo apta para valientes y que ahora era tan solo un recuerdo.

Convertida en un barco de rescate sobrecargado, en el que los hombres viajan hacinados, hambrientos, enfermos y sacudidos por la tempestad, ni siquiera Alonso Martínez de Leyva es capaz de remediar lo inminente.

El tercer naufragio. La Girona.

26 de octubre de 1588 la Girona, galera española de la escuadra napolitana de la Armada Invencible naufragaba, bajo una fuerte tempestad, en Lacada Point, cerca de Portballintrae. En este naufragio murieron alrededor de unas 1.300 personas y solo 9 lograron sobrevivir a esta tremenda tragedia.

Uno de los que perecieron en dicho naufragio fue el Capitán Alonso Martínez de Leyva, uno de los jefes más populares y apreciados de la Armada, al que cronistas de la época describen como “de elevada estatura, fina figura, blanca piel, cabello canoso, hablar bueno y liberal, conducta impecable y admirado no solo por sus hombres, sino por todos los que le conocían”.

El drama de la galeaza. Unos intentan esperar a la suerte agarrándose a los maderos, otros caen irremediablemente al agua; el barco zozobra, alguien escucha rezar mientras que toma su última bocanada de aire antes de que el agua salada, helada, llene su boca. En su mano porta un anillo de oro regalado unos meses antes por su esposa con la leyenda “no tengo más que darte”.

Con los ojos abiertos, desorbitados, mientras se sumerge, ve a otros compañeros haciendo los mismos e inútiles aspavientos que hacen todos aquellos que no saben nadar. Es el fin que comparten mientras siguen cayendo sin cesar cuerpos al agua como una bandada de cormoranes dispuestos a pescar la dolorosa certidumbre de su muerte.

Todos ellos, remeros, soldados, marinos y nobles son ahora mismo iguales y compañeros de destino. Poco importa ahora el brillo del oro de una salamandra alada que refulge bajo el agua.

Un hombre de elevada estatura, fina figura, blanca piel y pelo canoso cae al mar y se une a esta insoportable y macabra danza. Todos lo reconocen a pesar de no haberlo visto nunca tan frágil y vulnerable.

En el momento de la tragedia, la galeaza Girona, construida en Nápoles en 1580 (por aquel entonces territorio español) y cuya dotación original era de 589 hombres embarcaba ahora unos 1150.

Llamada así como homenaje a D. Pedro Téllez-Girón y Velasco, virrey de Nápoles y primer duque de Osuna, su fin parecía irremediable.

La solidaridad de las gentes de mar la había hecho sobrecargarse hasta el límite de su capacidad con los náufragos de la Rata Santa María Encoronada y del Duquesa de Santa Ana, habiendo tenido que dejar abandonados a su suerte a otros 200 marinos y soldados en Killybegs por no poder materialmente embarcarlos.

La tradición local, que ha mantenido viva la memoria de aquellos desdichados españoles, atribuye el apellido Morning a uno de los supervivientes de La Girona, cuando, encontrando a un hombre desconcertado y desnudo a la mañana siguiente del naufragio le llamaron Adam (en referencia a Adán) Morning (El Adán de la mañana).

Los cuerpos de la mayoría de los fallecidos ese día se encuentran muy posiblemente en una fosa situada en el cementerio de St. Cuthbert’s Church, donde recientes trabajos arqueológicos no invasivos revelan una zona muy hundida y hueca con todas las características que habría esperar de un gran enterramiento común.

De construcción napolitana del año 1580, la Galeaza Girona disponía de una fuerza de artillería de 50 piezas. A bordo, 112 marineros, 178 soldados y 300 remeros.

Las galeazas (denominadas así en italiano como aumentativo de galera) eran unas naves formidables. De tres mástiles de vela latina, naves altas y grandes, poseían dos “castillos”, uno a proa y otro a popa, donde iba colocada parte de la artillería, mientras que el resto se situaba entre los bancos de los galeotes o remeros que estaban a cubierto (no así en las galeras).

Dotadas de un enorme espolón a proa destinado a embestir los barcos enemigos, su estrategia pasaba por romper las formaciones enemigas y quedarse dentro de ellas ayudando el avance de sus compañeras de flota, una maniobra solo apta para valientes.

Navegando bajo un tremendo temporal la Girona perdió su timón y fue arrojada contra las rocas en Lacada Point, en la actual Irlanda del Norte.

Bajas inglesas

Siguiendo con otra de las tergiversaciones más extendidas, hoy día es bien conocido el hecho de que los ingleses sufrieron menos bajas que los españoles en la batalla de las Gravelinas, y que los españoles, a su vez, sufrieron cerca de 10 000 bajas debido a un feroz temporal que los sorprendió bordeando la costa occidental irlandesa. Un hecho muy importante, y que al mismo tiempo es poco conocido, es que los marinos ingleses fueron a su vez diezmados por causas ajenas al combate, ya que unos 9000 marineros ingleses fueron víctimas de sendas epidemias de tifus y disentería que estallaron a bordo de los barcos ingleses inmediatamente después del enfrentamiento con la flota española. Además, el ambiente en Inglaterra tras la batalla distó mucho de ser la algarabía de fervor patriótico y festejos por el fracaso de la invasión española que la mitología popular pretende. La realidad es que a la batalla siguieron todo tipo de disturbios y enfrentamientos políticos provocados por las penalidades pasadas por los combatientes ingleses, que murieron por millares en un total abandono, y que tardaron meses en cobrar sus sueldos debido a que la guerra llevó al borde de la bancarrota tanto a la corona española como a la inglesa.

Las consecuencias de la Armada Invencible

Felipe II manda circular una carta a los prelados del reino para que cesen los actos religiosos y rogativas que se venían haciendo en favor de la Armada Invencible y se diese gracias a Dios «porque no fue peor el suceso».

El episodio de la Armada Invencible hay que considerarlo como un suceso más dentro de la guerra anglo-española que se resolvió con la firma de la paz en 1604.

Aunque España pudo considerarlo un fracaso al no lograr su objetivo e Inglaterra un éxito al evitar la táctica y salvar la isla de la invasión española, lo cierto es que militarmente no hubieron vencedores ni vencidos en los episodios de la Armada Invencible. Solo la propaganda inglesa, que vendió este fracaso estratégico español como una gran victoria y la propia leyenda negra alimentada por los mismos españoles, hizo pasar a este episodio histórico como una gran derrota.

Podríamos decir que el fracaso en su consecución no hizo más que alargar una guerra en la que los dos contendientes se vieron incapaces de lograr una victoria militar lo suficientemente importante como para declararse vencedores.

Tras el fiasco de la Armada Invencible los ingleses sufrieron un contratiempo mucho mayor que este con el fracaso estrepitoso de su Contra-armada o Armada Invencible Inglesa de 1589, una expedición que pretendía eliminar los remanentes de la Gran Armada Española atracados en sus puertos y el desembarco en Lisboa (por entonces española) y que culminó con la total derrota inglesa y la muerte del 70% de los ingleses participantes en la contienda (unos 5000 hombres).

Poco después, desde 1595 hasta principios de 1596, la expedición de Drake y Hawkins que pretendía la conquista de Panamá y establecer un puerto inglés en las Indias españolas fracasó estrepitosamente llevando a la muerte a los dos famosos comandantes ingleses.

Tras este fiasco las tornas se volvieron absolutamente favorables a España que demostró lo difícil que sería vencerlos en un territorio que conocían perfectamente y al que ya estaban totalmente aclimatados.

La paz de 1604 vino solo a petición de los ingleses, mientras España remontaba una crisis pasajera de la que se recuperó plenamente en esos años y fue totalmente ventajosa para el Imperio Español ya que Inglaterra renunciaba a tratar con piratas holandeses, a atacar barcos españoles en América, se obligaba a abrir el Canal de la Mancha a la flota española y otras prebendas.

Hacia 1625 España estaba totalmente recuperada y vivió una época de victorias militares recuperando Salvador de Bahía, el socorro de Génova, la defensa de Cádiz y Puerto Rico, la conquista de Breda…

Durante estos años, la flota española de las Indias, con sus idas y retornos constantes propició un aprendizaje constante y un desarrollo tecnológico como el uso de la fundición de hierro para la artillería o el uso de la fragata (mezcla de galeón y galera).

Personajes Importantes y relevantes de la Armada Invencible

Felipe II de España, llamado «el Prudente» (Valladolid, 21 de mayo de 1527-San Lorenzo de El Escorial, 13 de septiembre de 1598), fue rey de España desde el 15 de enero de 1556 hasta su muerte, de Nápoles y Sicilia desde 1554 y de Portugal y los Algarves como Felipe I desde 1580, realizando la tan ansiada unión dinástica que duró sesenta años. Fue asimismo rey de Inglaterra e Irlanda iure uxoris, por su matrimonio con María I, entre 1554 y 1558.

Hijo y heredero de Carlos I de España e Isabel de Portugal, hermano de María de Austria y Juana de Austria, nieto por vía paterna de Juana I de Castilla y Felipe I de Castilla y de Manuel I de Portugal y María de Aragón por vía materna; murió el 13 de septiembre de 1598 a los setenta y un años de edad, en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, para lo cual fue llevado desde Madrid en una silla-tumbona fabricada para tal dada la insistencia del monarca de pasar sus últimos días allí.

Desde su muerte fue presentado por sus defensores como arquetipo de virtudes, y por sus enemigos como una persona extremadamente fanática y despótica. Esta dicotomía entre la leyenda blanca o rosa y leyenda negra fue favorecida por su propio accionar, ya que se negó a que se publicaran biografías suyas en vida y ordenó la destrucción de su correspondencia.

Su reinado se caracterizó por la exploración global y la expansión territorial a través de los océanos Atlántico y Pacífico. Con Felipe II, la monarquía española llegó a ser la primera potencia de Europa y el Imperio español alcanzó su apogeo. Fue el primer imperio de ámbito mundial. Por primera vez en la historia, un imperio integraba territorios de todos los continentes habitados.

Tras la muerte, el 1 de noviembre de 1535, de Francisco II, último Sforza, el Ducado de Milán quedó sin soberano. Los reyes de Francia, emparentados con la familia Visconti, reclamaban el ducado. Esta fue una de las causas de las sucesivas guerras italianas. Francisco I vio en la muerte del duque de Milán una nueva oportunidad para hacerse con el territorio, originando una tercera guerra contra Carlos I de España, que acabó con la Tregua de Niza en 1538.

En 1540 el ducado seguía sin soberano, estando a cargo de un gobernador. En un primer momento, el propio Carlos I pensó nombrarse a sí mismo duque, ya que Milán era un estado feudatario del Sacro Imperio Romano Germánico y el emperador tenía potestad para conceder el título. Pero esto podría ser considerado un casus belli en Francia, y además, dañaría su imagen de libertador y no conquistador. Entonces decidió conceder el título al príncipe Felipe. El 11 de octubre de 1540 fue investido Felipe como duque de Milán. La ceremonia fue secreta y no se consultó con los príncipes electores para evitar problemas internacionales.

En 1542 estalló una nueva guerra entre Francia y España. Entre las condiciones de la Paz de Crépy, que puso fin a las hostilidades en 1544, se encontraba la boda de Carlos, duque de Orleans e hijo de Francisco I, con la hija de Carlos I, María de Habsburgo (y los Países Bajos y el Franco-Condado como dote), o con la hija del Rey de Romanos Fernando, Ana de Habsburgo (y Milán como dote). La elección fue Milán, pero en 1545 la muerte del duque de Orleans dejó sin validez los acuerdos. Nuevamente de forma secreta el príncipe Felipe fue investido duque el 5 de julio de 1546. En 1550 se hizo finalmente público el nombramiento de Felipe y, el 10 de febrero del mismo año, Ferrante Gonzaga, gobernador de Milán, le prestó juramento de fidelidad en su nombre y en el de la ciudad.

Rey de Nápoles

A finales de 1553 se anunció la boda de Felipe con su tía segunda, la reina de Inglaterra, María I. Pero resultaba que Felipe era únicamente príncipe y duque. No podía haber matrimonio entre la reina y alguien de rango inferior. Carlos I solucionó el inconveniente renunciando al Reino de Nápoles en favor de su hijo, para que este fuese rey. El 24 de julio de 1554 Juan de Figueroa, enviado especial de Carlos I y regente de Nápoles, llegó a Inglaterra con la investidura formal de Felipe como rey de Nápoles y duque de Milán. Al día siguiente se celebraron los esponsales.

Rey de Inglaterra e Irlanda

El 25 de julio de 1554 Felipe se casó con la reina María I de Inglaterra. Al final de la ceremonia fueron proclamados:

Felipe y María, por la gracia de Dios, Rey y Reina de Inglaterra, Francia, Nápoles, Jerusalén, Irlanda, Defensores de la Fe, Príncipes de España y Sicilia, Archiduques de Austria, Duques de Milán, Borgoña y Brabante, Condes de Habsburgo, Flandes y el Tirol, en el primero y segundo año de su reinado.

Las cláusulas matrimoniales eran muy rígidas (equiparables a las de los Reyes Católicos) para garantizar la total independencia del Reino de Inglaterra. Felipe tenía que respetar las leyes y los derechos y privilegios del pueblo inglés. España no podía pedir a Inglaterra ayuda bélica o económica. Además, se pedía expresamente que se intentara mantener la paz con Francia. Si el matrimonio tenía un hijo, se convertiría en heredero de Inglaterra, los Países Bajos y Borgoña. Si María muriese siendo el heredero menor de edad, la educación correría a cargo de los ingleses. Si Felipe moría, María recibiría una pensión de 60 000 libras al año, pero si María fuese la primera en morir, Felipe debía abandonar Inglaterra renunciando a todos sus derechos sobre el trono.

Felipe actuó conforme a lo estipulado en el contrato matrimonial, encontrándose con fuerte resistencia por parte de los cortesanos y los parlamentarios ingleses, lo que se llegó a manifestar en un intento de asesinato abortado en marzo de 1555 en Westminster. Sin embargo, ejerció una notoria influencia en el gobierno del reino, ordenando la liberación de nobles y caballeros presos en la Torre de Londres, por haber participado en rebeliones anteriores contra la reina María, y actuando de forma vital para la reintegración de Inglaterra en la Iglesia católica. Tras su partida a los Países Bajos, un Consejo Escogido de ingleses enviaba misivas a Felipe demandando su opinión y recomendaciones sobre los distintos asuntos de gobierno que debatía, llegando a seguir fielmente las directrices que el rey les hacía llegar posteriormente. Durante una parte importante de su reinado estuvo ausente, especialmente a partir de 1556, cuando su padre abdicó en él en las Coronas de España, Sicilia y Cerdeña.

