Se acaba de cumplir el 13 de agosto de 1521 el quinto centenario de la conquista de Tenochtitlán, capital del imperio azteca, por parte del adelantado Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano (1485-1547), I marqués del Valle de Oaxaca, lo que significó el fin del imperio azteca. Un imperio liderado por Moctezuma, el tlatoani azteca, caracterizado por su fuerte carácter sanguinario hacia los pueblos vecinos cuyas poblaciones formaban parte como carne humana para sacrificios rituales y así aplacar la ira de las deidades aztecas. Apenas 700 españoles y 16 caballos y yeguas, según narra el cronista Bernal Díaz del Castillo, acompañaron a Cortés tras su desembarco en la península de Yucatán en 1519 (el año I Caña en el calendario azteca) el cual, tras desobecer a Diego Velázquez de Cuéllar, gobernador de Cuba (llamada isla Juana por Cristóbal Colón en honor a la hija de los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla), convirtió una expedición de exploración en una conquista de nuevos territorios, hasta hacerse con Tenochtitlán, gracias a la ayuda de los totonacas (alianza de Cempoala, 1519), tlaxcaltecas (batalla de Otumba, 1520), cholultecas y huexotzincas, entre otros pueblos sometidos por los aztecas. Conquista que fue posible gracias a la estrategia militar de Cortés, la cual se basó en aliarse con pueblos indígenas sometidos por los aztecas con la obligación de ofrecer hombres, mujeres y niños para realizar sacrificios humanos a las deidades aztecas.
La conquista de Tenochtitlán se realizó en dos etapas. La primera consistió en una estrategia de desgaste que duró desde el 26 de mayo hasta el 11 de agosto de 1521 y consistió en sitiar esta ciudad que contaba entonces con unos 300.000 habitantes. Población que había que alimentar diariamente y no solo con los cultivos que se realizaban en las zonas lacustres, algunas de las cuales aún existen dentro de la ciudad, como es el caso de Xochimilco. Durante el asedio la población quedó diezmada (se calcula que fallecieron de inanición y de enfermedades unos 240.000 aztecas), lo que preparó el asalto final. Batalla en el que la lucha fue, principalmente, entre indígenas sometidos por los aztecas y liderados por Cortés con su pequeño, pero muy selecto, ejército de soldados de infantería españoles que contaron con la inestimable supremacía táctica de su caballería y de unas armas de fuego que eran desconocidas por los feroces y sanguinarios guerreros jaguar y águila aztecas. Esta superioridad táctica militar, unido a la bravura de unos españoles e indígenas que luchaban por su vida en el asalto a Tenochtilán, llevó a que el saldo de víctimas fuese muy desigual, ya que solo murieron cien españoles durante esos dos días de lucha frente a más de cien mil aztecas.
La caída del imperio azteca (1428-1521) cambió el curso de la Historia y llevó al inicio del Virreinato de Nueva España que se extendería por México y buena parte de Estados Unidos. La Corona española, en este caso de la mano del emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (1500-1558), trajo cultura y leyes frente a la barbarie azteca, aunque la leyenda negra contra España y una educación sesgada y parcializada centrada en dulcificar el salvajismo, en muchas ocasiones, de las llamadas culturas ancestrales, desgraciadamente impide a muchos ver el gran aporte de España en el Nuevo Mundo. Pero a pesar de todos los intentos para tergiversar la Historia, la verdad prevalecerá antes o después. Y es un hecho innegable la gran importancia histórica de la caída del imperio azteca, tanto por librar a más de una decena de pueblos indígenas de la crueldad azteca, los cuales pasaron a estar protegidos por la religión católica y las Leyes de Indias, como por dar inicio al Virreinato de la Nueva España. Un hecho, entre otros, para celebrar y homenajear como se debe.
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