viernes, abril 26, 2024

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El precio de la lealtad

En estos tiempos de crisis de valores tanto humanos como cívicos, religiosos e incluso constitucionales, hemos olvidado de citar un sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia los demás bien de parejas, amigos, jefe o autoridad, como es la lealtad.

La lealtad es sinónimo de nobleza, de rectitud, de honorabilidad, de fidelidad, lo opuesto es la deslealtad, la traición, y el incumplimiento de la palabra dada, de esto saben mucho los políticos, empresarios o quienes ejercen cargos dentro de una empresa u organización.  Antiguamente, no hacía falta firmar un contrato porque las personas, con darse la mano era suficiente, es decir la palabra dada en un apretón de manos es, en sí, un contrato, porque la «palabra de un hombre» tenía mucho valor, ya que en ella empeñaba su honor. Darse la mano era como firmar un contrato verbal para siempre y que tenían obligación de respetar, incluso, sus descendientes.

 Recuerdo en mis años juveniles en la Axarquía malacitana, en las ferias ganaderas de Vélez-Málaga, las personas ganaderas, llamadas tratantes, hacían compraventas de ganado con un apretón de mano ensalivado. En los terrenos de viñedos moscateles, olivos o frutales, no existían ni vallas, ni alambradas ni setos, porque las lindes de los terrenos vecinos eran sagradas. Los mojones eran una simple piedra sobresaliente encalada, que los delimitaba, y todos sabíamos cuáles eran nuestras tierras y la de los vecinos. Y esta palabra, que habían dado nuestros padres o abuelos, se seguía respetando siempre o hasta que un nuevo acuerdo lo deshiciera. Cuando la palabra pierde su valor de contrato es cuando se aparecen los engaños, y el hombre como tal pierde su dignidad y su honestidad, valores supremos de las personas. Ahora se firman contratos con letra pequeña o encubierta que no se entiende ni se respeta.

Me consta que esto que cuento suena a tiempos pasados, añejos, pero es cierto, y en las zonas rurales se continúa practicando. Hoy en día cuando compramos un coche hemos de hacer la transferencia, porque interviene el Estado, y así empieza el intervencionismo. Los animales de carga (caballos, mulos o burros), tenían antiguamente una cartilla ganadera y solamente se traspasaba el papel y se acabó.

El precio a la lealtad es un poder un aval, que, incluso, puede llevar a la ruina económica por avalar a un familiar o a un amigo, que no paga esa deuda contraída, porque lealtad es como un preciado aval que le das a un familiar a un amigo, o a alguien que se lo merece, o merece nuestra confianza. En caso de los políticos, se llama moción de confianza, el apoyo a un líder, porque  pertenecer a un partido y defender sus propuestas puede tener, en caso de errores, graves consecuencias para siempre. Muchas promesas políticas se han arruinado por no acertar al elegir el líder, este es el precio a la lealtad, en política y en otros órdenes sociales.  Se nos puede volver contra nosotros, son como las olas del mar siempre vienen encaracoladas contra nosotros.

Hay un refrán que dice: «Todos tenemos un precio». Y este precio puede pasar por el dinero, el poder, un empleo, un destino, o un miedo… y podría seguir buscando motivos si este simple artículo semanal para El Monárquico fuera una tesis doctoral. Lo hemos visto recientemente con algunos partidos políticos republicanos, que cuando pillan poder, o sea, que cuando «pillan teta» como decía mi padre, cambian su discurso radical y se vuelven más institucionales.

Este es un simple ejemplo de cómo cambian las lealtades, los discursos, las ideas, respecto al amo que les da de comer. Estos cambios de opinión pasan también en todos los estamentos sociales, como aquel sindicalista que cuando le dieron un cargo importante en una empresa dijo: «Compañeros, las cosas no están tan graves como hace unos meses atrás». Efectivamente las cosas habían cambiado porque el sindicalista ya estaba situado dentro, había pasado la puerta del poder. Y esto pasa como en los ayuntamientos, que cuando al político díscolo se dan una concejalía su lealtad cambia radicalmente.

Este ejemplo puede pasar con el criterio de fiscalías, tribunales, jueces y demás jerarquías jurídicas, cuando el que ejerce el mando supremo les pide un cambio de posicionamiento, en bien de la gobernabilidad, porque no estamos hablando de una justicia divina, sino humana y por ello mudable, donde el precio de la lealtad es mudable y los valores humanos cambian, según convenga.

El empleado ha de ser fiel al patrón que lo contrata y, por norma general que hace firmar un contrato de lealtad a la empresa, y si no lo hace debería hacerlo, puesto que no es conveniente tener a un traidor entre las filas. En la relación de pareja ambos conyugues, o cada una de las partes, debe ser fiel a la otra, de lo contrario, esta pareja se romperá o tendrá serias dificultades de convivencia. Un soldado firma un contrato de lealtad y fidelidad a la disciplina de un Estado. Pedirle a un político que sea sincero es como pedirle peras a un olivo. Es decir que la lealtad se puede comprar.

En otro estamento de infidelidad pagada se encuentran los espías que sirven a quienes les paga, es decir, son fieles al oro, al vil metal como los independentistas. El militar el fiel a su protocolo castrense en el que ha sido adiestrado, y enseñada la doctrina militar.   Hay que ganarse la nómina en todos los estamentos laborales; en otro orden, se encuentran las carreras vocacionales: sacerdotes misioneros, médicos, enfermeras, policías, educadores, y otros que se me pueden escapar al citarlos, que, si no tienen vocación de servicio, no pueden ejercer su labor con la eficacia que se requiere, su entrega, siempre mal pagados.

 El precio de la lealtad es el título de un libro, de Ron Suskind, de 2004, donde describe el sacrificio del político norteamericano Paul O´Naeill, economista republicano en la Administración de Bush, hijo, en misiones dedicadas de gobierno del Tesoro Norteamericano, que publicó documentos oficiales y fue acusado de traidor por violación de secretos oficiales. Este es un asunto clamoroso de deslealtad.

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