El 17 de noviembre de 1558, encontrándose en los Países Bajos, la reina María I Tudor falleció sin haber tenido descendencia. Su hermana ascendió al trono como Isabel I de Inglaterra, reconocida como tal por el ya exrey Felipe.

Soberano de los Países Bajos y duque de Borgoña

En 1555 Carlos I, ya mayor y cansado, decidió renunciar a más territorios en favor de su hijo Felipe. El 22 de octubre del mismo año, Carlos abdicó en Bruselas como Soberano Gran Maestre de la Orden del Toisón de Oro. Tres días después, en una grandiosa y ostentosa ceremonia ante decenas de invitados, se produjo la abdicación como soberano de los Países Bajos de los Habsburgo. La renuncia al Condado de Borgoña tuvo lugar el 10 de junio de 1556.

Carlos pensó que España defendiese desde esos territorios al Sacro Imperio Romano Germánico, más débil que Francia. A diferencia de Castilla, Aragón, Nápoles y Sicilia, los Países Bajos no eran parte de la herencia de los Reyes Católicos y veían al monarca como un rey extranjero y lejano [cita requerida]. Los estados del norte pronto se convirtieron en un gran campo de batalla, ayudados por Francia e Inglaterra, que explotaron la situación de rebelión constante de Flandes para debilitar a la Corona Española.

Rey de España, Sicilia y las Indias

El 16 de enero de 1556 Carlos I, en sus habitaciones privadas y sin ninguna ceremonia, cedió a Felipe la Corona de los Reinos Hispanos, Sicilia y las Indias. Felipe ya desempeñaba funciones de gobierno desde 1544, después de que Carlos I escribiera en 1543, a su regreso a España, las Instrucciones de Palamós, que preparaban a Felipe para la regencia de los reinos peninsulares hasta 1550 cuando este aún tenía dieciséis años. Aunque durante su juventud vivió doce años fuera de España en Suiza, Inglaterra, Flandes, Portugal, etc., una vez convertido en rey de España fijó su residencia en Madrid y potenció el papel de esta ciudad como capital de todos sus reinos.

Rey de Portugal

Dominios europeos y norteafricanos de Felipe II hacia 1580

El 4 de agosto de 1578, tras la muerte sin descendientes del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir, en Marruecos, heredó el trono su tío abuelo, el cardenal Enrique I de Portugal. Durante el reinado de este, Felipe II se convirtió, como hijo de Isabel de Portugal, en candidato al trono portugués junto a Antonio, el Prior de Crato y nieto del rey portugués Manuel I, Catalina de Portugal y los duques de Saboya y Parma. Felipe recibió el apoyo de la nobleza y el alto clero y el Prior de Crato fue apoyado por la gran mayoría del pueblo.

A la muerte de Enrique I, el Prior de Crato se autoproclamó rey de Portugal el 24 de julio de 1580. Ante tal hecho, Felipe II reaccionó enviando a un ejército al mando de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el Gran Duque de Alba, para luchar contra el Prior de Crato y reclamar sus derechos al trono. La batalla de Alcántara culminó una rápida y exitosa campaña militar que obligó a Antonio a huir y refugiarse en las islas Azores, de donde fue desalojado en 1583 tras la batalla de la Isla Terceira.

Una vez tomada Lisboa, Felipe II fue proclamado rey de Portugal el 12 de septiembre de 1580 con el nombre de Felipe I de Portugal y jurado como tal por las Cortes reunidas en Tomar el 15 de abril de 1581. Reinó Portugal desde Madrid y designó a Fernando Álvarez de Toledo condestable de Portugal y I virrey de Portugal, máximos cargos en aquel país después de la persona del propio monarca. Felipe II lograba la tan ansiada unificación de la península ibérica bajo un único rey español.

Cultura y arte

Escuela de Salamanca, Escuela ascética española y Pragmática de 22 de noviembre de 1559.

Monasterio de El Escorial, de estilo herreriano.

El gobierno de Felipe II coincidió con la etapa histórica conocida como el Renacimiento. Aunque el cambio ideológico no fue tan extremo como en otros países; no se rompió abruptamente con la tradición medieval, no desapareció la literatura religiosa y fue durante el Renacimiento cuando surgieron en España autores ascéticos y místicos.

La literatura religiosa estuvo encabezada por escritores como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, fray Luis de Granada, fray Luis de Molina, san Juan de Ávila y fray Juan de los Ángeles. Miguel de Cervantes empezó a escribir sus primeras obras. La poesía lírica de este periodo se divide en dos escuelas: la Salmantina (Fray Luis de León) y la Sevillana (Fernando de Herrera). La poesía épica culmina con Alonso de Ercilla, quien dedica La Araucana a Felipe II. En el teatro destaca Lope de Rueda, uno de los primeros actores profesionales españoles, considerado precursor del teatro de Lope de Vega, quien aún acaparará más importancia en el reinado de Felipe III, al igual que Miguel de Cervantes.

Entre los pintores más famosos destacaron el Greco, Tiziano, Antonio Moro o Brueghel el Viejo. Alonso Sánchez Coello fue el pintor de cámara de Felipe II. Fue el apogeo de los arquitectos españoles, entre ellos: Juan de Herrera, Juanelo Turriano, Francisco de Mora o Juan Bautista de Toledo, que tuvo como resultado la aparición de un nuevo estilo, que se caracterizó por el predominio de los elementos constructivos, la ausencia decorativa, las líneas rectas y los volúmenes cúbicos. Este estilo fue bautizado posteriormente como estilo herreriano. Estos afamados arquitectos construyeron edificios religiosos y mortuorios como el monasterio de El Escorial o la catedral de Valladolid; civiles o administrativos como la Casa de la Panadería de Madrid o la Casa de la Moneda de Segovia, y militares como la Ciudadela de Pamplona.

Los compositores más notables de música sacra durante el reinado de Felipe II fueron Tomás Luis de Victoria y Francisco Guerrero. También se publicó en 1576 uno de los últimos libros de vihuela: El Parnaso de Esteban Daza. Alonso Lobo compuso su conocida obra Versa est in luctum a la muerte de Felipe II.

Ciencia y tecnología

El rey prudente ejerció de mecenas de numerosos proyectos científicos, pero limitados la mayoría de ellos a materias matemáticas, geográficas, cosmográficas y de ingeniería naval. En 1552 creó la cátedra de Cosmografía en la sevillana Casa de Contratación, donde se explicaba el libro de Pedro de Medina. Convocó en 1581 el primer debate moderno sobre construcción e ingeniería naval entre Diego Flores de Valdés, Cristóbal de Barros, Pedro Sarmiento de Gamboa y Juan Martínez de Recalde, quienes intercambiaron pareceres con las Juntas de Santander y Sevilla para definir las trazas, proporciones, medidas y fortalezas de los nuevos galeones reales. Incluso promovió la construcción de varios prototipos de barcos a vapor, anticipándose a su época, elaborados por Jerónimo de Ayanz y Beaumont.

Fundó la primera Academia de Matemáticas de Europa en 1583 y le dio un edificio junto al Palacio Real, al parecer en el Convento de Santa Catalina de Sena, nombrando para dirigirla al arquitecto Juan de Herrera; contrató al prestigioso cosmógrafo luso Juan Bautista Labaña para ocupar la cátedra. Al humanista Pedro Ambrosio de Ondériz se le encomendó traducir textos científicos del latín al castellano. Más tarde, fueron profesores de la Academia Juan Arias de Loyola y el milanés Giuliano Ferrofino. Hizo también un Gabinete de Alquimia y creó y dotó la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, cuya organización encomendó al humanista Benito Arias Montano. Este los ordenó por lenguas y en 74 materias, 21 de las cuales eran científicas. Pompeo Leoni trajo códices de ingeniería de Leonardo da Vinci desde Milán por petición expresa del rey mucho antes de que se reconociese el valor científico del famoso pintor. En 1562 se creó en Salamanca una cátedra de Matemáticas donde se explicó el sistema copernicano, encomendando su enseñanza a Andrés García de Céspedes. Su cosmógrafo real Rodrigo Zamorano escribió Cronología y Repertorio de la razón de los tiempos 1585 y 1594, tradujo Los seis libros primeros de Euclides 1576 y elaboró una Carta de marear 1579 y un Compendio de la arte de navegar. El monarca mandó hacer una pionera descripción topográfica de España y levantar un mapa geodésico que trazó el maestro Pedro Esquivel. Promovió y costeó los trabajos geográficos de Abraham Ortelio y comisionó a Ambrosio de Morales para explorar los archivos eclesiásticos y al botánico Francisco Hernández para estudiar la fauna y la flora mejicanas.

Política interior

Pendón real de Felipe II, Gobierno Militar de Barcelona

Durante su reinado hizo frente a muchos problemas internos entre los cuales caben destacar: su hijo Carlos, su secretario Antonio Pérez y la guerra de las Alpujarras. También acabó con los focos protestantes en España, localizados principalmente en Valladolid y Sevilla.

El príncipe Carlos (1545 a 1568) y el problema dinástico

El príncipe Carlos nació en 1545, hijo de la primera esposa de Felipe, María de Portugal con la que este se había casado dos años antes y que murió en el parto. Caracterizado por su desequilibrio mental, de muy posible origen genético, pues tenía cuatro bisabuelos (en lugar de los ocho naturales) y seis tatarabuelos (en lugar de dieciséis), Carlos tuvo una complexión débil y enfermiza. Fue educado en la Universidad de Alcalá junto al medio hermano del rey, don Juan de Austria. Conspiró con poco disimulo con los rebeldes flamencos contra su padre. Tras asombrosos escándalos relacionados con esto, como el intento de acuchillar en público al duque de Alba, fue detenido por su propio padre, procesado y encerrado en sus aposentos. Posteriormente fue trasladado al Castillo de Arévalo donde murió de inanición (se negaba a comer) y en total delirio en 1568. Este terrible hecho marcó profundamente, y de por vida, la personalidad del monarca.

Escudo personal de Felipe como monarca de Inglaterra, España y otros estados. En la parte de la izquierda pueden observarse las armas de este último y sosteniendo el escudo la figura del Águila de San Juan, adoptada de la heráldica de los Reyes Católicos.

De su segundo matrimonio, con María I de Inglaterra no hubo hijos, pero de su tercer matrimonio con Isabel de Valois tuvo dos hijas, con lo que, al morir en 1568 Isabel de Valois, Felipe II se encontró con cuarenta y un años, viudo y sin descendencia masculina. Este fue uno de los peores años para Felipe II: a la tragedia personal se unían la rebelión en los Países Bajos y las Alpujarras, el avance imparable de la herejía protestante y calvinista en Francia y Europa Central, la piratería berberisca y el resurgir de la amenaza otomana tras el fracaso del sitio de Malta y la muerte de Solimán el Magnífico.

En 1570, Felipe II se casó por cuarta vez con Ana de Austria, hija de su primo el emperador Maximiliano II, con quien tuvo cuatro hijos, de los cuales sólo uno, Felipe (14 de abril de 1578-31 de marzo de 1621), futuro Felipe III, llegó a la edad adulta. Quedando finalmente resuelto el problema de la descendencia, Ana de Austria murió en 1580. Felipe II no volvió a casarse.

La rebelión en las Alpujarras (1568 a 1571)

Artículo principal: Rebelión de las Alpujarras

En 1567 Pedro de Deza, presidente de la Real Chancillería de Granada, proclamó la Pragmática bajo orden de Felipe II. El edicto limitaba las libertades religiosas, lingüísticas y culturales de la población morisca. Esto provocó una rebelión de los moriscos de las Alpujarras que Juan de Austria redujo militarmente.

La crisis de Aragón (1590 a 1591)

Antonio Pérez, aragonés, fue secretario del rey hasta 1579. Fue arrestado por el asesinato de Juan de Escobedo, hombre de confianza de don Juan de Austria, y por abusar de la confianza real al conspirar contra el rey. La relación entre Aragón y la corona estaba algo deteriorada desde 1588 por el pleito del virrey extranjero y los problemas en el condado estratégico de Ribagorza. Cuando Antonio Pérez escapó a Zaragoza y se amparó en la protección de los fueros aragoneses, Felipe II intentó enjuiciar a Antonio Pérez mediante el tribunal de la Inquisición para evitar la justicia aragonesa (el justicia mayor de Aragón era teóricamente independiente del poder real). Este hecho provocó una revuelta en Zaragoza que Felipe II redujo usando la fuerza, decapitando a Juan de Lanuza y Urrea y eliminando los fueros y privilegios de Aragón para así poder ajusticiarlo.

Reformas administrativas

El «Camino Español», fue utilizado por primera vez en 1567 por Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba de Tormes en su viaje a los Países Bajos, y el último ejército en circular por él lo hizo en 1622.

El padre del rey, Carlos I, había gobernado como un emperador, y como tal, España y principalmente Castilla habían sido fuente de recursos militares y económicos para unas guerras lejanas, de naturaleza estratégica, difíciles de justificar localmente puesto que respondían a su ambición personal (y aún más, a las ambiciones de la Casa de Austria) y que se habían convertido en carísimas con las innovaciones tecnológicas bélicas. Todo mantenido con los fondos castellanos y con las riquezas americanas, que llegaban a ir directamente desde América a los banqueros holandeses, alemanes y genoveses sin pasar por España.

Felipe II, como su antecesor, fue un rey autoritario, continuó con las instituciones heredadas de Carlos I, y con la misma estructura de su imperio y autonomía de sus componentes. Pero gobernó como un rey nacional, España y especialmente Castilla eran el centro del imperio, con su administración localizada en Madrid. Felipe II no visitó apenas sus territorios de fuera de la península y los administró a través de oficiales y virreyes quizá porque temía caer en el error de su padre, Carlos I, ausente de España durante los años de las rebeliones comuneras; quizá porque, a diferencia de su padre, que aprendió muy mayor el español, Felipe II se sentía profundamente español.

Convirtió España en el primer reino moderno, realizó reformas hidráulicas (presa del Monnegre) y una reforma de la red de caminos, con posadas, con una administración (y una burocracia) desconocida hasta entonces. Los administrativos de Felipe II solían tener estudios universitarios, principalmente de las universidades de Alcalá y Salamanca, la nobleza también ocupaba puestos administrativos, aunque en menor cantidad. Ejemplos reseñables de su meticulosa administración son:

En 1559, Felipe II decidió trasladar la sede de la corte y convirtió a Madrid en la primera capital permanente de la monarquía española. Con anterioridad, probablemente desde antes de su nacimiento en Valladolid en 1527, bajo el reinado de su padre Carlos I, la Corte se encontraba en Valladolid, siendo así hasta 1559. Desde entonces, salvo un breve intervalo de tiempo entre 1601 y 1606, bajo el gobierno de Felipe III, en el que volvió temporalmente la capitalidad a Valladolid, Madrid ha sido la capital de España y sede del Gobierno de la Nación.

La Grande y Felicísima Armada o Armada Invencible, de la que se conocía hasta el nombre del ínfimo grumete, mientras que los ingleses no tuvieron noticia cierta ni siquiera de todos los barcos que participaron.

Distintos soldados de los Tercios

Los tercios eran las mejores unidades militares de su época. Creados por su antecesor, Carlos I de España, fueron decisivos para Felipe II en las victorias que obtuvo frente a los franceses, ingleses y holandeses en su reinado (ver apartados correspondientes). Eran expertos en tácticas como el asedio (en Amberes de 1584 a 1585).

Aparte de tener los mejores soldados también disponía de los mejores generales de su época, tanto en tierra como en el mar. De estos destacaron Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel III duque de Alba de Tormes, Alejandro Farnesio, duque de Parma, Álvaro de Bazán y Juan de Austria, entre otros.

Innovaciones militares en todos los sentidos. Aparición de los arcabuceros y mosqueteros, que combatían junto con los piqueros y la Caballería. Asimismo se disponía de artillería: desde cañones de bronce o hierro colado, medioscañones, culebrinas hasta falconetes. En el aspecto táctico, destaca la utilización de ataques por sorpresa nocturnos (Encamisada). Si se trataba de un asedio, los Tercios realizaban obras de atrincheramiento para rodear la plaza y aproximar los cañones y minas a los muros. Uno de los escuadrones se mantenía en reserva para rechazar cualquier tentativa de contraataque de los sitiados.

En el mar, destacaba la utilización masiva de galeones, ya que su combinación de tamaño, velamen y la posibilidad de transportar armamento y tropas lo hacían idóneo para las largas travesías oceánicas, combinando así la capacidad de transporte de las naves de carga con la potencia de fuego que requerían las nuevas técnicas de guerra en el mar, permitiendo disponer de barcos de transporte fuertemente armados.

Carlos I creó el 27 de febrero de 1537 la Infantería de Marina de España, convirtiéndola en la más antigua del mundo al asignar de forma permanente a las escuadras de galeras del Mediterráneo las compañías viejas del mar de Nápoles. Sin embargo, fue Felipe II quien creó el concepto actual de fuerza de desembarco, concepto que aún perdura en nuestros días.

Destinó gran cantidad de dinero para crear la mejor red de espionaje de la época. Es muy conocido el uso de la tinta invisible y de la escritura microscópica por parte de los servicios secretos de Felipe II. Bernardino de Mendoza fue militar, embajador y jefe de los servicios secretos en diversas regiones del Imperio español bajo Felipe II y durante este tiempo estuvo destinado como embajador español en París. Una de las acciones más importantes atribuidas a este antepasado de los actuales servicios secretos, fue el asesinato de Guillermo de Orange a manos de Balthasar Gérard.

Creación del Camino Español, una ruta terrestre para transportar dinero y tropas desde las posesiones españolas en Italia, hacia los Países Bajos españoles.

El comercio con las Indias estaba fuertemente controlado. Por ley, esas posesiones españolas sólo podían comerciar con un puerto en España (primero Sevilla, luego Cádiz). Los ingleses, holandeses y franceses trataron de romper el monopolio, pero este duró durante más de dos siglos. Gracias al monopolio, España se convirtió en el país más rico de Europa. Esta riqueza permitió sufragar sobre todo las guerras contra los protestantes del centro y norte de Europa. También causó una enorme inflación en el XVI, lo que prácticamente destruyó la economía española.

Felipe II se comunicaba casi diariamente con sus embajadores, virreyes y oficiales repartidos por el imperio mediante un sistema de mensajeros que tardaba menos de tres días en llegar a cualquier parte de la península o unos ocho días en llegar a los Países Bajos.

En 1566 realizó una reforma monetaria con el fin de aumentar el valor del escudo de oro y se pusieron en circulación diferentes especies de vellón rico.

En 1567 Felipe II encargó a Jerónimo Zurita y Castro reunir los documentos de Estado de Aragón e Italia y juntarlos con los de Castilla en el castillo de Simancas, creando uno de los mayores archivos nacionales de su tiempo.

El gobierno mediante Consejos instaurado por su padre, seguía siendo la columna vertebral de su manera de dirigir el estado. El más importante era el Consejo de Estado del cual el rey era el presidente. El rey se comunicaba con sus Consejos principalmente mediante la consulta, un documento con la opinión del Consejo sobre un tema solicitado por el rey. Asimismo existían seis Consejos regionales: el de Castilla, de Aragón, de Portugal, de Indias, de Italia y de Países Bajos y ejercían labores legislativas, judiciales y ejecutivas.

Felipe II también gustaba de contar con la opinión de un grupo selecto de consejeros, formado por el catalán Luis de Requesens, el castellano gran duque de Alba, el vasco Juan de Idiáquez, el cardenal borgoñés Antonio Perrenot de Granvela y los portugueses Ruy Gómez de Silva y Cristóbal de Moura repartidos por diferentes oficinas o siendo miembros del Consejo de Estado. Felipe II y su secretario se encargaban directamente de los asuntos más importantes, otro grupo de secretarios se dedicaba a asuntos cotidianos. Con Felipe II la figura de secretario del rey alcanzó una gran importancia, entre sus secretarios destacan Gonzalo Pérez, su hijo Antonio Pérez, el cardenal Granvela y Mateo Vázquez de Leca. En 1586 creó la Junta Grande, formada por oficiales y controlada por secretarios. Otras juntas dependientes de ésta, eran la de Milicia, de Población, de Cortes, de Arbitrios y de Presidentes.

Finanzas

Letra y firma de Felipe II en una carta de 1557. Con la edad, los problemas de la vista y el avance de la gota hicieron que a partir de la década de 1580 su letra se hiciera cada vez más grande e ilegible.

Durante su reinado, la Hacienda Real se declaró en bancarrota tres veces (1557, 1575 y 1596), aunque, en realidad, eran suspensiones de pagos, técnicamente muy bien elaboradas según la economía moderna, pero completamente desconocidas por entonces.

Felipe II heredó una deuda de su padre de unos veinte millones de ducados y dejó a su sucesor una que quintuplicaba esta deuda. En 1557, al poco de entrar al poder el rey, la Corona hubo de suspender los pagos de sus deudas declarando la primera bancarrota. Pero los ingresos de la Corona se doblaron al poco de llegar Felipe II al poder, y al final de su reinado eran cuatro veces mayor que cuando comenzó a reinar, pues la carga fiscal sobre Castilla se cuadruplicó y la riqueza procedente de América alcanzó valores históricos. Al igual que con su predecesor, la riqueza del Imperio recaía principalmente en Castilla y dependía de los avances a gran interés de banqueros neerlandeses y genoveses. Por otra parte, también eran importantes los ingresos procedentes de América, los cuales suponían entre un 10 % y un 20 % anual de la riqueza de la Corona. Los mayores consumidores de ingresos fueron los problemas en los Países Bajos y la política en el Mediterráneo, juntos, unos seis millones de ducados al año.

El estado de las finanzas dependía totalmente de la situación económica castellana. Los Países Bajos eran los principales receptores de la lana castellana y, debido al ya abierto conflicto de los Países Bajos, la ruta lanera se interrumpió, lo que produjo una recesión en la economía castellana en 1575. Como consecuencia, en ese mismo año se produjo una segunda suspensión de pagos al declararse la segunda bancarrota. En 1577 se llegó a un acuerdo con banqueros genoveses para seguir adelantando dinero a la Corona, pero a un precio muy alto para Castilla, que agravó su recesión. Esto se conoce como «el Remedio General» de 1577, que consistió en una consolidación de la deuda a largo plazo, pudiendo llegar a setenta u ochenta años. Se entregaron así juros (bonos) a los acreedores como compromiso de la Corona de la devolución del dinero con un interés del 7 %. Dicho dinero se iría devolviendo a medida que se volviera a tener de nuevo liquidez y con el aval de los metales americanos. Paralelamente, entre 1576 y 1588, Felipe usó la intermediación financiera de Simón Ruiz, que le facilitaba pagos, cobros y préstamos a través de letras de cambio.

Anteriormente a Felipe II ya existían diversos impuestos: La alcabala, impuesto de aduanas; la cruzada impuesto eclesiástico; el subsidio, impuesto sobre rentas y tierras y las tercias reales, impuestos a órdenes militares. Felipe II además de subir estos durante su reinado, implantó otros, entre ellos el excusado en 1567, impuestos sobre parroquias. De la Iglesia Felipe II consiguió recaudar hasta el 20% de la riqueza de la Corona, lo que supuso la crítica de algunos eclesiásticos.

En 1590 se aprueban en las Cortes los millones, consistentes en ocho millones de ducados al año para los seis siguientes años, los cuales se dedicaron en la construcción de una nueva Armada y para la sangrante política militar. Esto terminó por arruinar a las ciudades castellanas y fulminar con los ya débiles intentos de industrialización que quedaban. En 1597 se produjo una nueva suspensión de pagos al declararse la tercera bancarrota, recurriéndose a un nuevo «Remedio General». Esto provocó un gigantesco y desproporcionado endeudamiento de la Corona, pero permitió la continuación de la política exterior.

Tras la ya malparada situación económica en Castilla que recibió de Carlos I, Felipe II dejó España al borde de la crisis. La vida de los españoles del tiempo era dura; la población soportaba una inflación brutal, por ejemplo, el precio del grano subió un 50 % en los últimos cuatro años del siglo; la carga fiscal, tanto en productores como en consumidores, era excesiva. Debido a la inflación y la carga fiscal, cada vez existían menos negocios, mercaderes y empresarios dejaban sus negocios en cuanto podían adquirir un título nobiliario, con su baja carga fiscal. En las últimas Cortes, los diputados protestaron efusivamente ante otra demanda de más dinero por parte del rey, urgiendo por una retirada de los ejércitos de Flandes, buscar la paz con Francia e Inglaterra y concentrar su formidable poder militar y marítimo en la defensa de España y su imperio. En 1598, Felipe II firmó la paz con Francia; con Flandes no consiguió un acuerdo e Inglaterra no ponía las cosas fáciles con su constante piratería y hostilidad hacia España. La situación se agravaría con Felipe III debido a la reducción de ingresos procedentes de América y se comenzarían a oír aún más voces acerca de que Castilla no podía seguir soportando la carga de tantas guerras y de que el resto de miembros debían también contribuir al bien común.

La presión fiscal en Aragón, sin ser tan brutal como la de Castilla, no era mucho menor. Pero en este caso, la mayor parte de lo recaudado no iba a formar parte de la Corona española sino que, gracias a la protección de los fueros, pasaban a formar parte de la riqueza de la oligarquía y de la nobleza de esos reinos. El comercio en el Mediterráneo para Aragón, especialmente Cataluña, seguía muy dañado por el dominio turco y la competencia de genoveses y venecianos.

Los ingresos procedentes de otras partes del imperio Países Bajos, Nápoles, Milán, Sicilia se gastaban en sus propias necesidades. La anexión de Portugal fue económicamente un gran esfuerzo para Castilla, pues pasó a costear la defensa marítima de su extenso imperio sin aportar Portugal nada al conjunto.

La mayoría de historiadores coincide en subrayar que la situación de pobreza que sumió al país al final de su reinado está directamente relacionada por la carga del Imperio y su papel de defensor de la cristiandad. Durante el reinado de Felipe II apenas hubo un respiro en el esfuerzo militar. Hubo de compaginar dos durante la mayor parte de su reino: el Mediterráneo contra el poder turco y los Países Bajos contra los rebeldes. Al final de su reinado contaba con tres frentes simultáneos: los Países Bajos, Inglaterra y Francia. La única potencia capaz de soportar esta carga en el xvi era España, pero con unos beneficios discutibles y a un precio muy alto para sus habitantes.

Política exterior

Caracterizada por sus guerras contra: Francia, los Países Bajos, el Imperio turco e Inglaterra.

Guerras con Francia

Sitio de Gravelinas, donde se produjo la batalla de Gravelinas, victoria de Felipe II sobre las tropas francesas que obligó al rey francés a firmar la Paz de Cateau-Cambrésis y desistir de su invasión a Italia.

Felipe II mantuvo las guerras con Francia, por el apoyo francés a los rebeldes flamencos, obteniendo una gran victoria en la batalla de San Quintín, librada el 10 de agosto de 1557, festividad de san Lorenzo, en recuerdo de la cual hizo edificar el monasterio de El Escorial, edificio con planta en forma de parrilla que simboliza el martirio del santo (1563-1584). En este monumental y sobrio palacio, el más grande de su tiempo ya llamado entonces la octava maravilla del mundo, concretamente en la Cripta Real están enterrados desde entonces casi todos los reyes españoles y sus miembros familiares más cercanos. A esta victoria contra los franceses se sumó un decisivo triunfo posterior en la batalla de Gravelinas, en 1558.

Como consecuencia de estos fulminantes éxitos españoles se firmó la Paz de Cateau-Cambrésis de 1559, tratado en el que Francia reconoció la supremacía Española, los intereses españoles en Italia se vieron favorecidos y se pactó el matrimonio con Isabel de Valois, reina de España. Pero, en Flandes, los problemas continuaron a partir de 1568 por el apoyo a los rebeldes flamencos de los hugonotes franceses.

Al término de las guerras italianas en 1559, la Casa de Austria había conseguido asentarse como la primera potencia mundial, en detrimento de Francia. Los estados de Italia, que durante la Edad Media y el Renacimiento habían acumulado un poder desproporcionado a su pequeño tamaño, vieron reducido su peso político y militar al de potencias secundarias, desapareciendo algunos de ellos.

En 1582, Álvaro de Bazán derrotó a una escuadra de corsarios franceses en la batalla de la isla Terceira, en la que se emplearon por primera vez en la historia fuerzas de infantería de tierra para la ocupación de playa, barcos y terreno, lo que se considera como «el nacimiento de la infantería de marina». En 1590, aprovechando la muerte del cardenal de Borbón, rey de Francia por la Liga Católica, Felipe II intervino en las guerras de religión de Francia contra Enrique IV. En los Estados Generales de 1593 convocados por el duque de Mayene, como lugarteniente general rival a Enrique IV, denegaron reconocer a Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, como reina de Francia, lo que aprovechó Enrique IV para convertirse al catolicismo.23​ La posición y esperanzas de Felipe II se desvanecieron hasta llegar a la Paz de Vervins (1598), en la que se restablecía la paz de Cateau-Cambrésis.

Conflictos con los Países Bajos

Felipe II había recibido como herencia de su padre, Carlos I, los Países Bajos en unión del Franco Condado, para que España, en aquel entonces la nación más poderosa del mundo, defendiera al Imperio frente a Francia. Por esta razón, era un punto a la vez estratégico y de debilidad para Felipe II. Estratégico, pues a mediados del XVI Amberes era el puerto más importante de Europa del Norte, que servía como base de operaciones a la Armada española, y un centro donde se comerciaba con bienes de toda Europa y se vendía la lana castellana. Lana, de oveja merina, procesada en los Países Bajos que, vendida a precios razonables, llegaría manufacturada a España, con el correspondiente valor añadido, pero menor que si hubiera sido manufacturada en la Península, puesto que allí la mano de obra era más barata. España era un foco de inflación para los Países Bajos debido al oro llegado de América, favoreciendo los altos salarios.

Una debilidad, pues para los Países Bajos no solo supuso un cambio de rey, sino también un cambio de «dueño», pasaron de formar parte de un imperio a formar parte del reino más poderoso de la época. A diferencia de Castilla, Aragón y Nápoles, los Países Bajos no eran parte de la herencia de los Reyes Católicos, y veían a España como un país extranjero. Así lo sentían los propios ciudadanos de los Países Bajos, pues veían, a diferencia de Carlos I a un rey extranjero (nacido en Valladolid, con la Corte en Madrid, nunca vivía en aquellos territorios y delegaba su gobierno). A esto hay que añadir el choque religioso que se estaba gestando dentro de Flandes, y que sería azuzado por la posición de Felipe II en el plano religioso, las guerras de religión volvían al corazón de Europa después de la guerra de Esmalcalda.

Gobernados por su hermana Margarita de Parma desde 1559, se encaró a los nobles rebeldes que pedían una mayor autonomía y a los protestantes que exigían el respeto a su religión dando inicio a la guerra de los Ochenta Años. Sin embargo, Felipe II era de otra opinión. El rey quería aplicar los acuerdos tridentinos, como había exigido a Catalina de Médicis en Francia contra la nobleza hugonota francesa. Al conocer en los Países Bajos la decisión de aplicar los acuerdos tridentinos, las mismas autoridades civiles se mostraron reacias a aplicar las penas dictadas por los inquisidores y, fruto de un gran malestar, comenzó un ambiente de revolución. La baja nobleza se concentró en Bruselas el 5 de abril de 1566 en el palacio de la gobernadora, siendo despreciada como «mendigos», adjetivo que tomarían los siguientes nobles en sus reivindicaciones, vistiéndose como tales. Los miembros del compromiso de Breda mandaron a Madrid a Floris de Montmorency, barón de Montigny, y luego al marqués de Berghes, que ya no volverían.

Tras aumentar la tensión y los conflictos en Amberes, la gobernadora pidió al Guillermo de Orange que pusiera orden, aceptando este de mala gana pero pacificando la ciudad. El príncipe de Orange, el conde de Egmont y el conde de Horn volvieron a pedir a Margarita de Parma más libertad. Ella se lo hizo saber a su hermano, pero Felipe II no cambiaba de opinión y avisaba de sus intenciones al papa:

podéis asegurar a Su Santidad que antes de sufrir la menor cosa en perjuicio de la religión o del servicio de Dios, perdería todos mis Estados y cien vidas que tuviese, pues no pienso, ni quiero ser señor de herejes.

Antes de que llegaran estas noticias, el 14 de agosto un grupo de incontrolados calvinistas asaltó la principal iglesia de Saint-Omer. Le siguió una rebelión generalizada en Ypres, Courtrai, Valenciennes, Tournai y Amberes. Felipe II recibió a Montigny y le prometió convocar al Consejo de Estado de España. El 29 de octubre de 1566, el rey convocó a los consejeros más allegados: Éboli, Alba, Feria, el cardenal Espinosa, don Juan Manrique y el conde de Chinchón, junto con los secretarios de Estado Antonio Pérez y Gabriel Zayas. El acuerdo fue proceder de manera urgente, y, pese a las diferencias en la forma, el monarca optó por la fuerza. Así se acordó mandar al III duque de Alba a sofocar las rebeliones. Este hecho propició un enfrentamiento entre el príncipe don Carlos y el duque de Alba, puesto que el heredero se veía desplazado de sus asuntos. El 28 de agosto el duque de Alba llegó a Bruselas. El duque de Alba —al frente del ejército— efectuó rápidamente una durísima represión ajusticiando a los nobles rebeldes, lo que propició la dimisión de Margarita de Parma como gobernadora de los Países Bajos, dimisión al punto aceptada por su hermano el rey. Además, el 9 de septiembre, Egmont y Horn fueron prendidos, y degollados el 5 de junio de 1568.

Felipe II buscó soluciones con los nombramientos de Luis de Requesens, Juan de Austria (fallecido en 1578) y Alejandro Farnesio, que consiguió el sometimiento de las provincias católicas del sur en la Unión de Arras. Ante esto, los protestantes formaron la Unión de Utrecht. El 26 de julio de 1581, las provincias de Brabante, Güeldres, Zutphen, Holanda, Zelanda, Frisia, Malinas y Utrecht anularon en los Estados Generales, su vinculación con el rey de España, por el acta de abjuración, y eligieron como soberano a Francisco de Anjou. Pero Felipe II no renunció a esos territorios, y el gobernador de los Países Bajos Alejandro Farnesio inició la contraofensiva y recuperó a la obediencia del rey de España de gran parte del territorio, especialmente tras el asedio de Amberes, pero parte de ellos se volvieron a perder tras la campaña de Mauricio de Nassau. Antes de la muerte del rey de España, el territorio de los Países Bajos, en teoría las diecisiete provincias, pasó conjuntamente a su hija Isabel Clara Eugenia y su yerno el archiduque Alberto de Austria por el Acta de Cesión de 6 de mayo de 1598.

Problemas con Inglaterra

Guerra anglo-española (1585-1604)

Felipe II luchó contra la Corona inglesa por motivos religiosos, por el apoyo que ofrecían a los rebeldes flamencos y por los problemas que suponían los corsarios ingleses que robaban la mercancía americana a los galeones españoles en la zona del Caribe a partir de 1560. Así pues, los principales escenarios de los combates serían el Atlántico y el Caribe.

Se ha mostrado en varias obras literarias y especialmente en películas el agobio causado por la continua piratería inglesa y francesa contra sus barcos en el Atlántico y la consecuente disminución de los ingresos del oro de las Indias. Sin embargo, investigaciones más profundas indican que esta piratería realmente consistía en varias decenas de barcos y varios cientos de piratas, siendo los primeros de escaso tonelaje, por lo que no podían enfrentarse con los galeones españoles, teniéndose que conformar con pequeños barcos o los que pudieran apartarse de la flota.

En segundo lugar está el dato según el cual, durante el xvi, ningún pirata ni corsario logró hundir galeón alguno; además de unas 600 flotas fletadas por España (dos por año durante unos tres siglos) solo dos cayeron en manos enemigas y ambas por marinas de guerra, no por piratas ni corsarios.

La ejecución de la reina católica de Escocia, María Estuardo, le decidió a enviar la llamada Grande y Felicísima Armada (en la leyenda negra, Armada Invencible) en 1588, la cual fracasó. El fracaso posibilitó una mayor libertad al comercio inglés y neerlandés, un mayor número de ataques a los puertos españoles como el de Cádiz que fue incendiado por una flota inglesa en 1596 y, asimismo, la colonización inglesa de Norteamérica. A partir de estos hechos y hasta el final de la guerra, España e Inglaterra consiguieron victorias a la par en los combates navales librados por ambos reinos, tanto en la mar como en tierra. Con lo que la guerra se mantuvo en un empate de pérdidas de recursos para los países hasta el final. Mientras los ingleses saqueaban las posesiones españolas y no consiguieron nunca el objetivo de capturar una flota de Indias, la Armada española se preparó sin mucho éxito para invadir Inglaterra, repelió algún ataque inglés y los corsarios españoles capturaban toneladas de mercancías de barcos ingleses. Los ataques ingleses (y de piratas o corsarios a sueldo suyo) solían acabar en fracasos con pérdidas nada desdeñables, entre los que destacó el fracaso de la Armada inglesa o Contraarmada. La situación se equilibró, hasta que Felipe III firmó el Tratado de Londres en 1604, con Jacobo I, sucesor de Isabel I. En algunas de las expediciones bajo su mando, se llegó a desembarcar en el sur de Inglaterra o en Irlanda (batalla de Cornualles: Carlos de Amésquita desembarcó en 1595 en el sur de Inglaterra).

Felipe II refuerza urgentemente su escuadra, encarga doce nuevos galeones y para 1591, la reconstituida columna vertebral de su armada ya dispone de diecinueve de estos buques, entre los que encontramos tres nuevos, dos capturados a los ingleses, y cuatro veteranos supervivientes de Portugal. Alonso de Bazán, hermano del fallecido Álvaro de Bazán, procede contra Thomas Howard con una flota de 55 velas, logrando atrapar a los ingleses entre Punta Delgada y Punta Negra. Los ingleses huyen, pero el galeón Revenge es abordado y apresado. En 1595 (los ingleses) preparan la definitiva toma e instalación de una base en Panamá con una flota de 28 barcos. Pero las cosas no fueron bien para los piratas. Al mando de Drake, marchan a Panamá, y es allí donde concluye su existencia sir Francis. Después de diversas vicisitudes, tan sólo ocho barcos de la expedición lograron regresar a la patria. Tras la contraofensiva inglesa Carlos de Amezquita desembarca en las costas de Cornwall. Siembra el Pánico en Pezance y otras localidades cercanas y se retira.

Víctor San Juan. La batalla naval de las Dunas. 2007.

Además, un sistema sofisticado de escolta y de inteligencia frustraron la mayoría de los ataques corsarios a la Flota de Indias a partir de la década de 1590: las expediciones bucaneras de Francis Drake, Martin Frobisher y John Hawkins en el comienzo de dicha década fueron derrotadas.

Guerras con el Imperio otomano

Batalla de Lepanto (1571).

El Imperio otomano, que ya había sido contrincante de Carlos I de España, se volvió a enfrentar al Imperio español. En 1560, la flota turca que era una potencia de primer orden había derrotado a los cristianos en la batalla de Los Gelves. El sitio de Malta, en 1565, empero, fue fallido y además considerado como uno de los asedios más importantes de la historia militar y desde el punto de vista de los defensores, el más exitoso.

En 1570, después de unos años de tranquilidad, los turcos iniciaron una expansión atacando varios puertos venecianos del Mediterráneo oriental y conquistaron Chipre a Venecia con 300 naves y ponen sitio a Nicosia. Venecia pidió ayuda a las potencias cristianas, pero solo el papa Pío V le respondió. Este consiguió convencer al rey de España para que también ayudara, y se formó una armada para enfrentarse a los turcos. Esta armada se reunió en el puerto de Suda, en la isla de Candia, en Creta. Esta coalición, conocida como Liga Santa, se enfrentó a la flota turca en el golfo de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, librándose la batalla de Lepanto («la más alta ocasión que vieron los siglos», que acabó en una gran victoria de los aliados católicos. Así la describe el marqués de Lozoya:

Durante dos horas se peleó con ardor por ambas partes, y por dos veces fueron rechazados los españoles del puente de la galera real turca; pero en un tercera embestida aniquilaron a los jenízaros que la defendían y, herido el almirante de un arcabuzazo, un remero cristiano le cortó la cabeza. Al izarse un pabellón cristiano en la galera turca arreciaron el ataque las naves cristianas contra las capitanas turcas que no se rendían; pero al fin la flota central turca fue aniquilada.

Después de este combate, los turcos rehicieron su flota de modo que, otra vez aliada con los piratas berberiscos, seguía siendo la más potente del Mediterráneo. Durante casi dos años la flota otomana evitó el combate y no fue hasta después de la toma de Túnez y La Goleta por don Juan de Austria, en 1573, cuando Selim II, sucesor de Solimán el Magnífico, envió una fuerza de 250 naves de guerra y un contingente de unos 100 000 hombres para reconquistar ambas plazas, labor en la que perecieron cerca de 30 000 hombres, aunque con resultado satisfactorio. Fue la última gran batalla en el Mediterráneo.

Sin embargo, lo que no habían resuelto las batallas y los combates, lo resolvieron la diplomacia y las negociaciones internacionales, para beneficio de ambos imperios. Felipe II veía como se agravaba la guerra en Flandes, y Selim II tenía que hacer frente a la guerra con Persia. Ambos se encontraban librando campañas militares en otras fronteras, y ninguno se sentía con la fuerza suficiente para continuar el conflicto. Convencidos de la distinta situación que ambos imperios vivían, decidieron firmar una serie de treguas que terminaron por alejar definitivamente la guerra en el Mediterráneo durante unos cuantos años.

Expansión por el Atlántico y el Pacífico

Imperio español de Felipe II, III y IV incluyendo los territorios cartografiados y reclamados, reclamaciones marítimas (mare clausum) y otros aspectos.

Felipe II continuó con la expansión en tierras americanas e incluso se agregaron a la Corona las islas Filipinas, conquistadas por Miguel López de Legazpi (1565-1569), aunque fue Ruy López de Villalobos quien las denominó así en su honor. La colonización española de las islas codiciadas también por ingleses, holandeses y portugueses no se aseguró hasta 1565 cuando Miguel López de Legazpi, enviado por el virrey de Nueva España construyó el primer asentamiento español en Cebú. La ciudad de Manila, capital del archipiélago, se fundó por el propio Legazpi en 1571. Una vez descubierto el circuito de corrientes oceánicas y vientos favorables para la navegación entre América y Filipinas, se estableció la ruta regular de flotas entre Manila y Acapulco, México, conocida como el Galeón de Manila. Florida fue colonizada en 1565 por Pedro Menéndez de Avilés al fundar San Agustín y al derrotar rápidamente un intento ilegal del capitán francés Jean Ribault y 150 hombres de establecer un puesto de aprovisionamiento en el territorio español. San Agustín se convirtió rápidamente en una base estratégica de defensa para los barcos españoles llenos de oro y plata que regresaban desde los dominios de las Indias.

En el Pacífico sur, frente a las costas del actual Chile, Juan Fernández descubrió una serie de islas entre los años 1563 y 1574. Le puso su propio nombre a ese archipiélago, quedando finalmente conocidas como archipiélago Juan Fernández. Los primeros europeos en llegar a las islas que hoy son Nueva Zelanda lo hicieron en el probable viaje de Juan Jufré y del marino Juan Fernández a Oceanía, ocasión en la cual habrían descubierto Nueva Zelanda para España, a finales de 1576; este suceso se basó en un documento que se presentó a Felipe II y en vestigios arqueológicos (cascos estilo español) encontrados en cuevas en el extremo superior de la isla norte.

Se meditó incluso la conquista de China para el Imperio español durante su reinado. Como demuestra una carta del gobernador y el arzobispo de Filipinas, en la que ambos le comentaban que si les enviaba 5000 hombres y 30 buques podrían hacer con China lo que Hernán Cortés había hecho en México. Sin embargo, Felipe II nunca llegó a responder a esa carta.

Se ampliaron los dominios en África. Mazagán, incorporada al Imperio porque era una colonia portuguesa, al igual que Casablanca, Tánger, Ceuta y la isla de Perejil. Se reconquistó a los árabes el peñón de Vélez de la Gomera, en una operación a cargo de García Álvarez de Toledo y Osorio, marqués de Villafranca del Bierzo y virrey de Cataluña. Además, debido a la anexión de Portugal, también se añadieron las colonias que este territorio poseía en Asia: Macao, Nagasaki y Malaca.

Isabel I de Inglaterra a menudo referida como la Reina Virgen, Gloriana o la Buena Reina Bess (Greenwich, 7 de septiembre de 1533-Richmond, 24 de marzo de 1603), fue reina de Inglaterra e Irlanda desde el 17 de noviembre de 1558 hasta el día de su muerte. Isabel fue la quinta y última monarca de la dinastía Tudor. Hija de Enrique VIII, nació como princesa, pero su madre, Ana Bolena, fue ejecutada cuando ella tenía tres años, con lo que Isabel fue declarada hija ilegítima. Sin embargo, tras la muerte de sus hermanos Eduardo VI y María I, Isabel ascendió al trono.

Una de las primeras medidas que tomó fue establecer una Iglesia protestante independiente de Roma, que luego evolucionaría en la actual Iglesia de Inglaterra, de la que se convirtió en la máxima autoridad.

Se esperaba que Isabel contrajera matrimonio pero, pese a varias peticiones del Parlamento, nunca lo hizo. Se desconocen las razones para esta decisión y han sido ampliamente debatidas. A medida que Isabel fue envejeciendo, su virginidad la volvió famosa y un culto creció alrededor de ella, celebrado en retratos, desfiles y literatura de la época.

La reina se hizo cargo de un país dividido por cuestiones religiosas en la segunda mitad del siglo xvi. Durante su reinado, Inglaterra tuvo un gran esplendor cultural, con figuras como William Shakespeare y Christopher Marlowe; también fueron importantes personajes como Francis Drake y John Hawkins. Mantuvo gélidas relaciones con Felipe II de España, con quien libró una guerra que arruinó económicamente a ambos países. Su reinado de 44 años y 127 días ha sido el quinto más largo de la historia inglesa, por detrás de los de Isabel II, Victoria I, Jorge III y Eduardo III.

Isabel nació en el palacio de Placentia, el 7 de septiembre de 1533, siendo la hija de Enrique VIII de Inglaterra y de su segunda esposa, Ana Bolena. Fue bautizada en honor a sus dos abuelas, Isabel de York e Isabel Howard, el 10 de septiembre de 1533 por el arzobispo Thomas Cranmer, con el marqués de Exeter, la duquesa de Norfolk y la viuda marquesa de Dorset como sus padrinos. En la ceremonia, Jorge Bolena, vizconde de Rochford, John Hussey, barón de Hussey, Lord Thomas Howard y William Howard llevaron un dosel en la ceremonia sobre la niña de tres días.

Aunque Enrique habría preferido un varón para asegurar la sucesión de la Casa de Tudor, Isabel se convirtió en presunta heredera del trono de Inglaterra, ya que su media hermana María, hija de Catalina de Aragón, había sido declarada ilegítima tras la anulación del matrimonio de esta con Enrique. Sin embargo, fue por poco tiempo. Isabel tenía dos años y ocho meses cuando su madre fue decapitada el 19 de mayo de 1536, cuatro meses después de la muerte de Catalina de Aragón por causas naturales. Al ser Ana incapaz de dar un heredero al rey, este ordenó ejecutarla bajo la acusación de traición (el adulterio al rey se consideraba traición) y brujería, por haber mantenido relaciones incestuosas con su hermano, cargos que hoy se consideran falsos. Isabel fue declarada ilegítima y privada de su lugar en la sucesión real.

Cuando su madre murió, fue dejada al cuidado de Lady Margaret Bryan hasta que su hermano nació y después fue educada por Katherine Ashley. Isabel tenía entonces tres años cuando fue declarada hija ilegítima, por lo que perdió su título de princesa. Vivió retirada de la Corte, lejos de su padre y de sus sucesivas esposas, aunque la última de estas, Catalina Parr, medió para que padre e hija se reconciliaran. Isabel, gracias al Acta de Sucesión de 1544, recobró sus derechos en la línea sucesoria detrás de su hermano el príncipe Eduardo (hijo de Juana Seymour) y de su hermana María Tudor (hija de Catalina de Aragón), quien también fue restituida en esa misma Acta de Sucesión.

Entre sus asistentes, durante la época del exilio, destacaron Katherine Champernowne y Matthew Parker. La primera fue incluida entre los miembros de la casa de Isabel, previamente a la muerte de su madre y mantuvo con la futura reina una amistad que se prolongó hasta su posterior deceso. Matthew Parker fue el sacerdote favorito de Ana Bolena, quien le hizo prometer, antes de su ejecución, que se preocuparía del bienestar de su hija.

En cuanto a su personalidad, Isabel tenía mucho en común con su madre: neurótica, carismática, enamoradiza y fervientemente protestante. También heredó su delicada estructura ósea, así como sus rasgos faciales; del rey, solo su cabello rojizo.

Tras la muerte de Enrique VIII en 1547 y el ascenso al trono de su hijo, Eduardo VI, Catalina Parr contrajo nuevo matrimonio con Thomas Seymour tío de Eduardo llevándose a Isabel consigo. Allí, ésta recibió una exquisita educación que le propició una excelente expresión en su inglés natal, en francés, en italiano, en español, en griego y en latín. Bajo la influencia de Catalina, Isabel se formó como protestante.

Mientras su hermano se mantuvo en el trono, la posición de Isabel fue inestable. Sin embargo, en 1553, Eduardo murió a la temprana edad de 15 años. Antes de su fallecimiento, y contraviniendo el Acta de Sucesión dictada por su padre en 1544, Eduardo declaró heredera a lady Jane Grey, que sería depuesta unos días después de su proclamación, el 19 de julio de 1553. Apoyada por el pueblo, María regresó triunfante a Londres acompañada de su media hermana.

Sin hacer caso de la opinión pública, María contrajo matrimonio con el príncipe Felipe de España, futuro rey de España bajo el nombre de Felipe II. La impopularidad de esta unión provocó en María el miedo a ser derrocada por una rebelión popular que nombrara a Isabel como nueva monarca. Este temor casi se hizo realidad cuando la rebelión de Thomas Wyatt de 1554 intentó evitar su boda. Tras su fracaso, Isabel fue hecha prisionera en la Torre de Londres, pero su ejecución, solicitada por algunos miembros del séquito español, nunca se materializó debido a la resistencia de la corte inglesa a enviar a un miembro de los Tudor al patíbulo. La reina intentó entonces apartar a Isabel de la línea sucesoria como castigo, pero el Parlamento se lo impidió. Tras dos meses de encierro en la Torre, Isabel fue puesta bajo vigilancia de Sir Henry Bedingfield. A finales de ese año, corrió el falso rumor de que María se encontraba embarazada. Se permitió entonces que Isabel retornara a la corte, ya que Felipe guardaba cierto recelo a que su esposa muriera durante el parto, en cuyo caso prefería que el trono pasara a la recluida. Al instante en el que se desmintió el hecho, María, incapaz de evitar que Isabel la sucediera, intentó convertirla al catolicismo, cosa que esta última fingió aceptar pese a que en su interior siguió siendo fiel a la fe protestante.

A partir de octubre de 1555, Isabel residió en Hatfield House, Hertfordshire. En 1558, Felipe, que ya era rey de España, envió a Gómez III Suárez de Figueroa y Córdoba para entrevistarse con Isabel, en vistas al decaimiento progresivo de la salud de María. Para octubre, la joven princesa ya se encontraba haciendo planes para su gobierno. El 6 de noviembre, María reconoce a Isabel como su heredera 10 y el 17 de noviembre la reina fallece, dejando a Isabel como nueva reina de Inglaterra. Según la tradición, Isabel recibió la noticia bajo un roble y en respuesta, recitó un verso del salmo 118: A Domino factum est illud et est mirabile in oculis nostris (en español: Esta es obra del Señor y es maravilloso ante nuestros ojos).

A la edad de 25 años, Isabel se convirtió en reina y declaró sus intenciones a su Consejo privado y los otros pares del reino que habían llegado a Hatfield a manifestar su apoyo. Su discurso ante ellos se convirtió en el primer testimonio que ha llegado hasta nuestros días sobre la teología política medieval de los «dos cuerpos»: el natural y el político:

Mis señores, la ley de la naturaleza me mueve a llorar por mi hermana; la carga que recae sobre mí me asombra, y sin embargo, considerando que soy una criatura de Dios, me ordena a obedecer Su nombramiento, me rendiré, deseando desde el fondo de mi corazón que pueda tener asistencia de Su gracia para ser ministro de su voluntad celestial en este puesto ahora a mí encomendado. Y como yo no soy más que un cuerpo considerado naturalmente, aunque con Su permiso un cuerpo político para gobernar, así desearía que todos vosotros… seáis mis ayudantes, para que yo con mi gobierno y vosotros con vuestro servicio podamos rendir una buena cuenta a Dios Todopoderoso y dejar algo de consuelo a nuestra posteridad en la Tierra. Pretendo dirigir todas mis acciones con buen asesoramiento y consejo.

A su regreso triunfal a Londres en la víspera de su ceremonia de coronación, fue bienvenida calurosamente por los ciudadanos y saludada con oraciones y espectáculos, con fuerte sabor protestante. Las respuestas abiertas y corteses de Isabel fueron recibidas con alegría por la población, quien se encontraban «maravillosamente encantados» por su nueva reina. El día siguiente, el 15 de enero de 1559, Isabel fue coronada y ungida por Owen Oglethorpe, obispo católico de Carlisle, en la abadía de Westminster. Luego fue presentada para la aceptación de la gente, en medio de un ruido ensordecedor de órganos, pífanos, trompetas, tambores y campanas. Aunque Isabel fue recibida con alegría y esperanza, el país todavía estaba en un estado de ansiedad por la amenaza percibida de los católicos dentro y en el extranjero, así como por la elección de con quién se casaría.

Primeros años en el poder

Al comienzo de su reinado, la política exterior de Isabel se caracterizó por su cautelosa relación con la España de Felipe II, que se había ofrecido a casarse con ella en 1559, y sus problemáticas relaciones con Escocia y Francia, país este último con el que se encontraba en guerra debido a que su hermana María había decidido apoyar a su marido Felipe en la guerra casi continua en la que se hallaban inmersas España y Francia desde 1522.

La reina de Escocia, María Estuardo (nieta de Margarita Tudor, hermana de Enrique VIII), estaba casada con Francisco II de Francia. Aunque residía en Francia, su madre, María de Guisa, parte de una de las más poderosas y católicas casas nobiliarias francesas, regía el reino en su ausencia, defendiendo los intereses de los católicos en Escocia. Debido a la guerra contra Francia en la que se encontraba inmersa Inglaterra, Francisco II apoyó las pretensiones de su mujer al trono inglés, mientras que la madre de esta permitía la presencia de tropas francesas en bases escocesas.

Rodeados por la amenaza francesa, Isabel y Felipe se vieron forzados a unir fuerzas pese a sus diferencias religiosas. Por un lado, y gracias a la mediación de Felipe, Inglaterra se sumó al tratado de paz de Cateau-Cambrésis en 1559, en el que Isabel renunciaba formalmente a la última plaza inglesa en el continente, Calais, capturada el año anterior por Francisco de Guisa, hermano de María de Guisa; por su lado, Francia se comprometía a retirar su apoyo a las pretensiones de María Estuardo al trono inglés. Durante las celebraciones que acompañaron a la firma de este tratado de paz, Francisco II murió, lo que provocó que su esposa María regresara a Escocia en 1561.

Además, en el mismo año (1559), Isabel apoyó la revolución religiosa de John Knox, líder protestante escocés, que buscaba eliminar la influencia católica en Escocia. Isabel envió un ejército a sitiar Leith, donde se concentraban las tropas francesas, y una armada a bloquear el Fiordo de Forth, donde se esperaba que los franceses desembarcaran refuerzos para apoyar a los escoceses. Aunque el sitio de Leith fue un terrible fracaso, la armada logró impedir el desembarco francés y facilitó la victoria rebelde, logrando, tras la muerte de María de Guisa en 1560, que representantes de María Estuardo firmaran el Tratado de Edimburgo, que eliminó la influencia francesa en Escocia, aunque María se negó siempre a ratificar dicho tratado.

Mientras tanto, Catalina de Médicis, regente en nombre de Carlos IX en Francia tras la muerte de Francisco II, fue incapaz de impedir que Francisco de Guisa llevara a cabo una matanza de hugonotes, con lo que estalló una guerra religiosa entre la casa católica de Guisa, dirigida por Francisco, y la casa protestante de Borbón, dirigida por el príncipe de Condé, Luis Borbón. Isabel apoyó la causa protestante, llegando a comprar a estos últimos el puerto de El Havre, que pensaba intercambiar por Calais al final de la guerra. Sin embargo, tras la tregua entre protestantes y católicos de 1563, Isabel no pudo retener El Havre y firmó una paz con Francia en 1564.

Tras las victorias en Escocia y la desafortunada intervención en Francia, desaparecieron los únicos elementos comunes de la política exterior de Isabel y Felipe II, lo que se tradujo en un continuo decaimiento de las relaciones entre ambos países, a la vez que en un acercamiento de Inglaterra a Francia.

Desde los primeros años de su reinado, Isabel depositó su confianza en sir William Cecilg (Lord Burghley desde 1572), que fue primero Secretario Real y luego Tesorero real hasta su muerte en 1598, momento en el cual la confianza de la reina pasó al hijo de este, Robert Cecil.

La sucesión: María Estuardo

Poco después del ascenso de Isabel al trono se inició un debate sobre quién tenía que ser el esposo de la reina, incluyendo la petición del Parlamento a la reina de que contrajera matrimonio. Sin embargo, contraer matrimonio hubiera significado para Isabel compartir el poder con el rey consorte, algo que hacía que sienta cierta repulsión, y que puede explicar en parte su negativa constante a hablar siquiera de matrimonio. Sin hijos que la sucedieran, Isabel tenía dos herederas lógicas: María Estuardo, nieta de la hermana mayor de Enrique VIII, Margarita Tudor, y Catherine Grey, descendiente de la hermana menor de Enrique VIII, María Tudor. Isabel sentía animadversión tanto hacia la primera, por sus enfrentamientos anteriores y su catolicismo, como hacia la segunda, que se había casado sin el permiso real y cuya hermana Jane había «usurpado» el trono inglés.

El problema de la sucesión se agravó en 1562, año en el que Isabel sufrió la varicela. Aunque se recuperó, el Parlamento volvió a insistir en la necesidad de que se casara para obtener descendencia, a lo que Isabel se negó, disolviendo el Parlamento hasta 1566. Ese año la reina necesitaba el permiso del Parlamento para recaudar más fondos; este le fue otorgado a condición de que se casara, a lo que Isabel volvió a negarse. En 1568, Catherine Grey murió dejando descendientes que por distintas razones no eran aptos para el trono; así pues, María Estuardo vio aún más reforzada su posición de heredera natural del reino.

Sin embargo, María tenía sus propios problemas en Escocia, donde una rebelión provocada por su boda con el asesino de su segundo marido (con el que había concebido a Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia) forzó a que abdicara en este y huyera a Inglaterra. Allí fue muy mal recibida, y debido tanto al peligro que suponía para Isabel como heredera del trono como al descubrimiento de unas cartas donde supuestamente instigaba a los asesinos de su segundo marido a actuar, fue recluida en el Castillo de Sheffield.

Apoyo a la causa protestante

En 1568, Isabel se sintió amenazada por la durísima represión del Duque de Alba en las revueltas protestantes en Holanda, así como por el ataque de Felipe II contra los barcos de los corsarios Francis Drake y John Hawkins. Mientras que sus consejeros, encabezados por Francis Walsingham, pedían a la reina que apoyara la causa protestante como ya había hecho años antes con el príncipe de Condé, esta se inclinó por ordenar la captura de la flota de Indias en 1569.

Ese mismo año (1569) se producen dos levantamientos: la llamada Rebelión del Norte, liderada por nobles católicos de dicha zona, que esperaban contar con el apoyo de España contra Isabel, y la primera rebelión de Desmond contra el gobierno inglés en Irlanda, acaudillada por James Fitzmaurice Fitzgerald. Sin embargo, tanto el Duque de Alba como Felipe II eran reacios a intervenir en Inglaterra, dada la complicada situación en Holanda. Privados sus enemigos de apoyo exterior, Isabel pudo hacer frente a las rebeliones, aunque fue excomulgada por una bula papal de 1570, que exacerbó sus problemas con los católicos. Un año después el banquero florentino Ridolfí planeó asesinar a la reina y colocar a María Estuardo en el trono, con apoyo de España, para restaurar el catolicismo. El plan fue descubierto por Cecil, y los conspiradores fueron ejecutados. Entre ellos se encontraba el duque de Norfolk, primo de Isabel.

El endurecimiento de sus problemas con los católicos no impidió a Isabel inclinarse por una alianza con Francia como contrapeso a España, a pesar de la matanza de San Bartolomé de 1572. Llegó incluso a negociar su matrimonio con el futuro Enrique III, y tras la coronación de este, con su hermano Francisco de Anjou, que falleció en 1584 antes de que la unión pudiera llevarse a cabo.

La presión sobre Isabel para que apoyara a los protestantes holandeses fue incrementándose, hasta que en 1577 el consejo real, incluyendo a Cecil, aprobó unánimemente el envío de una fuerza expedicionaria. La reina confirió el mando de dicha fuerza a Robert Dudley, conde de Leicester, pero cambió de opinión al año siguiente retirando su apoyo por su reticencia a entrar en un conflicto abierto con España.

En 1579, apoyándose en la bula de excomunión contra Isabel, James Fitzmaurice Fitzgerald lanzó la segunda rebelión de Desmond. Contaba con el apoyo del Papa, que envió tropas y dinero, y de Felipe II, que mandó un pequeño cuerpo expedicionario a Irlanda, aceptando ser coronado en lugar de Isabel cuando la revolución triunfara. Sin embargo, las tropas de la reina lograron contener progresivamente la rebelión, acabando con ella en 1583.

La guerra con España

España presionaba los intereses ingleses con fuerza: el apoyo a los rebeldes irlandeses y el ascenso de Felipe II al trono de Portugal, y sobre todo la desesperada situación protestante en Holanda (con Amberes a punto de caer) y Francia, donde la Liga Católica y la familia Guisa habían logrado imponer su voluntad a Enrique III, constituían serias amenazas para Inglaterra. Temiendo la rendición holandesa y la coronación de un títere español en Francia, Isabel se comprometió en 1585 a apoyar a los rebeldes holandeses, enviando al Conde de Leicester 5000 hombres y 1000 caballos. Como garantía de pago por sus gastos, Isabel deseaba los puertos de Brielle y Flesinga. Sin embargo, rechazó ser coronada reina de Holanda, ya que eso le hubiera comprometido totalmente en la guerra, y su situación económica no lo permitía. El conde de Leicester no fue capaz de obtener ninguna victoria militar significativa, y de hecho todas sus intervenciones acabaron en derrota. Esto, unido a su aceptación contra la expresa voluntad de Isabel del título de gobernador general de Holanda, provocó que fuera llamado a Inglaterra en 1587.

Asimismo, Isabel apoyó la actividad corsaria de Francis Drake contra la marina mercante española, lo que llevó a Felipe II a considerar la posibilidad de una guerra abierta contra Inglaterra, en cuanto hubiera una razón de peso para ello.

Una nueva conspiración católica contra Isabel otorgó a Felipe la excusa que buscaba. El rico comerciante londinense Anthony Babington pretendía asesinar a la reina y coronar a María Estuardo. La trama fue descubierta en la primavera de 1586; se reveló que en la misma había participado la propia María, por lo que el Parlamento pidió su ejecución. Isabel se resistió todo lo que pudo, pero finalmente fue incapaz de soportar la presión, ordenando la ejecución de María, que en su testamento cedió a Felipe sus derechos al trono inglés.

Felipe comenzó, por tanto, a preparar el plan de invasión de Inglaterra que se apoyaba en los tercios de los Países Bajos, mientras Isabel reforzaba la marina de su reino. En 1587, Drake atacó con éxito Cádiz, destruyendo varios barcos y retrasando efectivamente hasta 1588 a la famosa Armada Invencible. Sin embargo, la Armada vio frustrado su propósito por la resistencia inglesa, por el bloqueo neerlandés y por el mal tiempo.

La victoria sobre la Armada llenó de alivio a Isabel, que ya no habría de temer una invasión de los tercios españoles. Pero el ambiente en Inglaterra tras la batalla distó de ser una algarabía de fervor patriótico y festejos por el fracaso de la invasión española. A la batalla siguieron todo tipo de disturbios y enfrentamientos políticos provocados por las penalidades pasadas por los combatientes ingleses, que tardaron meses en cobrar sus sueldos debido a que la guerra llevó al borde de la bancarrota a las coronas inglesa y española. Aun así, confiada por la victoria, en 1589 la reina ordenó una expedición contra Lisboa, la Contraarmada (superior incluso a la Armada Invencible), con el objetivo de acabar con los restos de la flota española del Atlántico e incitar a Portugal a un levantamiento en contra de Felipe. Sin embargo, esta expedición acabó en desastre, ya que fue incapaz de capturar la capital portuguesa, perdiendo gran cantidad de soldados, marineros y buques, y provocando una gran crisis económica. La ventaja que Inglaterra había ganado sobre la destrucción de la Armada española se perdió, y la victoria española marcó un resurgimiento del poder naval de Felipe II durante la próxima década.

Más éxito tuvieron sus intervenciones en favor de los protestantes holandeses (8000 soldados) y en la guerra civil francesa, a favor del también protestante Enrique IV de Francia (20 000 soldados), ya que al apoyar a Enrique, Isabel distrajo la atención de España, permitiendo a los rebeldes holandeses recuperarse cuando ya creían su derrota casi segura. Aunque la guerra religiosa se decantó del lado católico, al convertirse Enrique al catolicismo en 1593, Isabel mantuvo la alianza con Francia debido a la necesidad de proseguir la lucha contra España. Aunque retiró sus tropas de Francia en 1596, Isabel volvió a enviar de nuevo 2000 soldados tras la captura española de Calais.

Isabel envió aún dos flotas en contra de España, una en 1596 que fracasó en su intento de atacar las colonias americanas (y que causó la muerte de Francis Drake y John Hawkins), y otra en 1597, que logró saquear Cádiz. Felipe, por su parte, envió también dos expediciones contra Inglaterra, la primera de las cuales logró desembarcar en Cornualles y saquear los territorios circundantes, hecho conocido como batalla de Cornualles, pero la segunda flota naufragó en Finisterre debido a un temporal.

Mientras guerreaba contra España, Isabel se tuvo que enfrentar a una nueva rebelión en Irlanda, la Guerra de los Nueve Años irlandesa (1594-1603), donde Red Hugh O’Donnell y Hugh O’Neill se levantaron contra la colonización inglesa. La reina se vio forzada a enviar 17 000 soldados al mando de Robert Devereux, conde de Essex, en 1599 para frenar el alzamiento, pero este fracasó. Charles Blount, VIII barón de Mountjoy, le sucedió con éxito, lo que provocó que España, paralizada desde la muerte de Felipe II en 1598, interviniera en 1601 a favor de los rebeldes con 3500 soldados que desembarcaron en Kinsale. Cercados por los ingleses, fueron derrotados junto a sus aliados irlandeses en la batalla de Kinsale que puso fin a la intervención española en Irlanda. Hacia 1603 la rebelión irlandesa estaba sofocada.

La conversión de Inglaterra al protestantismo

Uno de los hechos más destacados de su reinado fue el de la transformación de Inglaterra, un país mayoritariamente católico, en un país protestante. María, hermana de Isabel, había restaurado el catolicismo durante su época de gobierno, hasta tal punto que la reina no encontró a ningún obispo importante que oficiara su coronación y tuvo que recurrir al obispo de Carlisle.

Ya en 1559, Isabel, suprema gobernadora de la iglesia anglicana, proclamó el Acta de Uniformidad, que obligaba a usar una versión revisada del Devocionario de Eduardo VI -un libro protestante- en los oficios y a ir a la iglesia todos los domingos, y el Acta de Supremacía que forzaba a los empleados de la corona a reconocer mediante juramento la subordinación de la iglesia inglesa a la monarquía. La mayoría de los obispos católicos instaurados por María se negaron a aceptar estos cambios, siendo depuestos y sustituidos por personas favorables a las tesis de la reina.

Isabel intentó durante sus primeros años una política de tolerancia hacia los católicos; sin embargo, las rebeliones de 1569 y 1571 y la bula papal de excomunión de 1570 la llevaron a endurecer las medidas contra los católicos. Entre 1584 y 1585 se aprobó una ley que condenaba a muerte a aquellos sacerdotes católicos que se hubieran ordenado tras el ascenso de la reina en 1559. Debido en parte a la persecución, en parte a la identificación de protestantismo y patriotismo durante la guerra contra España y al envejecimiento (y posterior deceso) de los sacerdotes católicos, el país se había convertido efectivamente en protestante para cuando la reina falleció en 1603.

Papa Pio V (Bosco, 17 de enero de 1504-Roma, 1 de mayo de 1572), de nombre secular Antonio Michele Ghislieri, fue el papa 225.º de la Iglesia católica y soberano de los Estados Pontificios de 1566 a 1572. Fue canonizado por el papa Clemente XI en 1712.

Carrera eclesiástica

A la edad de catorce años entró en la Orden de Predicadores, tomando el nombre de Michele; de allí pasó del monasterio de Voghera al de Vigevano, y después a Bolonia. Fue ordenado presbítero en Génova en 1528, y radicó en Pavía, donde enseñó por los próximos dieciséis años.

Pronto dio muestras de sus opiniones cuando expuso en Parma treinta tesis en defensa del papado y contra las herejías de su tiempo. En contraste con la laxitud moral imperante a la sazón en la Iglesia católica, Ghislieri se mostró severo y estricto, lo cual le granjeó cierta fama entre sus superiores como un enérgico disciplinario y fue nombrado inquisidor en Como. Su celo reformista provocó, sin embargo, tales resentimientos que fue obligado en 1550 a regresar a Roma, donde, después de haber servido en diversas misiones inquisitoriales fue elegido al comisariado de la Santa Sede.

El papa Paulo IV (1555–59), quien siendo cardenal ya había mostrado favoritismo hacia él, le confirió el cargo de obispo de las diócesis de Sutri y Nepi, el cardenalato con el título de Alejandrino y el honor (único para alguien que no tenía rango pontificio) de ser Comisario General de la Inquisición romana

Bajo el papa Pío IV (1559–65) se convirtió en obispo de Mondovì en el Piamonte, pero su oposición al pontífice propició su despido del palacio y el fin de su autoridad como inquisidor.

Antes de que Ghislieri pudiera retomar su episcopado, Pío IV murió y el 7 de enero de 1566 Ghislieri fue elegido para la silla papal como Pío V; gracias a sus protegidos y amigos se logró que su coronación coincidiera con su cumpleaños, diez días después.

El mismo año de su elección se reunió la Dieta de Augsburgo, asamblea general del Sacro Imperio Romano Germánico, el 26 de marzo de 1566. Pío V impuso, a través de sus representantes, las nuevas directrices del Concilio de Trento en los estados católicos de Alemania, intentando detener de este modo la influencia de la Reforma Protestante en esos territorios y dando inicio efectivo a la Contrarreforma o Reforma católica.

Pontificado

Reforma de la Iglesia

Empeñado en la renovación moral de la Iglesia, Pío V comunicó a los obispos y párrocos que se encontraban en Roma su intención de hacer cumplir estrictamente el decreto tridentino de residencia de los eclesiásticos. Los desobedientes a la orden del papa fueron depuestos de sus cargos o encarcelados en el Castillo de Sant’Angelo.

Mediante la bula papal De Salutis Gregis Dominici de 1 de noviembre de 1567, Pío V prohibió a toda la cristiandad católica realizar corridas de toros bajo pena de excomunión a perpetuidad.

Mediante la bula papal Horrédum Illud Scelus de 30 de agosto de 1568, Pío V decreto la degradación del estado eclesiástico y la entrega al poder secular para que sea conducido al suplicio a cualquier clérigo católico culpable de sodomía homosexual.

Reforma de la corte pontificia

Entre sus primeras acciones llevó a cabo una drástica reducción de los trabajadores domésticos que servían en el Palacio Apostólico -residencia de los pontífices-. Los empleados que continuaron sirviendo al pontífice debían recibir clases sobre materias teológicas y filosóficas en el Palacio Apostólico y recibir los sacramentos cada dos semanas. A los clérigos de la corte se les ordenó llevar el traje clerical y no descuidar la celebración de la misa.

Reforma del Colegio de los Cardenales

Pío V exhortaba frecuentemente a los cardenales a llevar vidas de simplicidad y piedad. Además obligó a los cardenales que poseyeran obispados, abandonar Roma inmediatamente y dirigirse a sus respectivas diócesis.

El papa preocupado por la inmoralidad sexual de algunos cardenales Inocencio Ciocchi Del Monte recibió la orden de Pío V de residir en la Abadía de Montecasino para reformar su conducta y la codicia de otros Hipólito II de Este había sido descubierto intentando comprar votos para un futuro cónclave nomino al cardenalato a religiosos de vida ejemplar con el objetivo de mejorar la calidad moral del colegio cardenalicio.

Reforma de las Congregaciones

Antes de Pío V, los anteriores pontífices habían apoyado la venalidad de los cargos en la Curia Romana. El papa despidió a los empleados que habían comprado sus cargos y prohibió su compra-venta en el futuro.

El papa reformó la Cámara Apostólica, la Dataría Apostólica y la Penitenciaría Apostólica; eliminando la simonía y los abusos de sus empleados.

Reforma del Clero de Roma

En 1556 Pío V como obispo de la diócesis de Roma realizó una visita pastoral a las iglesias y hospitales de Roma. En las visitas a las iglesias Pío V velaba por la calidad de los ornamentos sagrados, se enteraba de la conducta de los presbíteros y los exhortaba a una vida en santidad; en los hospitales Pío V atendía personalmente a los enfermos.

En marzo de 1567 Pío V mandó examinar cuidadosamente a todos los confesores de las iglesias de Roma, y alejar a los incapaces. En la ordenación de nuevos clérigos Pío V impuso que los nuevo aspirantes rindieran antes un examen de idoneidad antes de recibir el orden sacerdotal.

Pío V ordenó a los párrocos de Roma vestir el traje clerical, enseñar a los niños el catecismo, visitar a los enfermos y velar que reciban los sacramentos.

Reforma de los ciudadanos romanos

Inmediatamente después de su elevación al trono pontificio Pío V trasmitió el deseo de eliminar la inmoralidad de los ciudadanos civiles residentes en Roma.

Se decretaron penas draconianas destinadas a eliminar el juego, el lujo en la vestimenta, la blasfemia, la perturbación de los oficios religiosos, noticias falsas, la profanación del domingo, los excesos en el carnaval, el adulterio, el concubinato y los excesivos gastos en los convites y bodas.

La prostitución, la mendicidad y las corridas de toros fueron prohibidas en los Estados Pontificios. Las prostitutas fueron obligadas a hacer penitencia o marchar al exilio.

Ejecución de los decretos conciliares

La primera disposición importante del papa Ghislieri relativa a la puesta por obra de los decretos tridentinos fue la publicación en 1566 del Catecismo Romano empezado bajo el mandato de su predecesor Pío IV.

Mediante la bula papal Quod a Nobis de 9 de julio de 1568, Pío V publicaba la primera edición típica del Breviario, que establecía de modo estable para lo sucesivo la regla del oficio divino en el ámbito del rito romano.

Otra iniciativa del papa a favor de la ortodoxia fue la creación de la Congregación del Índice en 1571 con el objeto de mantener actualizado el Index Librorum Prohibitorum.

Pío V y la Inquisición Romana

Ocurrida la muerte del papa Paulo IV los ciudadanos romanos habían provocado la destrucción del palacio de la Inquisición. Michele Ghislieri elevado al pontificado inició la construcción de un nuevo palacio, aumentando las cárceles y la protección contra los asaltantes.

Contra las personas que emprendieran acciones contra los miembros de la inquisición y sus propiedades, Pío V emitió un decreto condenando a la excomunión a los infractores de tales delitos.

Pío V confió a la Inquisición romana la tarea de reprimir la sodomía homosexual, la adivinación, la astrología, la nigromancia, la brujería, la magia y la práctica de la alquimia.

Mediante la bula papal Hebraeorum gens de 26 de febrero de 1569, Pío V decreto el destierro de los judíos que habitaban los Estados Pontificios -acusados de practicar la adivinación y la nigromancia- a excepción de aquellos que habitaran en Roma y Ancona.

Política Internacional

Mediante la bula papal In cœna Domini se proclamó la supremacía de la iglesia de Roma y de su cabeza visible sobre todos los poderes civiles y sobre quienes los ostentaban.

Mediante la bula papal Regnans in Excelsis de 25 de febrero de 1570, Pío V declaró a Isabel I de Inglaterra hereje y liberando a sus súbditos de la obediencia hacia ella y autoriza a cualquier católico para asesinarla y a cualquier monarca católico para destronarla.

Pío V financió con cargo al erario pontificio la participación de la Iglesia en las guerras santas en Francia contra los hugonotes.

Contra el Imperio Otomano promovió el papa la Liga Santa que quedó constituida por España, Venecia y los propios Estados Pontificios, con participación genovesa. Al frente de las fuerzas combinadas puso el papa a don Juan de Austria, hermanastro del rey Felipe II de España, a quien definió, utilizando la cita evangélica referida a Juan el Bautista, como «un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan». Las capitulaciones de la Liga fijaban detalladamente los recursos militares con que había de contribuir cada uno de los participantes. El papa asumió el compromiso de aportar 12 galeras aparejadas y dispuestas, 3000 soldados de infantería y 270 jinetes con sus monturas. También se comprometieron los coaligados a acudir en socorro de cualquiera de los miembros de la Liga que se viese atacado por los turcos, en especial si los territorios en peligro eran los de la Santa Sede. Como cláusula de penalización para quien no atendiese sus obligaciones de confederado, el papa impuso en las estipulaciones la pena de excomunión latae sententiae y el entredicho con pérdida de sus posesiones y liberación del juramento de fidelidad de sus súbditos.

El arte y las ciencias

En Roma, encargó al pintor Daniele da Volterra que cubriese en parte las figuras trazadas en la Capilla Sixtina por Miguel Ángel, que las había pintado desnudas en su mayoría.

En julio de 1571, Pío V decretó a la Universidad San Marcos de Lima como Universidad Pontificia, ello durante el gobierno del virrey Francisco Álvarez de Toledo, en el Perú, y el reinado de Felipe II.

En 1567, Pío V promulgó una bula papal, en la que ordenaba que fuesen trasladadas parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor desde Huesca a Alcalá de Henares, ciudad de su cuna y martirio. En noviembre de ese mismo año, Felipe II y su hijo el príncipe Carlos, enviaron una carta cada uno dirigida al obispo de Huesca para que cumpliese con lo ordenado por el papa. Así fue como parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor fueron remitidas a la ciudad de Alcalá de Henares de la que son patronos los «Santos Niños».

Las Falsedades vertidas sobre la llamada Armanda Invencibe

El problema para estudiar los hechos relativos a la Armada Invencible reside en la tergiversación histórica que sufrió por parte de los contendientes. Por un lado, en el bando español, se hizo poco hincapié en la derrota, como solía ser habitual en la antigüedad con este tipo de acontecimientos negativos.

Por parte inglesa la cosa no fue mejor. De hecho, las tergiversaciones de la historiografía inglesa han sido las que más éxito han tenido y las que perduran, de manera insidiosa, en el imaginario común. Entre las muchas falsedades que inculcaron los ingleses destaca la propia denominación de la Armada como Invencible. Este apodo fue esgrimido por los ingleses, a modo de burla, a posteriori. En España la armada fue denominada “Grande y Felicìsima armada”.

¿Podría haber sido evitada esa guerra? Dentro del campo de la especulación podríamos decir que sí, y esto es debido a que, anteriormente Felipe II había contraído matrimonio con la reina de Inglaterra, María Tudor, que era su tía segunda. Se casó por razones de estado y parece que poca complicidad hubo entre ambos ya que, según sus biógrafos, era una mujer de carácter duro y de gran temperamento. Este matrimonio surgía del interés de los monarcas de recuperar el catolicismo en Inglaterra, que había sido desplazado y vapuleado por el protestantismo. Durante el reinado de María Tudor se ejecutaron a casi 300 hombres y mujeres por herejía entre febrero de 1555 y noviembre de 1558. No sorprende por ello que la historiografía protestante la apodara a su muerte como Bloody Mary («la sangrienta María»), y que tan famoso ha hecho al cóctel. No obstante lo más importante es que coincidían en el establecimiento del catolicismo y la construcción de una verdadera marina de tipo profesional, curiosamente el primer barco de este proyecto se le puso el nombre Felipe y María. De haberse mantenido dicho matrimonio, Inglaterra ahora sería católica y no hubiera sido necesario enviar la Gran Armada. Es justo recocer que Felipe II puso todo su empeño al proponer matrimonio a su hermana Isabel, que rechazó de plano.

¿Por qué se acusó de ciego «providencialismo» a Felipe II?

Muchas fueron las críticas que recibió este monarca por la decisión de emprender esta enorme empresa, pero a la vez muy injustas. La operación era perfectamente factible. Su preparación, que fue llevada a cabo como hoy en día lo haría un estado mayor moderno, es decir, con un estudio detallado de los pros y contras de los distintos planes, y la minuciosa correspondencia, convierten en algo disparato pensar en el «ciego providencialismo». Otra cosa es el análisis de las causas del fracaso, debido en esencia a la falta de sincronización entre la flota y las fuerzas de Flandes. Algo no achacable especialmente a Felipe II.

¿Era el armamento el correcto para esta operación?

Entre las mentiras, que fueron muchas, destaca que los barcos no llevaban los cañones navales idóneos, que incluso en algunos barcos llevaban cañones terrestres con ruedas, lo cual significaba un peligro a bordo y no tenían sentido. Esto lo ha llegado a decir incluso algún historiador español, mientras que los ingleses no cometieron este fallo. Este comentario demuestra un desconocimiento de lo que iba a ser una operación anfibia, es decir, un desembarco. Básicamente la idea de la flota española era la de desembarcar en las costas inglesas y tomarlas, y es justamente para esto para lo que necesitaban cañones de asalto, es decir, con ruedas terrestres. Igualmente se comentó que había barcos con muy variada munición pero sin cañones, lo que demuestra un total desconocimiento de una operación naval de cierta envergadura. Estos barcos que navegaban en segunda línea eran los de aprovisionamiento y por lo tanto no tenían que disparar, sino aprovisionar a los de combate.

España fue agredida primero

La leyenda dice que fue la España católica la agresora, la que quería invadir a Inglaterra justo porque Inglaterra era protestante. Pero eso es una forma demasiado simplista de presentar los acontecimientos. Para llevar a Felipe a la guerra había que incluir más dimensiones que la religión. Felipe tenía un imperio global. Y el Papa le había dado el monopolio de las rutas a América. En la tercera década de su reinado, Isabel empezó a desafiar la dominación global de Felipe. Animó a marinos ingleses como Francis Drake a que saqueran barcos y puertos españoles en el Nuevo Mundo. Sus arcas se llenaron pronto con oro español. En 1580, Drake volvió de una lucrativa circunvalación alrededor del globo. Isabel lo recompensó con el título de caballero. La investidura como caballero de Drake lo marcó como un símbolo nacional. Pero no gustó a todo el mundo. Para los españoles, Drake no era más que un pirata, un ladrón que había robado oro hispano. Isabel no se podía permitir una guerra en toda regla contra Felipe, pero estaba decidida a frenar el poder español antes de que aplastara a la Europa protestante.”

Tamaño de las flotas

Otra tergiversación bastante común relativa a este episodio histórico es la idea de que la flota inglesa era muy inferior en número de barcos y de cañones a la española y que, a pesar de ello, los ingleses consiguieron con su pericia y astucia derrotar a la flota española. Esto es absolutamente falso, ya que en realidad los barcos ingleses superaban en número a los españoles, a pesar de que la flota española superaba en tonelaje a la inglesa, y la flota española era, a priori, más poderosa. De hecho, la flota movilizada por la Royal Navy constaba de 226 barcos, aunque 163 de esos barcos eran mercantes. Entonces la flota inglesa solamente consistía en 63 barcos armados, frente a los 137 que componían la Grande y Felicísima Armada. En cuanto al número de cañones, la flota española contaba con 2431 cañones, mientras que la flota inglesa tenía aproximadamente 2000 cañones individualmente, los barcos españoles estaban mucho más artillados que los ingleses.

La Armada Española de 1588 y la Contra Armada Inglesa de 1589 que la reina de Inglaterra había perdido su particular guerra contra Felipe II. Es completamente falso. Se oculto que la Contra Armada británica fue un desastre absoluto con miles de muertos en mar y tierra. La BBC, a raíz de esa polémica, encargó el reportaje que forma parte de una miniserie de tres capítulos sobre falsedades históricas. Su conclusión es que el relato oficial de lo ocurrido con la Armada Invencible fue “un poderoso legado que fue manipulado por monarcas, artistas y políticos [británicos] durante siglos”.

La “derrota de la armada española es a menudo tomada como la coronación del mayor logro de la Isabel I, un momento dorado que define la historia de Inglaterra, un momento que convirtió a sir Francis Drake y a la reina virgen en iconos del principio del imperio británico. Pero esta historia está llena de exageraciones, de distorsiones y de grandísimos bulos”.

Este falso relato comienza cuando la reina y Drake jugaban a los bolos en Plymouth y fueron avisados de la llegada de los 130 barcos españoles. Drake, según la leyenda, se giró hacia Lord Howard, comandante de la armada británica, y afirmó: “Nos queda tiempo para acabar la partida y golpear a los españoles”. Sin embargo, explica Worsley, “es una auténtica fabulación”. A pesar de ello, este relato entró en los libros de historia 150 años después.

La historia de la Armada española, sostiene el documental, “fue manipulada desde el principio”. Se plasmó como una “batalla personal” entre dos enemigos, Felipe e Isabel. “Se ha descrito como si Felipe II odiase a Isabel, pero olvidando que fue durante cuatro años rey de Inglaterra, y que la auténtica rival de Isabel era María, su medio hermana, la católica reina de Escocia”.

En 1558, cuando Isabel llegó al trono devolvió el reino a la fe protestante, pero la Corte estaba dividida. “El Papa entonces pidió a Felipe II que declarase la guerra a Inglaterra, pero este lo rechazó, hasta que Drake comenzó a asaltar puertos y ciudades españolas” sin una declaración de guerra. «Isabel, además, envió 6.000 soldados para respaldar la revuelta protestante en los Países Bajos, lo que significaba apoyar a los que se habían rebelado contra España. “Isabel provocó la reacción española”, señala la historiadora.

Ante eso, y después de dos años de preparación, la Armada Española finalmente zarpó en mayo de 1588 para invadir Inglaterra. “En la historia habitual de la Armada Española se la presenta como invencible, la mayor flota que nunca había partido para luchar contra Inglaterra. Básicamente, la Armada era Goliat. Mientras tanto, Inglaterra era David, el heroico pequeño desamparado, que luchaba contra un gigante cruel determinado a llenar de sangre las calles de Londres”.

Esta imagen tiene bastante de exagerada. “No era la mayor flota que nunca había atacado Inglaterra. Mayores flotas invasoras habían sido la de los normandos en 1066, y la de los franceses en 1545. La flota española tenía unos 130 barcos. La Armada de la reina tenía solo 34 naves. Pero Isabel reclutó un ejército de barcos privados que al final superaba en número a los españoles.”

A finales de julio de 1588, la Armada llegó a las costas inglesas. “Básicamente se difundió que se trataba de un enfrentamiento entre Goliat y un pequeño perro valiente que quería evitar que se llenasen de sangre las calles de Londres”. Pero ni siquiera fue la flota más grande enviada contra Inglaterra. “Fue mayor la de los normandos en 1066 y la de los franceses de 1545. La flota española tenía problemas de suministro y de enfermedades, por lo que su comandante, el duque de Medina Sidonia, le pidió al rey retrasar la partida [desde A Coruña], pero Felipe II se lo negó”.

Gracias al temporal desatado durante la batalla, que hacía colisionar a los barcos españoles, Drake consiguió capturar uno, el Rosario. “Fue el cantautor Thomas Deloney quien puso letra a las canciones que magnificaban la captura”, afirma en el reportaje Christopher Marsh, de la Universidad Queen Elisabeth de Belfast. “Sí, fue una fake news, pero está basada en hechos reales. Se magnificó el poder de la Armada española ante un pequeño perrito, y no se dice que el Rosario había chocado con otro barco español”. Aun así, en la versión oficial inglesa, los británicos atacan a los españoles, hunden sus barcos y estos, aterrados o dispersados por los vientos, parten hacia Escocia e Irlanda mientras la reina lanza un discurso a sus tropas desde las costas de Tilbury. “Pero este famoso discurso está lleno de agujeros temporales. Cuando lo pronunció [si es que lo hizo], la batalla ya habría acabado y la armada española ya se había marchado”.

Fue un poeta llamado James Aske, autor del poema Isabel triunfante, el que sitúa a Isabel en Tilbury antes de la batalla. Sin embargo, el bardo no hace referencia alguna al supuesto discurso, sino que este aparece por primera vez 35 años después. Lo escribió un capellán que había estado en Tilbury. “A pesar de ello, el discurso de la reina entró en la historia ‘Yo puedo tener el cuerpo de una débil y endeble mujer, pero tengo el corazón y el estómago de un rey’ y se ha repetido en discursos y hasta en anuncios de apoyo, por ejemplo, a la selección femenina inglesa de fútbol”. La Armada española, en realidad, perdió 22 barcos y la mayoría fue por el temporal. “Pero este hecho fortuito también fue aprovechado por los ingleses para explicar que Dios estaba de su lado, del lado protestante”, señala en el reportaje.

“El término Armada Invencible fue inventado, además, por los ingleses, los españoles jamás lo utilizaron, aun así se imprimieron numerosos panfletos señalando que Felipe II la denominaba de esa manera. Los soldados ingleses que participaron en la batalla nunca fueron recompensados y se amenazó con la cárcel a quien reclamase la paga. La mitad de los hombres que lucharon contra los españoles murieron de enfermedades o de hambre”, la realidad es que España siguió dominando los mares otros 50 años.

La Reina Isabel I de Inglaterra, envío en 1589 180 naves 50 más que la Invencible contra las costas españolas. El desastre fue absoluto. Más de 20.000 muertos y heridos de los 27.667 que componían la expedición. Pero hoy los ingleses han olvidado esta historia. «Por eso, la Armada Invencible permanece inspirando un mito nacional que tranquiliza en tiempos de crisis”, continúa la historiadora, y el “drama nos da confianza para creer en nosotros mismos”.

Una presunta victoria agridulce

En noviembre de 1588, la reina Isabel organizó una procesión por Londres. Fue su desfile de la victoria. No obstante, sus promesas en Tilbury de recompensar a sus soldados fueron en realidad retórica hueca. La guerra había vaciado los cofres reales. Los marineros que lucharon para Inglaterra enfermaron, y estaban reclamando inútilmente la soldada. La Corona amenazaba con prisión a esos que “calumniosamente” sugerían que no les habían pagado. William Cecil echó sal a la herida. Dijo: “Bien, si los soldados mueren por enfermedad, entonces por lo menos la Corona no les tendrá que pagar.” A finales de 1588, más de la mitad de los hombres que lucharon en la campaña contra la Armada Española habían muerto, y no los habían matado los españoles, sino las enfermedades y el hambre.

La realidad de la Inglaterra después de la Armada fue una crisis económica y una reina cada vez más impopular. Pero la historia se dispuso a camuflar todo eso gracias a los cortesanos aduladores. Encargaron un cuadro que celebraba a la reina, sus perlas, su virginidad y sobre todo su victoria sobre la Armada. Se conoce como El retrato de la Armada. En el documental lo comenta a fondo la historiadora de arte Allison Goudie.

En 1592, Lord Howard, el comandante de la Navy que luchó con Francis Drake contra la Gran Armada, encargó diez tapices para su casa de Londres. Reflejaban su relato de la batalla a una escala gigante. En 1616, Howard vendió sus tapices al rey Jacobo. Y se colgaron en el corazón del poder político, en la House of Lords. Al finales del siglo XVIII, los tapices se habían convertido en una parte integral de Westminster. No solo eran un recordatorio de un gran evento histórico. Se usaban también como propaganda por mérito propio. En 1834 se quemó Westminster. Pero surgió enseguida un plan para recrear los tapices como pinturas para el nuevo palacio victoriano reconstruido de Westminster.

Personajes de Gran Bretaña mencionando la Gran Armanda Invencible

Frase de Winston Churchill, mientras los nazis bombardeaban Londres: “Tenemos que ver las próximas semanas como… los días cuando la Armada Española se aproximaba al Canal de la Mancha y Drake estaba terminando su partida de bolos.”

Aproximadamente 400 años después de la Armada, otra lideresa estaba orgullosa de alinearse con la guerrera Isabel I. En enero de 1976, Margaret Thatcher pronunció un discurso llamado Britain Awake (Gran Bretaña, despierta). Era una llamada a los británicos a oponerse al comunismo y a la agresión rusa. Respondiendo a ese discurso, el diario soviético Estrella roja le puso un mote a Margaret Thatcher que ha hecho fortuna: Margaret Thatcher era la Dama de Hierro. Ella respondió una semana después con otro discurso que se interpreta como una alusión a Isabel I, la del “corazón y el estómago de un rey”.

En 1998, el general Pinochet fue retenido bajo arresto domiciliario en Inglaterra. España quería extraditarlo para juzgarlo por crímenes contra la humanidad. Margaret Thatcher se enfrentó a España y se implicó al máximo para que Londres lo liberara. Lo consiguió. Antes de que Pinochet abandonara la capital del Reino Unido, su amiga Thatcher le regaló una placa conmemorativa de la derrota de la Armada Española.

Conclusión

En el tomo XIV de la Historia General de España, escrita por Modesto Lafuente, podemos leer el siguiente comentario, supuestamente realizado por Felipe II al recibir la noticia de la derrota de su armada:

“Yo envié mis naves a luchar contra los hombres, no contra las tempestades. Doy gracias a Dios de que me haya dejado recursos para soportar tal pérdida: y no creo importe mucho que nos hayan cortado las ramas con tal de que quede el árbol de donde han salido y puedan salir otras”.

Como el párrafo era demasiado largo, la cultura popular lo acortó y se quedó únicamente con la primera frase, que en la forma que todos conocemos se expresa de la siguiente manera: “No envié mis naves a luchar contra los elementos”.

Modesto Lafuente es uno de los principales creadores de la Historia de España que todos hemos aprendido en los libros. El problema es que en muchos pasajes históricos por él relatados, como en este que tratamos, su imaginación romántica primaba por delante de la veracidad de las fuentes.

Los españoles aprendieron una gran lección sobre el poder marítimo: la calidad era más importante que la cantidad.

Por más de 400 años, la historia mítica de la derrota de la Armada Española ha llenado a Gran Bretaña de un sentido de confianza, ambición y petulante independencia. Recientemente, en plena guerra del Brexit, el actual primer ministro Boris Johnson declaraba: “Nadie en los últimos siglos ha tenido éxito apostando contra el coraje, el nervio y la ambición de este país”.

“La historia de la Armada Española, como la cuentan los isabelinos, y se vuelve a contar por generaciones desde entonces, es un legado muy potente. Ha sido manipulada por monarcas, artistas y políticos durante siglos. Pero permanece como un mito inspirador nacional que nos reafirma en los tiempos de crisis. Se usa para convencernos de que nuestra pequeña isla puede enfrentarse a superpotencias, que procedemos de una estirpe con unos líderes inspirados y con la cabeza fría, de tal manera que, pequeños como somos, podemos jugar un papel poderoso en el escenario del mundo. Incluso en una era secular como la nuestra parece como si los ingleses, el pueblo británico, se sintiera especialmente marcado para la grandeza. Así, independientemente de que sea verdad o no, el drama o la derrota de la Armada nos da confianza para creer en nosotros mismos. ¿Quién sabe a dónde nos llevará próximamente esta mezcla de hechos, de fantasía y de mentirijillas?”

En 1588, España salvó a dos tercios de la flota y conservó su poder naval y económico, mientras que Isabel I, un año después, no fue capaz de pagar ni los salarios de los superviviente de aquella ofensiva.

Felipe II tras enterarse del desastre de su armada. Lo dejó por escrito en una carta remitida a los obispos españoles, el 13 de octubre, para informarles de lo acontecido. Tras las explicaciones pertinentes concluye:

“Debemos loar a Dios por cuanto Él ha querido que ocurriera así. Ahora le doy las gracias por la clemencia demostrada. Durante las tormentas que la Armada tuvo que soportar en el viaje de vuelta, ésta hubiera podido correr peor suerte”.

La victoria o derrota se atribuye a la Providencia divina y nuestro rey Felipe II da gracias por no tener mayores pérdidas de forma resignada.

La mentira más burda e importante que crearon los ingleses respecto a este episodio fue considerarlo como una batalla al uso. Primero tergiversaron el choque equiparándolo a Lepanto, auténtica batalla naval entre los colosos mediterráneos. Luego se erigieron vencedores de la batalla, a la que añadieron un desigual número de fuerzas.

Conocida desde hace tiempo la historia real de los acontecimientos, resulta chocante que en el imaginario común aún persistan las mentiras divulgadas inicialmente por la historiografía inglesa.

¿Porqué persisten estos errores en nuestra historia?

La verdad es que no persisten. Han sido superados hace mucho tiempo. El problema es que la historia popular está tan asentada que es muy difícil sustituirla o cambiarla. El canón histórico creado en los siglos anteriores sobre nuestra historia fue tan perfectamente ideado y enseñado que hoy día los críticos a la costumbre son tomados por falsos visionarios entre los profanos. Puesto que al público general le agrada mucho más creer un orden histórico fijo, aunque sea falso, que adentrarse en el mundo de la incertidumbre histórica. Es más sencillo que nos cuenten la historia como un relato novelístico, con sus anécdotas conocidas, que mostrarnos la cruda realidad de fluctuación de la historia pasada.

La propaganda inglesa siempre ha sido mejor que la nuestra. Incluso somos de los que tiran piedras sobre nuestro propio tejado.

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